Las consecuencias del 27-O provocaron un cese temporal de su convivencia después de liderar el procés que llevó al referéndum del 1-O y a la declaración unilateral de independencia. Un año después, tras la división suscitada en aquel Govern entre quienes optaron por exiliarse o por entregarse a la Justicia española y acabar en la cárcel, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras habrían retomado su contacto personal. El exjefe de gabinete del líder republicano, Sergi Sol, que se encuentra promocionando su libro Fins que siguem lliures es el encargado de desvelar que en la atomizada galaxia independentista, condición en la que encarará un juicio donde la Fiscalía estableció durísimas peticiones de prisión al incluir el delito de rebelión, ambos dirigentes parece que quieren reencontrarse. De momento, lo han hecho por correspondencia sin acuse de recibo. “Su relación ha empezado a mejorar últimamente”, admite el número dos del político republicano encarcelado en Lledoners. “Poco o mucho, está mejorando y se hacen esfuerzos para que la comunicación mejore”, describe. Gestos que dicen mucho. Y más tras airearse que no solo acabaron mal sino que dejaron de hablarse incluso antes de la aplicación en Catalunya del artículo 155. O de que la portavoz del Govern, Elsa Artadi, afeara este pasado viernes que Junqueras no respondió a cuatro cartas de Puigdemont.

Al expresident se le llegó a reprochar que no había tenido detalle alguno con la familia de Junqueras en el tiempo en que éste lleva en prisión, algo a lo que Puigdemont siempre quitó hierro asegurando que había tenido ocasión de hablar por carta con el líder de ERC en alguna ocasión. A día de hoy las asperezas se van limando. El exjefe del Govern le envió su libro y quien fuera su vicepresident le ha devuelto una misiva de agradecimiento a través de una persona, y que estaría por llegar. Como señala Sol, “tampoco el socialista Iceta ha escrito carta alguna ni a Junqueras ni a nadie de su familia”. Pero la trascendencia es otra. Este acercamiento supondría un soplo de aire fresco en el mundo secesionista, fracturado en el Parlament por la disensión entre Junts per Catalunya y ERC; en la esfera posconvergente, por las notables diferencias entre el PDeCAT que preside David Bonvehí y el que desea controlar Puigdemont desde que este último desplazara Marta Pascal; la plataforma Crida Nacional que impulsa el expresident para aglutinar al soberanismo transversalmente; la CUP, que acusa a los socios de Govern de seguir la estela autonomista; y las organizaciones de la sociedad civil, que son más partidarias de la unilateralidad, sobre todo tras el giro republicano hacia la bilateralidad. Las penas del ministerio público pueden ser el mejor pegamento, pendientes de si las fuerzas rupturistas dejan a Pedro Sánchez sin Presupuestos. Otra historia es que Junqueras no acepte en las elecciones europeas como número dos a Puigdemont, pero eso pertenece más a la órbita de los distintos planteamientos políticos de ambos partidos. Más allá de la “ocurrencia”, los republicanos creen que ir “con un partido de derechas” les puede restar votos.

La calle, más unilateral

Cuando se conocieron los 25 años de cárcel que la Fiscalía reclama para Junqueras y las elevadas acusaciones contra el resto de consellers y activistas del soberanismo, el grito que más se escuchó frente a las puertas de las cárceles de Lledoners, Puig de les Basses y El Catllar era inequívoco: “¡Unidad, unidad!”. Tanto el republicano como el resto de políticos presos no piensan pedir el indulto porque sería como reconocer su culpabilidad, y es algo que ya sospechaban hace un año. Palabra de Raül Romeva: “Si el precio de la libertad es la prisión, iré a prisión”. Conscientes todos ellos que penarán unos cuantos años, a expensas del color que dirija por entonces Moncloa. La reacción a los envites judiciales del Govern y las entidades sociales sí es conjunta, pero no existe una estrategia unitaria sobre cómo avanzar. “No hay marcha atrás pero no sabemos que habrá delante”, ilustran. A nadie se le escapa que la distancia de PDeCAT/JxCat con ERC es evidente: de hecho, en el aniversario del año de prisión preventiva de Junqueras y el exconseller de Interior Joaquim Forn, celebrado frente a Lledoners, no asistió nadie del partido de Bonvehí -cuyo discurso además es más moderado que el de su número dos, Míriam Nogueras-, JxCat envió a una diputada y el president Quim Torra tenía en su agenda vespertina un concurso de sardanas en Girona. La divergencia se resolvió con la presencia de la esposa de Forn en el escenario afirmando Déu n’hi do! (¡Ahí es nada!), al ver a las miles de personas congregadas por el partido de Junqueras. Es más, horas después, antes de saberse el escrito de la Fiscalía, se cruzaban en redes sociales algunos mensajes con comparaciones: “Crida: 5.000; Junqueras: 15.000”.

Ensanchar las bases

Ambos sectores soberanistas marchan con diferentes ritmos. Mientras Torra clamaba por la retirada del apoyo a Sánchez, JxCat y ERC no abandonaban del todo la vía del diálogo aunque con el presidente español en el ojo del huracán. Y es que si a los partidarios de Puigdemont no les importaría recuperar la vía unilateral, como exige parte de la calle y los anticapitalistas; a Esquerra y Junqueras les mueve más ensanchar la base del independentismo de manera transversal sumando a los comunes. “Estamos en la base de la montaña y hay que llegar a la cumbre siendo más, y más diferentes”, sostienen. En el seno republicano también hay distintas visiones, que se hacen menos públicas, y mayores reparos entre la militancia para acercarse a Madrid. Por ejemplo, una hora antes de la puesta de largo del Consell per la República en el Palau, se firmaba un acuerdo entre Moncloa y la Generalitat para el desistimiento de los recursos contra las leyes de emergencia habitacional. Lo insólito de la firma fue la voluntad de la conselleria de Afers Exteriors i Relacions Institucionals, en manos de ERC, de darle visibilidad al acuerdo. La PAH (Plataforma de Afectados por las Hipotecas) celebró lo que creía un “éxito” mientras el conseller Ernest Maragall, alcaldable por Barcelona, consideraba insuficientes los gestos del Ejecutivo socialista, lo que sorprendió en Madrid porque la conselleria intentó a última hora forzar la renuncia al recurso contra la ley de la Agencia de Protección social para darle más empaque a la firma.

El juicio, su pegamento

Por un lado, se quiere visualizar que ahora se negocia con los ministerios estatales; y por otro, la puesta en marcha de la Crida y organismos como el Consell o el Consejo Asesor para propulsar un debate constituyente chocan. La estrategia, no unificada, ha llevado a las entidades sociales a radicalizar su discurso, sobre todo por parte de la Assamblea Nacional Catalana (ANC) que dirige ahora Elisenda Paluzie y que en su día presidió la encarcelada Carme Forcadell. En los partidos el encarcelamiento de sus líderes ha barrido las cúpulas y, tras el 21-D, con una nueva mayoría absoluta independentista, hubo que restituir muchos puestos. Si en JxCat preocupa el “hiperliderazgo” de Junqueras -después de que su brazo derecho, Marta Rovira, también optara por el exilio-; en Esquerra cuestionan la dependencia de sus socios de los intereses de Puigdemont en Waterloo. Hay quienes sostienen que la alianza JxCat/ERC tendrá su punto final con la sentencia del juicio del referéndum del 1-O, pero las resoluciones pueden provocar justamente lo contrario. Tampoco hay mayorías alternativas electorales porque el tripartito de izquierdas se antoja inasumible para el votante republicano en clave identitaria. Los socios del Govern, a las duras y a las maduras, están condenados a “conllevarse”.

Lucha ‘posconvergente’

ERC reorganizó sus filas para suplir las bajas físicas de Junqueras y Rovira -que sonó hasta para optar a ser presidenta-, potenciando las de un Pere Aragonès que ya dijo que “el Estado ha escrito su sentencia” con las peticiones de Fiscalía, el presidente del Parlament Roger Torrent -que no quiere acabar como Forcadell- y Sergi Sabriá, portavoz parlamentario en la Cámara catalana. Pero las órdenes salen de Lledoners, a donde acudieron, entre otros, Pablo Iglesias e Iñigo Urkullu, donde Junqueras tiene el respaldo de Romeva. Una de las ideas trasladadas es huir de las listas unitarias porque entienden que por separado se suma más, apelando a lo que ocurrió en los comicios donde se impulsó Junts pel Sí. La designación de Maragall por Barcelona y el propio Junqueras como cabeza de lista a las europeas choca con la indefinición del grupo de Puigdemont, donde Ferran Mascarell sigue a la espera de si pugnará por la capital catalana o lo hará Joaquim Forn, del otro ala del PDeCAT. Las propuestas de la Crida de ir bajo el paraguas de JxCat y sumar si es preciso a los primeros espadas republicanos solo despiertan ruido mediático. El punto de mira se sitúa en los pactos postelectorales. La portavoz de la Crida, Gemma Geis, señaló a ERC que priorice la unidad soberanista frente a alianzas con los comunes. En el espacio posconvergente la pugna es más compleja. Si ya fue duro para el PDeCAT que JxCat asumiera la cabecera del cartel del 21-D, y encima con un éxito rotundo para Puigdemont, el cese de Pascal para dar entrada a Bonvehí no ha suavizado la integración en la Crida que promueve el expresident con un activo Jordi Sànchez, expresidente de la ANC. Es más, si la Crida se convierte en partido, el PDeCAT no estará. Los sectores más moderados del partido consideran el movimiento de Puigdemont como “la primera escisión de su espacio político en 45 años”. El tránsito hacia la nueva formación deberá decidirse y votarse en enero, cuando está previsto el congreso fundacional. En el equipo fundador de la Crida y los colaboradores de Puigdemont se avisa de que plantar cara al exjefe del Govern no tendría recorrido porque los alcaldables del PDeCat concurrirán bajo la marca JxCat y están pidiendo la participación telemática de Puigdemont en sus campañas electorales. “La gente quiere JxCat, Crida y partido”, defienden. Pero, ¿se puede combinar todo? Esa es la disyuntiva.

De espaldas al Govern

Y luego está una CUP que desde el exilio de Anna Gabriel ha perdido visibilización pero que las encuestas le reportan un incremento que puede alcanzar el triple de sus actuales apoyos, ya que volverían muchos de quienes optaron por Puigdemont cuando dijo aquello de que “si me votáis volveré a casa”, amén del posterior conflicto judicial que sufrió luego en Alemania y que dejó en pañales al juez del Supremo, Pablo Llarena. Eso sí, los antisistema no tienen intención alguna de aprobar las Cuentas de Torra al tacharlas de “autonomistas”. No solo el horizonte judicial. El contacto entre Puigdemont y Junqueras podría enderezar la vía independentista que, según los sondeos, repetiría su liderazgo en el Parlament.