Una mentira repetida cien veces no es una verdad, menos para Ciudadanos que lo hace posible. Situado en la cresta de la ola demoscópica tras su victoria en el 21-D, agasajado mucho más por medios de comunicación aún influyentes que por el núcleo decisorio del Ibex, Albert Rivera viene exprimiendo con indudable éxito de expectativa electoral la versión española de la posverdad en su discurso político. Es así como ha rentabilizado sin razón objetiva que la ley electoral le privó de un puñado de parlamentarios más en Catalunya o que se denigre la capacidad fiscal del País Vasco hablando de “cuponazo” hasta el extremo de provocar la rebelión de comunidades como Andalucía y Asturias o clubes de fútbol como el Málaga. Y ahora vuelve a intentar el éxito -lleva camino de conseguirlo- alertando con aviesa intención de que ese PNV al que Mariano Rajoy tanto cobija y mima para que le apruebe los Presupuestos plantea un referéndum como los independentistas catalanes. Anatema unionista que deja huella.
Es muy posible que Rivera no se haya leído los 17 folios de la propuesta jeltzale pero tampoco lo necesita para hilar con rapidez un malévolo mensaje de calado sobre la voluntad separatista para que enerve al unionismo, comprometa al PP en uno de sus momentos de mayor ofuscación y erosione la estabilidad de un Gobierno desnortado por el pánico de su alarmante orfandad. Ciudadanos sabe fehacientemente que el PNV huye como gato escaldado del agua hirviendo del procés, pero no va a permitir que la verdad le quite un buen titular porque sabe que así mete el agua en casa de su enemigo en un momento de especial trascendencia y, de paso, fortalece su imagen de abanderado del nuevo españolismo absolutamente insertado en gran parte de la sociedad española mucho más allá de las banderas en los balcones.
El Partido Popular se encuentra sitiado. En cada sede del partido empieza a cundir el pánico por los efectos demoledores que siguen provocando la desmedida represión policial del 1-O, esas sacudidas de la mafia Correa que agigantan desde la sombra de la corrupción el desgaste de Rajoy -tiene siete vidas, por cierto- y el estado de gracia de su principal rival. Así es fácil imaginarse cómo las primeras ratas empiezan a saltar en silencio hasta el barco de Ciudadanos, en la confianza de asegurarse una salida política. Pero todavía queda mucho partido por jugarse. Cualquier cálculo solvente en clave de futuro pasa de inmediato por un final no traumático en la formación de un Govern sin Puigdemont que acabe con la maldición del 155. Y en paralelo, que el ministro de Economía Luis de Guindos no se estrelle ante el candidato irlandés para que Rajoy pueda acometer entonces una renovación en su Gobierno. Este es el anhelo de los acartonados dirigentes del PP, impávidos ante el ciclón que les envuelve y temerosos de caer en desgracia si plantean la urgente necesidad de abrir un debate sobre las enfermedades que tanto les debilitan. Sin embargo, no sería descabellado imaginarse que la expectante reunión del próximo lunes de la cúpula del partido concluyera con un salmo de alabanza a la recuperación económica, un aguijón a Inés Arrimadas por no aspirar a su investidura y la enésima invocación a la Carta Magna como garante de convivencia. Así hasta la derrota final. A cambio, el pragmatismo lagarterano de Ciudadanos avanza por la senda de la transversalidad prodigando sus fotos con Pablo Iglesias para retratar el inmovilismo interesado de PP y PSOE en la ley electoral; se apropia del voto de todo el cuerpo policial con la mejora de sus nóminas; y contamina el auténtico debate sobre el autogobierno en Euskadi desde su condición de extraparlamentario. Todo sea por el voto.
Rajoy lo tiene difícil porque le crecen las goteras. Catalunya le ha superado al margen de la solución Artadi posiblemente porque nunca imaginó la envolvente ni tuvo en Soraya Sáenz de Santamaría el pararrayos. La corrupción le acecha tras mirar demasiado tiempo hacia otro lado cuando se oía perfectamente el ruido de las correrías. Dentro de casa empieza a darse cuenta de que tampoco dispone de un sustituto con garantías de éxito cuando se trata de encarar las emociones fuertes y buscar el relevo entre tanto bando enfrentado. Y cuando va al Congreso de los Diputados hasta pierde los nervios al sentir cómo Albert Rivera se le sube a la chepa parlamentaria al advertirle que en cualquier momento le puede dejar al pie de los caballos, sobre todo si sigue cultivando las amistades del PNV. El retrato inicial de un mano a mano sobre el poder en clave de futuro sin que nadie se acuerde del ausente Pedro Sánchez.