VOX era un partido inexistente hasta hace cuatro días y entre todos lo hemos colocado en el centro del tablero político. Unos más que otros. Es cierto que buena parte de la ciudadanía de Andalucía (casi 400.000 votos, el 11%, cuando hace tres años apenas superó los 18.000 sufragios) le dio, por diversos motivos, su confianza pero PP y Ciudadanos le han dado la llave para ser el gran protagonista de lo que se está cociendo, de momento, en esa comunidad autónoma. Un tripartito en toda regla de una derecha cada vez más extrema para desalojar al PSOE.
Los populares son los que más arriesgan en la operación, con el partido de Albert Rivera encantado y a la expectativa -cuidado con él- en su cómoda situación de no mancharse demasiado y criticar de forma impostada el pacto PP-Vox a toro pasado, una vez fijado y rubricado cuando sabía a la perfección -como toda la ciudadanía- que el meollo giraba en torno a cuestiones como el machismo y la violencia de género, la inmigración, la memoria histórica y el desmantelamiento del Estado de las autonomías. La ultraderecha de toda la vida.
Siempre que hay un pacto así, tan oscuro, tan cenagoso, tan sucio, es lícito preguntarse cuál será la agenda oculta, la que no nos enseñan. La habrá, sin duda. Y PP y Ciudadanos deberán tragar, porque les va la vida en ello y los votos de Vox les serán imprescindibles en el día a día.
Cuando el PP aupó a Patxi López a la Lehendakaritza, el entonces líder popular Antonio Basagoiti dijo que él era quien “ponía y quitaba lehendakari”. Ahora, Abascal puede decir que él pone y quita presidente en Andalucía. Como el escorpión que clava su aguijón a la rana: está en su naturaleza.
Pero la parte del león de la agenda oculta es la extensión del pacto al resto del Estado. En eso están. Y eso significaría, ni más ni menos, el fin, de verdad, del régimen del 78. Quién lo iba a decir: la derecha se va a cargar el sistema.