Hace pocos minutos que la campana de la basílica de Loiola ha dado las 13.00 horas. Llueve a ratos. Es 3 de diciembre, Día Internacional del Euskera. Inaxio Uria Mendizabal, Gorriye, se dirige al Kiruri a jugar la partida de cartas de cada mediodía. Se dispone a bajar del coche que su hijo mayor le ha preparado para un próximo viaje a Alicante. La serpiente está a punto de aparecer. Tres tiros. El autor de los disparos que la sentencia condenó a 44 años de cárcel huye con un compañero de comando en un coche robado en el alto de Itziar. Allí quemarán el vehículo.

“Yo estaba a 600 kilómetros. Cuando me avisaron a la una y pico del mediodía de que había pasado algo en Loiola, como vivo cerca de donde le mataron, llamé a casa. Cuando me enteré, me volcó el estómago”. Como en tantos atentados, los allegados de Uria, como el exalcalde Jose Mari Bastida (PNV), recuerdan el momento. “Llamé a los Uria y al día siguiente salí de vuelta a las 4.00 horas y para las 10.00 horas estaba en Azpeitia junto a la familia. Aquello fue terrible. Ahora creemos que, bueno, ha pasado, que se olvida, pero no, no se olvida nunca”.

El actual alcalde, Eneko Etxeberria (EH Bildu), estaba trabajando en el despacho de abogados y alguien le avisó de que “algo había pasado en Loiola. Había quedado en Donostia y allí me enteré de lo que pasó”. A Etxeberria se le agolpan “ideas en torno a una muerte, como otras, que no se debió producir. Una época en la que un pueblo se partió y crujió en lo más profundo de su alma: la pertenencia a una misma comunidad”.

El tiroteo activó la rutina que se ponía en marcha cada vez que aparecía la serpiente. Declaraciones de repulsa, horas de capilla ardiente, concentraciones a mediodía frente a los centros de trabajo, manifestaciones... “Estuve muchísimo tiempo en la capilla ardiente”, recuerda Bastida, alcalde entre 1984 y 2003. El día 4 pasaron por allí los principales dirigentes vascos, como el lehendakari Juan José Ibarretxe y el diputado general Markel Olano.

Eran ocasiones en las que también desembarcaban las principales autoridades de Madrid. Entre ellas, el presidente del Ejecutivo español, José Luis Rodríguez Zapatero, y el líder de la oposición, Mariano Rajoy, que compartían la denominada unidad antiterrorista hasta el punto de viajar en el mismo avión oficial.

“Lo primero que me viene a la mente es la imagen del llanto incontenible de Manoli, la viuda de Inaxio, y de su numerosa familia”, recuerda el teólogo y escritor azpeitiarra Joxe Arregi. Como reveló una de las hermanas de Uria, Olatz, el matrimonio iba a salir ese mismo viernes a Alicante. “El hijo mayor le había limpiado el coche, se iban de viaje y ella está diciendo por qué no habremos salido el lunes...”.

“¿Qué más va a pasar?”

Fueron días “de altísima tensión en Azpeitia. De indignación y rabia, por un lado, y de frustración y desaliento sin fondo por otro”, recuerda Arregi. Etxeberria coincide en buena medida al describir el ambiente. “Me acuerdo de la tristeza, de la solidaridad, del ánimo vindicativo, del miedo y de la tensión política en el municipio. Creo sinceramente que nadie lo entendía ni lo compartía. Sin embargo, los bandos estaban establecidos desde tiempo atrás y hechos similares habían sucedido en otros pueblos. Azpeitia y nuestra comarca no había vivido desde décadas atrás una situación así, y fue un gran mazazo”.

Arregi añade hoy “una angustiosa pregunta que nos brotaba a todos”. Esa interrogante que repite diez años después estaba en el ambiente aquellas jornadas, días en los que muchos vecinos querían hablar, aunque fuera desde el anonimato, como la dependienta de una farmacia de la localidad. “Cuando me he enterado del asesinato, me he quedado alucinada. Si hemos llegado a este punto. ¿Qué más?, ¿qué más va a pasar aquí?”.

“Cundía el temor de que el enfrentamiento se volviera aún más radical y el horizonte, más negro, pero también me atrevería a decir que la gran mayoría, a pesar de todo, reaccionaba desde la mejor voluntad y energía que llevamos en el fondo”, explica Arregi. Para el actual primer edil, “la convivencia se partió, desapareció. La gente se dejó de hablar y de saludar”.

Momentos en los que “el dolor y el cabreo se juntan”, concluye Bastida, que refresca el enfado que tuvo cuando algunos periodistas le preguntaban “más por cómo era Inaxio y otras historias del TAV y demás. No había que enjabonar aquello. Aquí han pasado muchas cosas y tampoco se pueden olvidar, ni enjabonar. Lo que ha pasado es una realidad, triste, pero la realidad. El atentado terrorista fue lo que fue”. Sin edulcorar, dice.

Uria fue el 41º empresario que asesinó ETA -el primero desde Joxe Mari Korta en el 2000-, el primer constructor relacionado con las obras del TAV. Las amenazas contra las empresas adjudicatarias del proyecto se habían recrudecido en 2007. Presionó Segi y asesinó ETA, que en enero de 2009 reivindicó la “ejecución” de Uria por participar en “un proyecto destructivo que agujerea Euskal Herria de lado a lado” y “negarse a pagar el impuesto revolucionario”. Extorsión .

La figura de Inaxio Uria, en cambio, iba más allá que la caricatura que vendió ETA para justificar su asesinato. Era un hombre de Loiola, donde tiene la sede la empresa Altuna y Uria que entonces empleaba a 370 operarios, pero también donde vivió y donde celebró su boda en el mismo Kiruri. Donde, como otros familiares, cantaba en el coro de la basílica.

Marido de Manoli Aramendi, y padre de tres hijos y dos hijas que entonces tenían entre 38 y 21 años, Uria era uno de los tres varones entre nueve hermanos, y “un trabajador, un trabajador jubilado, que había trabajado toda la vida, que iba a tomar su café, a jugar su partida? Y que le maten a sangre fría?”, señala el exalcalde Bastida, que además de ser “amigo cercano del barrio”, trató con Uria en su época de primer edil: “Tenía mala leche, pero era un luchador, con corazón para ayudar a la gente”.

“Algunos habrá que, a oscuras, se alegraran de que mataran a un empresario, no te creas”, contrapone a renglón seguido Bastida, que insiste en llamarle a cada cosa por su nombre, “sin enjabonar”, porque “de esto no se escapa nadie”.

“Sabían cómo se movía”

ETA, cuyo jefe militar Garikoitz Aspiazu había sido detenido dos semanas antes -meses después que Xabier Lopez Peña-, tenía su decisión tomada: un empresario del TAV, con las rutinas de un hombre normal y que no llevaba escolta. Un objetivo fácil y a 250 metros en línea recta de la Casa Arrupe donde Batasuna, PNV y PSE estuvieron a punto de alcanzar el Acuerdo de Loiola. Una oportunidad para cambiar la historia del país. ETA quebró a última hora aquel acuerdo. Como hizo con la vida de Uria.

“Lo hubieran matado igual, pero se hubiese abalanzado sobre el del comando”, describe Bastida, quien asegura que, “conociéndole, le mataron porque sabían cómo era y cómo se movía, y le mataron cuando estaba saliendo del coche, en la puerta”.

“Fue un golpe terrible”, repasa Joxe Arregi, que añade otro elemento: “La escena de la reacción cruel, humillante para la persona y la familia de Inaxio Uria, por parte de una pequeña parte de la población de Azpeitia y del Gobierno municipal”.

“La división en el seno de muchas familias. La ira, el rencor. Un ambiente irrespirable. El miedo a hablar, la represión de la palabra, el silencio incómodo”, describe Arregi las primeras sensaciones de aquel 3 de diciembre. Esa misma tarde se celebró un pleno municipal extraordinario por impulso de EA. La izquierda abertzale gobernaba Azpeitia con la sigla de ANV de la mano de la mayoría absoluta que aportaban EA y Aralar. Salieron del equipo de gobierno.

Fue la consecuencia de aprobar junto al PNV una moción de “rechazo y condena” del asesinato. ANV propuso un texto de “pesar, dolor y tristeza” ante lo sucedido, enmarcado siempre en “la necesidad de resolver el conflicto”. La posición era insuficiente de puertas para afuera y agrietaba las posiciones internas. La dirección de Batasuna ya había lanzado en secreto el debate estratégico de lo que a finales de 2009 derivaría en Bateragune.

Al acabar el pleno, que duró quince minutos y al que asistieron dirigentes políticos, la Corporación de Azkoitia y numerosos vecinos, un asistente gritó: “Inaxio gogoratuz, txalo batzuk!”. Los seis ediles de ANV, incluido el alcalde Iñaki Errazkin, permanecieron quietos.

“Diría que la solidaridad con respecto a la familia Uria fue unánime; sin embargo, en el aspecto de la política algo falló”, rememora Eneko Etxeberria, quien después supo “que hubo muchos gestos e intentos de reducir la tensión. Me consta que, por ejemplo, el entonces alcalde Errazkin y dos tenientes alcaldes se acercaron en el mismo instante del atentado a Loiola a visitar a la familia y mostrarles su solidaridad, aunque el encuentro no se produjera”. Dos días después por la tarde, el primer edil, que sería relevado por el jeltzale Julián Eizmendi en la moción de censura de enero con el apoyo parcial de EA, ordenó que la ikurriña ondeara a media asta con tres crespones negros.

“Lo que sí se produjo fue una tensión y una situación que ahondó en la ruptura. La política, que debe ser un instrumento que solucione los problemas, ahondó en su conjunto en la ruptura”, reflexiona Etxeberria. “Supuso una formidable sacudida emocional, ética y política. Y un punto de inflexión. El asesinato de Inaxio Uria marcó un antes y un después en Azpeitia”, subraya Arregi, amigo del mayor de los hermanos Uria. Después de “una primera fase dominada por reacciones emocionales contradictorias”, el atentado llevó a “la gran mayoría a recapacitar y a decirse, con palabras o sin palabras: Así no vamos a ningún lado. Tiene que ser posible buscar otro camino. Tenemos que hacerlo entre todos”.

La manifestación de aquel viernes 5 fue la primera oportunidad pública para esa reflexión. Miles de vecinos recorrieron las calles de Azpeitia después del funeral de cuerpo presente que acogió la iglesia de San Sebastián de Soreasu. “Un hijo de Dios ha sido tiroteado como un criminal. Una familia ha sido sumida en un mar de dolor. Un empresario que brinda trabajo ha sido eliminado violentamente”, despidió a Uria el obispo Juan María Uriarte, que en su homilía lanzó dos preguntas que, con ETA desaparecida, siguen sin respuesta: “¿Es este el camino para la liberación que ETA promete? ¿Qué liberación?”.

“Ha cambiado para bien”

“Quien dicen que mató a Inaxio había estudiado Medicina, que los educan para salvar, no para matar; eso era duro”, vuelve Bastida a las contradicciones de ETA. Beñat Aginagalde, el hernaniarra que entonces tenía 24 años y que fue condenado por los asesinatos de Uria (a 44 años de prisión) e Isaías Carrasco (a otros 32 años), acababa de presentarse al MIR. Bastida remata su reflexión sobre ese pasado que se cuela en el presente y al que le va a costar años marcharse: “Alguien del pueblo que hoy andará por ahí colaboraría, porque los que vinieron en el comando no conocían las costumbres de Inaxio”.

Diez años después, el clima es otro, coinciden los tres. “Ha cambiado mucho, y para bien”, reconoce Arregi, que considera que “el fin de ETA ha sido fundamental, y ha llegado gracias a la fe, al esfuerzo y a la generosidad de mucha gente de diversos signos políticos”, entre quienes agradece al “alcalde y todos los representantes municipal”.

En este décimo aniversario del asesinato de Uria, Arregi expresa en público su “cercanía y simpatía a su mujer viuda Manoli, a sus hijas e hijos, y a toda la familia”, y les pide “perdón por todo lo que se les ha hecho sufrir injustamente, y animarles a seguir adelante”, un emplazamiento que extiende a todos los azpeitiarras para que hagan “honor a su carácter vital, a seguir construyendo un pueblo unido, solidario y alegre”.

Bastida, a quien le llegaron a quemar el coche ante su domicilio cuando era alcalde, reconoce que “a nivel político y del pueblo se está avanzando, aunque el daño no se va a olvidar nunca. Algunos piensan que sí, pero no se puede correr y olvidarlo todo. Menos los que lo han sufrido, víctimas de todos los lados, todas las familias que lo han vivido”.

“Ahora no existen trincheras”, asegura Etxeberria, quien cree que Azpeitia ha avanzado “mucho. Hemos intentado comprender y acercarnos al dolor de muchos colectivamente, en particular también a la familia Uria. Creo sinceramente que hemos aprovechado la ventaja de lo local”.

“Hemos conseguido reconfortar con nuestras actitudes y palabras a unas familias que vivían en el más absoluto dolor que las precisaban desde el punto de vista humano”, subraya el primer edil, que cree que “por lo menos, humanamente hemos avanzado mucho”.

Durante el primer año después del asesinato, una concentración recordó a Uria el día 3 de cada mes. En diciembre de 2009, los homenajes junto al monolito que recuerda a Uria pasaron a ser anuales. Así hasta 2014, cuando la familia decidió que no habría más actos públicos. “Nuestro dolor se expresaba en público y ahora lo seguirá haciendo en privado”. Este año, también.