La muerte, todas las muertes, provoca una conmoción por más que sea previsible, una conmoción aún más intensa cuando se produce de forma inesperada, o súbita, o violenta. Cierto que la muerte es un hecho natural e ineludible pero, cuando llega, sus efectos se expanden trasladando a su entorno un sentimiento de tristeza, desamparo y ausencia definitiva.

A la muerte, a todas las muertes, la hacen especial las circunstancias. Y las circunstancias de la muerte de Kepa del Hoyo no pueden ser más extremas. Morir joven, morir de forma repentina y morir en una cárcel distante son detalles que penalizan una biografía y añaden aflicción, impotencia e indignación a su gente.

Kepa del Hoyo, vecino de Galdakao, llevaba 19 años en prisión y fue condenado a 30 bajo la acusación de pertenencia al comando Bizkaia de ETA. Tras pasar por varias prisiones, fue internado en la cárcel de Badajoz en la que llevaba ya quince años. Con 46 años, un hijo, preso a 703 kilómetros de su pueblo, con la incertidumbre de una condena aún por saldar, la muerte le ha sobrevenido sin ver cumplido ninguno de los proyectos que le impulsaron a implicarse en una lucha que le llevó a la cárcel.

Según todas las informaciones, Kepa del Hoyo falleció el pasado 30 de julio a consecuencia de un infarto de miocardio cuando practicaba deporte en la cárcel de Badajoz. Al parecer, no se habían producido previamente circunstancias médicas que pudieran indicar riesgo alguno de infarto, por lo que su fallecimiento ha sido imprevisible. Así han ocurrido los hechos, pero a nadie debería extrañar que la muerte de un preso adscrito al Colectivo de Presos Políticos Vascos (EPPK) provoque inmediatamente una conmoción social y política que no solo remueve sentimientos, sino que da pie a pronunciamientos de parte y a movilizaciones.

Una vez más, la muerte de un preso por su vinculación a ETA ha estimulado el cruce de reproches políticos y el discurso crispado señalando culpables y cómplices, sin reparar en el grave deterioro que crea en la convivencia el aprovechamiento de un suceso tan lamentable. Las declaraciones de algunos dirigentes políticos y el nauseabundo anonimato de las redes sociales nos hacen retroceder a tiempos ya superados. Ni la injusta dispersión ha asesinado a Kepa del Hoyo como denuncian dirigentes de Sortu, ni el galdakaoarra merecía pudrirse en la cárcel según el deseo que expresan fascistas en sus tuits. Y ello, sin que quepa ninguna duda sobre la perversidad de la dispersión que padeció, ni la perversidad de los delitos que se le atribuyeron.

Ante la muerte inesperada de Kepa del Hoyo en la remota cárcel de Badajoz, por encima de cualquier utilización partidista, una sociedad madura debería hacer un ejercicio de empatía y ponerse en la piel de sus allegados que son los que van a sentir más profundamente su vacío. Ese ejercicio de empatía requiere la reflexión objetiva de las circunstancias de su muerte súbita, una muerte carcelaria en la soledad, la lejanía, el aislamiento, la lucha desigual, la falta de cuidados, la terrible dureza acumulada de 19 años de régimen penitenciario sin más entorno que la represión, el desprecio, la venganza de sus guardianes, mientras durante tantos años afuera la vida sigue, la vida cambia, mientras en el penal los días son infinitamente iguales y hasta las visitas le dejan a uno un poso amargo tras un viaje azaroso e interminable.

Ante la muerte de Kepa del Hoyo, y no solamente entre quienes se reconocen compañeros ideológicos, la sociedad vasca debe hacer un esfuerzo de empatía para sentir su fallecimiento en tan adversas circunstancias y compartir el dolor de sus familiares más allá de la afinidad política. La muerte de Kepa del Hoyo ha sido una tragedia, una siniestra fatalidad que ni Kepa ni ningún otro preso debería haber padecido.

Lejos de esta necesaria empatía que dignifica a nuestra sociedad quedan las manifestaciones derivadas hacia la confrontación política, así como las vueltas de tuerca con las que amenaza el ministro de Interior que cierran las puertas a cualquier solución. La persistencia en actitudes contrarias a la distensión solo sirve para perpetuar espacios vitales tan hostiles como los que han rodeado a Kepa del Hoyo desde hace 19 años hasta su muerte.