Felipe González, ese autodenominado jarrón chino que pasea su presidencia emérita por yates y conferencias a doblón, se ha pronunciado sobre el más que delicado momento institucional catalán con una gracieta. “¿Podemos hacer que un elefante fuera el president de Catalunya porque no lo impide el reglamento?”. Una ocurrencia saludada por sus lacayos mediáticos con aplausos, ovaciones y fascinación por tanta agudeza. Pues mire usted, Don Felipe, si un elefante con su correspondiente deneí, su empadronamiento, su programa electoral y sus papeles en regla presentase su candidatura a la presidencia de Catalunya, pues podría resultar presidente de la República catalana, o del Betis, o de la sociedad Istingorra. Pero, qué le vamos a hacer, su elefante, Don Felipe, no lo ha intentado, ni lo intentará, ni tiene papeles, así que se le ha chafado el chiste.

Es lo que tiene la prepotencia española, que pretende ridiculizar al adversario, rebajar con el menosprecio sus justas demandas y descalificarle con el cachondeo y la frivolidad. Se puede comprobar día a día la barricada mediática y política echando mano de la trivialidad para contener las aspiraciones soberanistas de dos millones pasados de catalanes. Crean opinión reduciendo al absurdo el contenido del procès, resumiéndolo en una atolondrada desbandada de líderes achantados por la inclemencia carcelaria, por la arbitrariedad judicial y por el fracaso del proyecto independentista gracias a la efectividad del artículo 155 de la Constitución española.

Todo lo que hoy día puede leerse y escucharse son improperios contra el refugiado Carles Puigdemont a quien le llueven insultos como piedras ridiculizando sus discursos y vaticinándole una imposible presidencia telemática de ectoplasma. Disfrutan los opinadores unionistas pregonando supuestas guerras intestinas en el seno de PDeCAT, o entre éstos y Esquerra, o entre todos ellos y la CUP, y el cachondeo alcanza tintes de jolgorio con las sentencias del Palau de la Generalitat que, según remachan, inunda de corrupción al independentismo catalán. Olvidan, claro, los torrentes de mierda que desbordan los tribunales sobre el Partido Popular, ese partido dispuesto a gangrenar el conflicto catalán a fuerza de desdén, inmovilismo y porrazos.

El momento político catalán es algo mucho más serio que la caricatura de Puigdemont. Y es que además del president y sus compañeros de Gobierno refugiados en Bélgica, ahí están los cargos electos y dirigentes sociales encarcelados sin culpa ni sentencia.

Ahí está el rigor partidista de jueces y fiscales, que por puro impulso político mantienen unas medidas cautelares absolutamente desproporcionadas, basadas en un delito que no han cometido. Porque si se les acusa de sedición en base a incitación a la violencia por impulsar la movilización multitudinaria en apoyo al referéndum del 1 de octubre, por la misma razón deberían estar en la cárcel los que promovieron la movilización multitudinaria por la unidad de España el día 29 de octubre.

Y esta descarada e injusta discriminación es un hecho lo suficientemente serio como para tomarlo a broma. Y puesto que es la aspiración de la mayoría del Parlament catalán presentar como candidato a president a Carles Puigdemont, sobre quien se ceban las chanzas españolistas, no tiene ningún sentido apelar a que no es lícito gobernar a distancia puesto que los catalanes llevan varios meses con un president llamado Mariano Rajoy, que gobierna Catalunya desde la distancia sin que nadie le califique de ectoplasma, por más que haya abusado del plasma más que nadie.

La coyuntura catalana, por supuesto, es complicada. Pero lo cierto es que las decisiones a tomar deberían ser consecuencia del resultado electoral que, a pesar del ruido mediático en contra, dejó un Parlament con mayoría absoluta independentista que está llamada a gestionar el poder con pura legitimidad democrática. Cierto, también y además, que Carles Puigdemont fue el candidato más votado por esa mayoría parlamentaria y ha sido ratificado por las fuerzas que configuran esa mayoría. Cómo lo vayan a hacer, si es que lo van a hacer, cuál va a ser la sorpresa que nos depara el independentismo catalán en este momento crucial, es algo que se sabrá antes de fin de este mes.

En cualquier caso, por más que la oposición unionista ya ni disimule su irritación, el nuevo procès ha echado a andar con coherencia, normalidad y hasta con prudencia, como se ha comprobado en la constitución de la Mesa del Parlament catalán. Pero la normalidad no ha evitado el sarpullido unionista, que reitera su falta de respeto y su menosprecio parapetado en el primo de Zumosol travestido de 155.