Bilbao- El 12 de octubre de 1997 se inauguró el Museo Guggenheim de Bilbao. Ese día ETA quiso atentar contra los monarcas españoles. Un ertzaina desbarató los planes, Txema Agirre Larraona. Recibió varios disparos y falleció un día después, el 13 de octubre. Su hermana Mari Jose, que ha mantenido vivo su recuerdo, reconocía ayer la mala sensación que le había producido el comunicado de ETA.
¿Cuál ha sido su primera reacción al leer el comunicado?
-Llevo desde 1997 pidiendo diálogo entre todos y para todos y sin condiciones. Dicho esto, debo decir que en un primer momento no había leído el comunicado. Mi primera impresión fue un revoltijo de sentimientos: alegría, tristeza... Después, cuando leo que perdonan a unos sí y a otros no, me pregunto: ¿Le piden perdón a mi hermano? ¿Qué clase de víctima es? No iban a por él, entonces es un daño colateral, pero era un ertzaina. Igual entregan una lista diciendo quiénes pertenecen a un grupo de víctimas y quiénes a otro. Yo les pediría que saquen esa lista.
¿Siente entonces que a usted no le han pedido perdón?
-Yo no necesito que me pidan perdón porque hayan asesinado a mi hermano, lo digo desde mis entrañas. Pero sí hay personas que necesitan que se les pida perdón y ahora actúan como si fueran Dios. A unos les piden y a otros no. A ver, es un paso, y un paso importante, pero creo que lo han fastidiado con esa distinción de las víctimas. Tanto les costaba decir que fue injusto causar tanto dolor a todas las víctimas. Hoy es el segundo día que me siento humillada.
¿Y eso?
-La primera vez fue cuando hubo una concentración en la explanada del Guggenheim donde pedían el acercamiento de los presos, que yo creo que deben estar cerca de sus familias. Lo creía antes de que asesinaran a mi hermano y lo creo ahora. Pero que en el mismo lugar donde mataron a mi hermano griten el nombre de quien lo hizo y además allí, donde habían asesinado a mi hermano. Entonces sentí humillación por primera vez. Es que era allí donde le habían asesinado. Y la segunda vez ha sido hoy [por ayer] cuando han hecho esa distinción entre víctimas. No sé si es un medio perdón o qué es. Hasta que dejaron las armas yo llevaba un pin que decía: Bakea behar dugu. Necesitamos la paz. Lo llevaba convencida y ahora salen con esto. Hoy me he sentido humillada, pero no solo por mí, sino por todas las víctimas que conozco. Debería haber sido un día de celebración y no lo siento así . No me han dejado siquiera celebrar este día en el que, insisto, se ha dado un paso importante, pero tenía que haber sido mejor.
Primero fue el fin de la violencia, luego el desarme y ahora este comunicado y lo que se prevé su disolución. ¿Como ha vivido todo este proceso?
-Con esperanza y con miedo.
¿Miedo?
-Sí, con miedo a que volvieran las armas y las muertes. A mi hermano le gustaban los brazos de gitano y desde que le mataron no los había hecho. En diciembre de 2006 ETA estaba en tregua y había esperanzas de paz. Me puse a hacer cuatro brazos de gitano y fue cuando pusieron la bomba en Barajas. Lo deje todo, pero luego pensé que ellos no me iban quitar hasta eso, el brazo de gitano. Me sequé las lágrimas y los hice. Y ahora dicen que se van a disolver. Ojalá sea así. Que se acabe de una vez y que reconozcan que el daño fue injusto, injusto para todos. Para las víctimas, pero también para sus familias.
¿Qué sentía entonces?
-Yo tenía un hijo de quince años y otro de veinte y creía que mis hijos no podían sentir odio. Sentía un dolor intenso porque cada vez que había un asesinato sabía el dolor que se iba a vivir en esa casa al llegar la noche y cerrar las puerta y saber que te falta uno de los tuyos. Sentía ese dolor. Yo quería sentir rabia y odio, pero no me salía de dentro. Yo no entendía que hubieran matado a mi hermano y no sentía odio. Y es más, a veces me he enfadaba con él.
Explíqueme.
-Iba al cementerio le decía: ‘¿Por qué tuviste que ir a ver aquella furgoneta? No tenías que haber ido y no hubiera pasado nada’. Estaba enfadada, pero luego pensaba: ‘seguro que me diría que era ertzaina y estaba haciendo su trabajo’.
¿Nunca ha tenido la necesidad de hablar con el autor del asesinato de su hermano, que conozca su sufrimiento?
-Cuando mi nieta tenía nueve años, sí, serían nueve, me dijo que le contara de verdad cómo había muerto mi hermano. Le habíamos dicho que estuvo malito y murió. Pero me dijo que le dijera la verdad y se lo contamos, que le habían matado. Su primera reacción fue decir: ‘vamos donde él y le voy a decir que estás muy triste por su culpa. O si no, se le decimos a su familia’. Esa fue la reacción de la niña, pero yo nunca he tenido la necesidad de verme con ellos.
Y ahora, ¿cómo ve el futuro?
-La convivencia, que es lo que nos toca ahora, creo que va a ser algo muy duro. Ya no hablo del relato o de la memoria. Ahí cada uno contará lo que quiera, aunque hay cosas que son cómo son y no se pueden cambiar. Hablo de la convivencia de unos con otros, que va a ser muy dura.