Existen muy pocas cosas tan irracionales y execrables como atentar indiscriminadamente en nombre de lo que sea contra personas que, simplemente, tuvieron la mala suerte de estar en el sitio equivocado en el momento equivocado.

Cabría, por lo tanto, esperar que la respuesta ya sea institucional, ya sea política a hechos de esa naturaleza, se limitara a expresar las condolencias a los familiares de las víctimas mortales y trasmitir su apoyo a todas las personas afectadas.

Pues bien, nada más lejos de la realidad en relación con los atentados de Barcelona y Cambrils del pasado mes de agosto, donde la búsqueda de réditos políticos ha sido tan constante como indisimulada desde el mismo instante en el que quedó claro que era un atentado yihadista y no un atropello accidental. Como muestra, tres ejemplos:

En primer lugar, la polémica en relación con el uso del catalán en las distintas comparecencias en los medios de comunicación de los responsables de Interior y de los Mossos. Desde el tuit de la cuenta oficial de la Policía Nacional en el que se acusaba a los mossos de escribir en castellano lo realmente importante hasta las bobadas del inefable Mayor Oreja, los sectores más recalcitrantes del monolingüismo español quisieron arrimar el ascua a su sardina y volver a menospreciar el catalán en favor de un, por lo visto, minorizado castellano.

En segundo lugar, las constantes apelaciones a la unidad apenas transcurrieron 24 horas del atentado. ¿Unidad? Claro, por supuesto, pero ¿quién ve ausencia de unidad en relación con atentados de estas características? Salvo los propios autores de la masacre, y algún que otro iluminado que de tanto contextualizar ha pasado a justificar; ningún partido, sindicato, asociación o religión apoya actos de esta naturaleza, por lo que la unidad está garantizada de saque. Así pues, ¿qué unidad era esa? ¿Una que exigía vitorear a Rajoy y a Felipe VI en la manifestación? ¿Una que prohibe poner de manifiesto el cinismo de condenar un atentado pero negociar con algunos países que financian organizaciones terroristas? ¿O al fin, y muy probablemente he aquí el quid de la cuestión, unidad era, en el caso catalán, abandonar el procés porque ha habido un atentado?

Mucho me temo que tras esa apelación a la unidad lo que se pretendía no era remar todos en la misma dirección para que los de Barcelona y Cambrils fueran los últimos atentados en Europa, sino aprovechar una situación tan trágica para obtener un beneficio político, algo que, por desgracia, los vascos conocemos bien.

Y en tercer, y al menos de momento, último lugar, tenemos la famosa revelación del espionaje norteamericano sobre la amenaza de un atentado inminente en La Rambla y el afán de culpar a los Mossos d’Esquadra de no haberle dado la credibilidad que, visto lo visto, habría que haberle dado.

En relación a este tema cabría matizar dos cuestiones: una, que el aviso no se hizo solo a los Mossos sino que transitó por todas las agencias españolas que debía transitar y que nadie hizo nada al respecto. Y dos, que ello tampoco es excusa para que los Mossos, tirando balones fuera, resuelvan la cuestión con la denuncia de una supuesta campaña de desprestigio.

Solo he expuesto tres ejemplos de la nefasta gestión de los atentados, pero existen más, claro: la visita de los reyes a los hospitales con legión de fotógrafos detrás; la polémica de los bolardos; las esteladas y rojigualdas en una manifestación contra el terrorismo, los brotes de islamofobia, etc.

Conclusión, que la política, una vez más, no ha sabido estar a la altura de las circunstancias. Eso sí, luego nos dirán sin asomo de sonrojo en sus mejillas, que para ellos y para ellas lo más importante, siempre, son las víctimas. En fin.