Mariano Rajoy desprecia los chismes. A la democracia, en cambio, los chismes le afectan.

Cuestión de valores éticos. Así resulta más fácil de entender porqué el presidente se

enrabieta cuando los periodistas solo le preguntan por su declaración sobre la Gürtel o las pringosas maniobras de un fiscal Anticorrupción en paraísos fiscales. A él únicamente le interesa hablar de esos Presupuestos que ha conseguido aprobar a pecho descubierto cuando nadie -incluidos muchos en su propio partido- daba un euro por su suerte. Cree que eso es lo importante, o incluso acerca de esos cualificados datos macroeconómicos -no los sueldos- que le reafirman ante la Unión Europa como un estratega acertado. Pero la calle transita entre la indignación y la inquietud en medio de un interminable agrio debate político y social avivado por las nuevas entregas de corrupción que desestabilizan sobre todo los cimientos del PP; la derivada inmediata en la politización irritante de la Justicia; el incierto futuro de Catalunya y la intrincada inestabilidad del primer partido de la oposición. Toda una bomba de relojería que inunda las redes sociales mientras los Presupuestos apenas se hacen un hueco por la equivocación de Rajoy con las teclas y la histérica rotura del sillón de un parlamentario. Las paradojas se han apoderado del presidente sin quererlo. Precisamente cuando se había asegurado con el apoyo de hasta siete partidos esa tranquilidad presupuestaria que todo gobernante sueña para el resto de la legislatura siente cómo le señalan con el dedo, hasta le ningunean como un ciudadano cualquiera. Al presidente no se le reconoce el mérito, no se le aplaude. Incluso, hasta le persigue una sombra de sospecha como se desprende de esa resolución judicial sobre su comparecencia de testigo en un caso de financiación irregular que es para muchos tan arbitraria y politizada, pero no menos que ciertas decisiones del Fiscal General del Estado, las frivolidades del osado Moix o las torpes injerencias del reprobado Catalá.

Así las cosas, es comprensible que en el trajín del Congreso se respira de todo menos tranquilidad. El tiempo agónico de lo inesperado, del sobresalto permanente, de la incertidumbre se ha apoderado de la realidad en medio del murmullo. Nadie sale indemne de tan inquietante coyuntura. Rajoy y Pablo Iglesias, de hecho, esperaban que ganara Susana Díaz las primarias del PSOE para acompasar de inmediato sus respectivos intereses y resulta que quien resurge victorioso es Pedro Sánchez con mando en plaza, sí, pero lastrado por la incógnita que se encierra en sus vacilaciones ideológicas, tan condicionadas siempre por el oportunismo. De rebote, entre los socialistas tres de cada cuatro diputados contienen ahora mismo el aliento porque después de haber apostado a caballo perdedor auguran temerosos el alcance de la guadaña de los sanchistas ávidos de venganza y que a buen seguro llegará con toda crudeza después del Congreso Federal. Se trata de una marea incesante que engulle incluso a Podemos. A los emergentes les atormentan las dudas internas sobre el fundado riesgo de ridículo que amenaza a su inmediata moción de censura contra Rajoy. Derrotada de antemano en adhesiones, apenas encontrará el eco en el beligerante portavoz del PP como muestra de desprecio absoluto, pero puede habilitar un espacio para que el nuevo PSOE emerja con verso propio. Por tanto, esperan nuevos capítulos de convulsión política, propios de mayorías complicadas pero a la que contribuyen algunos jueces y fiscales con un descarado protagonismo poco consecuente con la separación de poderes.

La Justicia española se ha hecho un hueco tan descarado en la acción política que resulta nefasto. Peor aún, la trascendencia poco ejemplar del comportamiento de altas magistraturas muy señaladas es capaz de desbaratar no solo la imagen democrática de un Gobierno sino hasta deslucir sus aciertos de gestión. Rajoy parece demasiado obsesionado en parapetarse en una sumisa estructura judicial que mitigue al máximo de lo imposible y sin reparar en gestos las sacudidas de la corrupción que le persigue inexorablemente. El entramado favorable estructurado por Catalá desde la Fiscalía General del Estado pasaría muchos apuros durante la prueba del algodón de la independencia judicial. Ante semejante desvarío es imposible desviar la atención hacia los Presupuestos y mucho menos mantener la atención máxime cuando ya se sabía el resultado final del partido. Por eso los chismes acaban por interesar mucho más.