Cuerpo a tierra que vienen los nuestros, se oye decir desde hace varios días en los cuarteles del PP. La guerra fratricida del sálvese quien pueda entre los corruptos cobijados en los tradicionales feudos populares de Valencia y Madrid ha sembrado de minas para mucho tiempo la estabilidad institucional en España, seriamente debilitada por el interminable suspense catalán y la desesperante inacción de un Gobierno abandonado a su precaria suerte. El ventilador de la depravación puesto en marcha desde la venganza cainita espolvoreará a corto y medio plazo -atentos a Ruiz Gallardón- sacudidas de efecto demoledor y en ningún caso agradables para el PP y su red amiga. Así, entre sustos y titulares de impacto en las puertas de los juzgados se irá ensanchando, y con consecuencias imprevisibles, la atmósfera política tan irrespirable.

Las secuelas interminables del procés y la corrupción conforman una inquietante realidad capaz de dinamitar el resto de la legislatura, que ahora mismo ya se presupone estéril por su mani?esta incapacidad legislativa. El PP se siente sitiado y, además, con escasa capacidad de maniobra para librarse de los olores pestilantes que desprende buena parte de su ?nanciación. Una pesadilla que cada día atenaza su discurso y, sobre todo, el ánimo de sus cuadros y dirigentes, alarmados por su futuro cuando palpan ese latente estado de opinión publicada que galvaniza las expectativas del posibilismo populista de Ciudadanos.

La barriobajera acusación sin pruebas del investigado Francisco Granados contra la presidenta de la Comunidad de Madrid por su conocimiento afectivo de las cuentas irregulares de su organización territorial constituye toda una bomba de venganza que se hace sentir incluso en La Moncloa. Es verdad que Granados no tiene credibilidad para el juez pero sigue alimentando a esos voceros del cenagal, que en Madrid existen en medio del descrédito periodístico y del pesebre. Su velada acusación no puede abstraerse de la presencia de Cristina Cifuentes en el acotado elenco de candidatos con poso su?ciente para suceder a Mariano Rajoy y, en paralelo, coincide con el declarado interés de signi?cados grupos de poder por acercar al presidente hacia su retiro voluntario. Les costará y mucho más si siguen presionando torticeramente.

En el independentismo catalán también silban las balas del fuego amigo ante la perplejidad del respetable, que sigue absorto la evolución de semejante sainete. Mientras sigue parado el reloj de la investidura, las fuerzas soberanistas enseñan las vergüenzas de su desacuerdo ante el desconcierto generalizado de una sociedad perpleja por un espectáculo tan hilarante. Ya nada será igual en el futuro de Catalunya, pero tardará mucho tiempo en que sea mejor. Las grietas profundas que evidencian JxCat y ERC aventuran una inquietante inestabilidad precisamente cuando el juez Llarena, los informes acusatorios de la Guardia Civil sobre el referéndum y los tentáculos inmisericordes del Estado cabalgan despacio en la misma dirección y con la ?rme voluntad de ajustar cuentas.

En este cuadro esperpéntico Ciudadanos se ha apoderado del micrófono para agitar las aguas en bene?cio propio. Al calor de su éxito electoral en Catalunya, exprimiendo al máximo las ansias revanchistas del unionismo contra cualquier veleidad territorial según reza el catón de FAES, Albert Rivera ha empezado a cincelar su talla de hombre de Estado para presentarse como la alternativa de futuro al denostado Mariano Rajoy y con el beneplácito del segundo escalón del establishment madrileño.

Llegan los peores tiempos imaginables para la lírica de los nacionalismos, que no sean el español. La notoria debilidad de la izquierda para adecuar una alternativa ideológica consistente -la historia tendrá un día su cara a cara con Pablo Iglesias- y el ?asco del procés han alentado las expectativas de ese multidisciplinar discurso ventajista y rentista de Ciudadanos que abona peligrosamente la confrontación y el odio porque siembra la discordia. Pero nadie le afeará en Madrid -ahí es donde se consigue que retumbe el eco- sus aviesas intenciones. Al menos, PP y PSOE no picaron el anzuelo envenenado que Juan Carlos Girauta lanzó en el Congreso el pasado miércoles sobre la propuesta de autogobierno del PNV. Eso sí, seguirán aprovechándose de esta veta sentimental porque saben que ahí disponen de un granero de votos dentro de esa España irritada por la grotesca situación de Carles Puigdemont y los efectos colaterales de la apuesta soberanista catalana.