sin rodeos: la ciudadanía catalana tiene derecho a pronunciarse sobre si quiere o no constituir un Estado propio. Pero sinceramente, creo que a pesar de los esfuerzos de las instituciones catalanas y de la mayoría del Parlament nos vamos a quedar con las ganas. No se volverá al casillero de salida, a aquella primera Diada multitudinaria que dio un aldabonazo tras la decisión del Constitucional español de anular lo que la ciudadanía ya había refrendado. Los años no pasan en vano y aunque ocasionalmente todavía alguien se acuerda de pronunciar la palabra “diálogo”, hace tiempo que la cuestión catalana se ha llenado de otros vocablos mucho más agresivos.
En una suerte de ensayo general para la cita con las urnas del 1 de octubre (ya nadie duda de que se instalarán) dentro de nueve días llega otra Diada y veremos por segunda vez en menos de un mes las calles de Barcelona a rebosar. Catalunya vive en la calle desde hace años. De hecho, son los mensajes lanzados desde las tribunas instaladas en calles y plazas los que destacan por encima de las palabras que se pronuncian en el Parlament.
Recuerdo que hace cuatro meses me dijo Artur Mas en el programa En Jake de ETB-2: “lo que empieza en la calle, debe terminar en la calle”. Respondía así a la pregunta de si era posible uno de esos acuerdos exprés cocinados en reuniones más o menos secretas y que pudieran enfriar esa olla a presión en la que se ha ido convirtiendo Catalunya en los últimos años. Mas lo descartaba.
Pero las urnas no son exactamente “la calle”, o lo que entendemos por “la calle” en términos políticos. Un referéndum, una consulta, unas elecciones, son precisamente una manera de canalizar eso que llamamos “calle” y que alude a una realidad desordenada, pasional, a veces tumultuosa? hasta que llegan las urnas. Apelar a la “calle” o a “la gente” es propio de quien prefiere no contar y detrás suele estar la intención de arrogarse la representación unitaria de lo que no es tan homogéneo.
Por eso sorprende que quienes abogan por la defensa institucional, por poder contar qué piensan cuántos y trasladar esa voluntad a donde debe ser convertida en decisiones políticas, sean los más reacios a pasar de la calle a la urna, y de la urna al legislativo, y de éste al ejecutivo. Mientras no se admita con naturalidad este camino impecablemente democrático, el sistema mostrará sus costuras. Y puede que hasta salten y se rompan.