La pasada semana Txiki Muñoz fue reelegido como secretario general al frente del sindicato ELA para un tercer mandato y la ponencia aprobada en el Congreso del sindicato mayoritario guiará su actuación en los próximos años. La impronta política de sus manifestaciones y del contenido de la propia ponencia se plasma en la crítica expresa al Gobierno Vasco, a los que califica como “neoliberales vascos”. Y afirma también que “no son soberanistas porque destruyen la soberanía de los pueblos”. De este modo, y sin que quepa por ello reproche alguno, la línea argumental del dirigente de ELA claramente se orienta en desplazar del centro de su actuación la dimensión o la propia acción sindical para pasar a priorizar la opción por el cambio de modelo político.
No cabe reproche porque la política no se agota en los políticos. Pero si cualquier agente social entra en el debate político queda sujeto lógicamente a la posibilidad de crítica en clave política. No es éste el objetivo de esta reflexión, sino el hecho de subrayar las derivadas que surgen tras la utilización por parte de ELA del mantra de la negociación colectiva y a la vez y sorprendentemente su deliberado bloqueo de la negociación sectorial empleado en realidad como herramienta de pugna intersindical.
¿Por qué rechazan conformar foros estables e institucionalizados de diálogo tripartito? Porque en su concepción maximalista aceptar ese paso supondría un respaldo implícito, un aval al statu quo político cuya modificación es su prioridad. ¿Respaldan este posicionamiento las bases del sindicato? ¿Cómo hacer compatible esa inercia rupturista con la exigencias derivadas de las nuevas competencias profesionales, la flexibilidad interna de las empresas o la cualificación a lo largo de la vida?.
Ante este emplazamiento sindical al resto de la sociedad vasca, personalizada en el lehendakari Urkullu y los miembros del Gobierno, las preguntas que cabe hacerse son básicas: ¿y ustedes, como fuerzas sindicales, qué proponen y aportan para el logro de los objetivos que proclaman? ¿Pueden contribuir a favorecer la competitividad de las empresas desde planteamientos en positivo y corresponsables? ¿Quién no lamenta el cierre de empresas? ¿Hay alguien en la sociedad, empezando por el propio empresariado vasco, deseoso de ver finiquitado un proyecto empresarial y caer en la disciplina de la pobreza que caracteriza a sociedades desindustrializadas como la cubana o la venezolana?
La reivindicación sindical en torno al empleo ha de estimarse oportuna y además entronca plenamente en su ámbito de actuación, pero ¿de verdad cree alguien en este país que, como se afirma por parte del secretario general de ELA, Txiki Muñoz, no hay más salida que la reivindicación sindical y social para defender las condiciones de trabajo de las personas y sus empleos? ¿De verdad cree alguien que, como se afirmó no hace muchos meses por el propio sindicato, nuestro sistema vasco responde a un modelo tercermundista que no apoya la actividad industrial?
Debemos comenzar por reconocer todos, con humildad y menos soberbia personal y corporativa que nadie tiene la solución mágica para la revitalización del empleo y su configuración como empleo estable y de calidad. Cabría descender al nivel de reproche individualizado, pero para dejar de lado energía negativa podría al menos afirmarse que ni patronal, ni sindicatos, ni gobierno, ni universidades, ni agentes sociales han sido capaces de gestar un clima social capaz de asumir que hemos de sentar un nuevo tiempo en torno a la empresa como motor de riqueza social, una nueva etapa basada en el respeto recíproco y en la ética de las relaciones laborales, poniendo a la persona por encima de cualquier otro factor.
Y en este contexto, y con todo el respeto a la libertad y a la acción sindical, me pregunto por qué la lícita y respetable crítica social que realiza el máximo dirigente de ELA intenta convertirse desde el estrado (no, por cierto, desde el mundo real de la toma de decisiones política o empresariales) en un listado de inacabadas lecciones que no proponen en realidad verdaderas soluciones a la falta de dinamización de empleo que preocupa a nuestra sociedad vasca y se limita una vez más a lo fácil: reivindicar con beligerancia la necesidad de una política industrial “real” y sacudir y derivar la responsabilidad del problema hacia terceros, cuando las dos fuerzas sindicales mayoritarias no terminan de definir su modelo alternativo al actual, y cuando a la vez no son capaces siquiera de sentarse a debatir sobre ella y sobre el clima de diálogo social necesario para generar un contexto que facilite y potencie el marco empresarial sin menoscabar los derechos de los trabajadores. Reclamar una nueva política y no sentarse a debatir sobre la misma es, cuando menos, llamativo e incoherente.
Frente a lo conocido y previsible discurso añejo del enfrentamiento cabría proponer salir de las trincheras y de la confrontación. No esperemos que la inercia solucione el serio problema que afecta al futuro de nuestro modelo empresarial y social, huyamos de enquistados planteamientos que a nadie favorecen dentro de la empresa, superemos recetas pasadas y obsoletas y trabajemos todos para generar un clima de confianza recíproca dentro de cada empresa donde todos puedan aportar propuestas, coparticipar en gestión y proponer soluciones para ser más competitivos como proyecto empresarial que ponga el acento y el protagonismo en las personas, no en el binomio empresario/trabajador.