Javier Maroto la puede liar. O se la pueden liar. El político gasteiztarra juega con fuego el 28-A. No tiene nada que ganar y mucho que perder. Su continuidad como diputado por Araba parecía una obviedad hasta hace unos días. Tras la amarga previsión del CIS, los populares caminan con su corazón en un puño hacia el 28-A. Todos, no, porque los críticos con Pablo Casado dentro y fuera de Euskadi hacen acopio de munición para cobrarse la pieza. La pérdida del escaño en favor del “enemigo independentista EH Bildu que blanquea a Pedro Sánchez” provocaría un cataclismo de dantescas consecuencias a medio plazo aquí y en Madrid. En el PP de la CAV, porque pondría en bandeja las escondidas ansias de revancha generadas cuando Maroto desertó del sorayismo y abandonó a sus amigos de siempre durante la batalla de las primarias. En Génova, porque contribuiría a agigantar el fracaso de una dirección bisoña, errática y torpemente derechizada que habría sido capaz de desnaturalizar las señas del partido con el elevado coste de una cruel derrota.
En Gasteiz, los populares contienen el aliento mientras no dejan de especular sobre Abascal, esa sombra inquietante que llena aforos, distorsiona las redes y condiciona las agendas. Lo disimularon anoche durante la cena con Casado, pero les corroe la incertidumbre paradójicamente en un territorio donde hace apenas unos años llegaron a copar, bajo el terror de ETA, las tres instituciones. Ahora, en cambio, los dirigentes más avezados del PP advierten de que Araba siempre asoma como el reflejo del desenlace de las generales y por eso asumen que una holgada victoria estatal del PSOE podría voltear el reparto unitario de los cuatro diputados.
No son días de gloria para el PP. Despreciado con malévola intención por Pedro Sánchez en los debates televisivos de la campaña y sin sobreponerse cada mañana a las despiadadas guerras internas que ha ocasionado su dictatorial decisión sobre las candidaturas, Casado empieza a interiorizar que Albert Rivera le acabará haciendo la peineta. Es una sensación real, con cierta lógica y que va cogiendo cuerpo con mucho agrado en los foros de la Corte. Por si fuera poco, al fundado escepticismo sobre la incierta suerte de los populares contribuyen otras patéticas imágenes como esa improvisación de su candidata a la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, sobre los derechos del feto o la hilarante rectificación en el alambre del propio Casado acerca del salario mínimo.
En el PSOE, en cambio, sonríen. Les salen sus cuentas para el día después, sin fiarse de las que maneja Tezanos porque no se han quitado de la boca la amarga experiencia de Andalucía. El ministro Ábalos, cada vez más determinante, no quieren pillarse los dedos abusando de un clima de confianza que acabe favoreciendo la abstención. Por eso, los socialistas alimentarán hasta el límite la bicha de la derecha extrema y así alentar el voto útil de la izquierda en un escenario de polarización ideológica que es donde mejor se desenvuelve el discurso de acento social del presidente Sánchez.