tambores de guerra atronan sobre una realidad política de pálpito acelerado. Ecos de sacudidas propias del nuevo rumbo emprendido obstinadamente por el PSOE y que buscan un efecto real más allá de la efervescente repercusión mediática. Una interminable catarata de gestos donde se entremezclan el impacto semántico de esa plurinacionalidad difícil de explicar incluso para Adriana Lastra, la yenka sobre el convenio UE-Canadá o el látigo parlamentario del verbo incisivo de Margarita Robles. Una carrera desenfrenada, en definitiva, para rehabilitarse de una vez en el liderazgo de la izquierda a cambio de alentar más de una duda sobre la consistencia del discurso y la viabilidad de sus ilusiones. De momento, una victoria emblemática: la reforma de RTVE será un hecho asestando un golpe estratégico al PP porque le supone una derrota de hondo calado: desnuda su soledad y le deja sin su cortijo mediático.

Con el viento de cola a favor por su renovación, el PSOE exprime el tiempo de los gestos, del efectismo escénico, de su apuesta por una nueva mayoría.

En este contexto se verán el próximo martes Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, posiblemente los dos políticos más predispuestos al oportunismo táctico por encima de su mutuo recelo. Rivales para siempre, aunque ahora se tuiteen, saben intencionadamente que su cita desbordará decenas de cámaras ávidas de una ansiada imagen que simbolice el punto de partida de una imparable operación de desgaste del Gobierno del PP. La rama, sin embargo, debería dejar ver el bosque. Hay riesgo de que tanta expectación quede reducida a fuegos de artificio. Sobre todo en un Parlamento de tan complicados intereses para un entendimiento efectivo. Sin la compañía de Ciudadanos, cualquier empeño de los socialistas de nuevo cuño izquierdista y de la coalición emergente se asoma al abismo. Mientras el partido de Albert Rivera se busca a sí mismo, Mariano Rajoy se expone a heridas de pronóstico leve como las sufridas esta semana, pero jamás será empitonado de gravedad.

En el Congreso se siente por sus cuatro enrevesadas esquinas el escepticismo sobre el nuevo discurso de Sánchez. La conversión a la plurinacionalidad del líder socialista contribuye sobremanera a este ánimo de desconfianza. Es posible que el grado palpable de desconfianza a su propuesta -en el radicalismo catalán sencillamente lo abominan- encuentre sus raíces en la endeblez de su base ideológica, en el imposible enjuague metafísico que entrañan sus principios y que despista incluso a quien lo defiende. Quizá este alejamiento de las apuestas de Estado -patético por simplón el criterio cambiante en un tema de tan hondo calado como el tratado con Canadá- fundamente el descortés retraso del presidente del PP en recibir al líder socialista. Más allá de que esté preparando su comparecencia del próximo mes ante los jueces, Rajoy debería disponer siquiera de una hora en su agenda para no ensanchar más el mutuo desprecio personal y político que ambos dirigentes se profesan. En una legislatura de alto voltaje, demasiado enmarañada, nadie parece dispuesto a rebajar el diapasón de los despropósitos.

Tampoco es una bocanada de aire fresco que Sánchez resucite su fallido propósito de caminar hacia la Moncloa junto a Podemos y Ciudadanos. Hasta él mismo sabe que es imposible ahora y más tarde. El odio entre Iglesias y Rivera es africano. No hay mesa donde se les pueda sentar más allá de ese par de exhibiciones para la galería cuando llegan las elecciones. Así es imposible tejer una mínima complicidad de garantías de futuro. Por el camino habrá acuerdos puntuales para abofetear al PP en medio de la algarabía del respetable ávido de encontrar petróleo informativo donde solo hay fango, pero nada más. Rajoy no se inmuta ni por reprobaciones de sus ministros ni por la vergüenza de la amnistía fiscal. Cuando un presidente de Gobierno relega a la nimiedad en sede parlamentaria un varapalo del Tribunal Constitucional, las expectativas de regeneración democrática palidecen. Quizá sea una reminiscencia propia del desprecio adherido durante cinco años de mayoría absoluta, o tal vez la simple convicción de impunidad. En todo caso, más munición para la ofensiva del batallón enemigo, que transita concienciado en asfixiar al PP, pero dividido para darle la puntilla. En paralelo, estos interminables cantos de sirena a las aproximaciones desde la izquierda competirán en titulares con el auténtico quebradero de cabeza para el Estado: cómo se evita que las urnas salgan el 1 de octubre de sus almacenes en Catalunya.