Todo un mar de dudas se cierne sobre el futuro próximo de Catalunya. Paso a paso, el procés sigue adentrándose en terreno desconocido sin que ninguna de las partes sea capaz de pronosticar el punto de destino. Todas las piezas del dominó se van alzando a lo largo del tablero en un recorrido con no pocos meandros, pero todavía no se sabe de qué forma irán cayendo una tras otra. Si el Govern consigue hacerse con la suya, el 1 de octubre se vivirá una particular noche electoral con mucho en juego para la ciudadanía catalana. Tras años de continuos tiras y aflojas, el referéndum de autodeterminación se erige como el punto de inflexión definitivo para dirimir el resultado del partido. Como si se tratara de un choque futbolístico, las dos partes quieren que el 1-O se convierta en un 1-0 a su favor.

Pero cuanto más se acerca la fecha de la votación, más incógnitas surgen acerca de las intenciones reales de los actores implicados, sobre todo en el bando impulsor. Todos los pronósticos apuntan hacia una victoria segura del sí en las urnas si el referéndum llega a producirse, por lo que el plebiscito se contempla como un mero trámite para certificar lo que los estudios demoscópicos ya atisban. Ello hace que las miradas se centren más en el día después que en el día D. El órdago lanzado por los promotores del referéndum apunta a la declaración de independencia, pero muchas voces -incluso en el seno de los soberanistas- dudan de que se llegue a ese extremo o de que vaya a tener alguna consecuencia práctica.

Según lo que se establece en la Llei del Referèndum d’Autodeterminació, la mitad más uno de los votos favorables a la independencia representa un colchón suficiente para liberarse del cordón umbilical y declarar la soberanía del Estado catalán. No hay un mínimo necesario de participación. La norma que impulsa la cita del 1-O prevé esa proclamación en tan solo 48 horas, si bien la ratificación de los resultados se extenderá varias jornadas más. Sobre el papel, las cosas parecen muy claras, pero el currículum completado hasta ahora por el procés arroja muchas dudas sobre el estricto cumplimiento de los pasos previstos.

Desde que el expresident Artur Mas decidiera desentenderse de todo vestigio del autonomismo en CiU y alimentar las tesis independentistas para acelerar la desconexión con el Estado español, el camino ha estado repleto de baches, pasos en falso y abandonos de la nave. El primer amago para celebrar un referéndum de independencia no tuvo el final esperado. Ante los obstáculos colocados por Madrid, el Govern no tuvo más remedio que considerar la consulta del 9-N como “proceso participativo no refrendario”. Además, tuvo un raquítico respaldo por parte de la sociedad catalana -el índice de asistencia fue del 37%-.

El cambio de rumbo de Mas inició la descomposición de la histórica coalición que él mismo lideraba. Unió decidió echarse a un lado ante la fuerte polarización del escenario y Convergència perdió los frenos mientras la actuación de la Justicia le asediaba con acusaciones de corrupción. Desde entonces, el renombrado PDeCAT ha tenido que hacer encaje de bolillos para seguir liderando el bloque soberanista ante los embates de ERC y la CUP.

LA HORA DE ACTUAR El 2-O se convertirá en una prueba de fuego para que el Govern sustentado por Junts pel Sí demuestre mediante hechos concretos y verificables que el camino elegido es inalterable. Al otro lado, Madrid observará con lupa los movimientos confiando en que todo se quede en otro intento fallido. Ningún partido de alcance estatal da crédito a la cita como referéndum vinculante y la comunidad internacional mira hacia otro lado ante una convocatoria unilateral. El viento sopla en contra de los independentistas y lo hace fuertemente.

Contando con que la votación no servirá para declarar la independencia de Catalunya, desde la capital española todos los actores se afanan en preparar sus respectivas posturas. Los partidos estatales propugnan sus propias recetas para mitigar las tensiones. Sin embargo, la diversidad de ofertas y el equilibrio de fuerzas en el Congreso no vaticina una respuesta común que satisfaga a las fuerzas soberanistas catalanas tras el plebiscito. Mejoras en la financiación, reformas constitucionales, mayor autonomía, reconocimiento de las nacionalidades... En definitiva, toda una macedonia de opciones en las que los independentistas prefieren no detenerse a mirar encomendándose al resultado del 1 de octubre. ¿Cumplirán con lo prometido o hay un plan B?

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horas desde el referéndum de independencia es el margen que establece la Ley del Referèndum d’Autodeterminació para proclamar la soberanía del Estado catalán en caso de que el sí logre sumar más papeletas que el no. No obstante, las previsiones para la ratificación de los resultados del 1-O apuntan a que no se podrán considerar definitivos hasta pasados unos días más.