Cuando Pedro Sánchez presentó su gobierno, fueron (fuimos) muchos los que, no sin sorpresa, destacaron entre otras características su aparente solidez y solvencia. Ciento diecisiete días después, sin apenas cumplir cuatro meses, el gabinete socialista hace aguas sin aparente remedio. Sánchez sale a sobresalto por semana. La dimisión de un ministro (Màxim Huerta , que marcó demasiado pronto el punto débil y el listón), el fulgurante fichaje de la esposa del presidente por parte del Instituto de Empresa, el máster irregular de la ministra Carmen Montón, el doctorado medio plagiado del propio Sánchez, la desautorización en toda regla de la titular de Defensa, Margarita Robles, en el asunto de la venta de armas a Arabia Saudí, unida a la inefable explicación de la portavoz, Isabel Celaá (las “bombas inteligentes”), las peligrosas amistades o contactos de la ministra Dolores -¡¡¡y tanto!!!- Delgado con elementos de las cloacas y la corrupción y, ahora, la ingeniería fiscal del miembro más galáctico y aparentemente más acreditado del Ejecutivo, Pedro Duque, han colocado al presidente en una situación muy comprometida. Con o sin más dimisiones, que no son descartables. Con o sin más escándalos, que algunos ya se rumorean por las redacciones.
Es cierto que la derecha política y mediática se ha dedicado desde el minuto uno a buscar basura, sin importarle siquiera el evidente chantaje -ya les tocará...- emprendido por el comisario Villarejo, pero todo ello no quita para que estas cuestiones, además de más o menos ciertas, estén suponiendo un debilitamiento extremo de un Gobierno que, además, ha rectificado ya demasiadas veces, carece de mayoría -ha acusado el varapalo del techo de gasto- y tiene algunos aliados con los que conviene decir aquello de “cuerpo a tierra, que vienen los míos”. Esto se desmorona a ojos vistas.
Y en estas, el tema catalán. A tres días del primer aniversario del 1-O, con los dirigentes independentistas aún en la cárcel a la espera de un juicio del que nada bueno se prevé y con el Gobierno dedicado a soltar globos sonda pero sin un plan claro y concreto, que es lo peor que puede ocurrir.
Ayer, Sánchez habló ya por primera vez directamente de elecciones anticipadas, de lo que se cuidó de culpar al independentismo. La realidad es que huele a urnas. Todos los indicadores apuntan a ello. Y todos los partidos están no solo pensando en la convocatoria, sino preparándose ya para una próxima cita electoral. El doctor Sánchez tiene la palabra.