Aunque no lo parezca, hay vida política más allá del Whatsapp de Carles Puigdemont. No tiene, desde luego, las emociones fuertes del móvil de Toni Comín ni desborda incluso las tertulias rosas, pero aprovecha la distracción en torno al laberinto legal del Parlament para hacerse un hueco. Así, mientras ERC pergeña el toque definitivo a su sutil venganza para sacudirse enrabietada de su papel secundario frente a JxCat, los partidos constitucionalistas se entretienen entre bambalinas con enredos de largo alcance. En vísperas de que el independentismo ortodoxo claudique por asfixia judicial y puro pragmatismo, Ciudadanos y Podemos se ponen de acuerdo para buscar un sustituto a la ley D’Hont y el sector más unionista del PSOE -en este caso Aragón- concede la etiqueta de hombre de Estado a Albert Rivera para que hable mano a mano sobre la financiación autonómica con uno de sus gobiernos autonómicos. Del PP, a quien nadie quiere ahora en su mesa, no se tienen noticias en medio del silencio que propicia una sonrojante parálisis parlamentaria. El clamoroso vacío del partido que sustenta al Gobierno en la suerte política lo ocupa el Tribunal Constitucional y a ratos las resoluciones del juez Llarena. Al final todo se paga. Comín ya se ha hecho un hueco propio en las hemerotecas de la historia de Catalunya después de tantos años oscurecido por la leyenda de su padre. Los textos le recordarán como ese consejero de la Generalitat que eligió el exilio para que su madre no volviera a recordar el dolor que le supuso el encarcelamiento durante años de su marido y que gracias a su impericia tecnológica desnudó las verdades ocultas de Puigdemont. ERC, que supo atender en su día la petición de Comín de conseguir un cobijo profesional que el PSC le había negado, nunca dejará de agradecerle que leyera con semejante desparpajo el testamento del profeta de la rebelión soberanista de su país. Paradojas del destino, el president veía cómo la telemática acababa de agrietar, que no de destrozar, en un par de pantallazos su numantina obstinación. Queda abierto inesperadamente (?) un nuevo escenario dentro de esa esperpéntica maraña tejida por las envolventes resoluciones político-judiciales del Tribunal Constitucional que condicionan hasta la paranoia las alternativas para una investidura solvente.

El Gobierno Rajoy se siente feliz con el nuevo giro de semejante esperpento porque quizá con luces cortas ha reducido todo su afán sencillamente a doblar el brazo de Puigdemont. Pero debería saber que asiste a una victoria pírrica donde el independentismo jamás olvidará el 1-O y sus ansias por decidir, más allá de que reacciones iracundas que desbordan en la calle el pacifismo de la ANC y Òmnium Cultural ensanchen las actuales fisuras en sus batallones de incondicionales. Sin soluciones consensuadas que impide el objetivo de disponer de un Govern que acabe con el 155, el paso del tiempo juega en contra de la unidad soberanista sobre todo mientras las situaciones tan distintas del exilio y de la cárcel hacen mella. Es ahí por donde ERC asoma después de que Comín despejara las últimas dudas para proclamar que ha llegado de una vez la hora de elegir un president que aguante la legislatura sin el temor fundado de ser detenido al día siguiente de su proclamación. Mientras, en Madrid, los partidos ponen el otro ojo en buscarse a sí mismos. Ciudadanos es quien más se afana en el empeño porque se siente imprescindible para cualquier mayoría que se intente y de ahí que sea el perejil de todas las salsas. Ahora mismo, Albert Rivera es el invitado de Podemos para acabar con la ley D’Hont a la espera de que el PSOE se decida porque todos coinciden en que el PP saldría perjudicado. Al mismo tiempo, C’s es el brazo armado imprescindible de los populares para impedir que el Congreso facilite las acciones combinadas de Pablo Iglesias y los socialistas y bloquee la tramitación de decenas de esas proposiciones no de ley que, en esencia, solo sirven para enrojecer durante unos días al Gobierno y evidenciar su orfandad, Y también el dirigente catalán se hace presente en el interminable por delicado debate sobre la financiación autonómica como si fuera un presentimiento de su destino. Los barones provinciales de los dos partidos mayoritarios no le quitan el ojo a estas negociaciones de tanteo porque temen que, en el fondo, todo se esté reduciendo a buscar una salida que calme económicamente a Catalunya. Y es que la sombra del procés seguirá siendo muy alargada.