A estas alturas del proceso catalán, pareciera que todas las cartas deberían estar sobre la mesa y boca arriba. Nada de eso. Las cartas vuelan. Se escriben, se mandan y se queda a la espera de respuesta, que llega en forma de carta. Del órdago a la amenaza. El género epistolar ha sustituido al diálogo. Con el país en vilo, se ponen a jugar a las cartas. Puigdemont escribe a Rajoy. Rajoy responde a Puigdemont. La CUP escribe a Puigdemont. Hasta Otegi y Maddalen Iriarte escriben una imposible carta abierta a Catalunya que no es sino un mensaje a ellos mismos. Todos juegan con cartas marcadas.

Lo curioso es que tanto el president de Catalunya como el presidente español hablan, en sus misivas mutuas y respectivas, de diálogo y de alcanzar un acuerdo. Claro que lo hacen de espaldas al otro y en claves tan dispares que no son sino brindis al sol. Hablemos, pero con mis reglas. Pactemos, pero según mis normas sagradas.

Repartido el juego, enquistadas las posiciones en un absurdo homenaje a aquel titular de una revista satírica vasca de hace muchos años -Para qué vamos a dialogar si podemos resolverlo a hostias-, solo queda una especie de milagro, siquiera por el miedo al desastre, un desestimiento por una de las partes o, en última instancia, la activación de “todos los instrumentos del Estado” para impedir el referéndum, como advirtió el Ejecutivo de Rajoy. Tuvo que ser, precisamente, la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, la que lanzara la amenaza. No el presidente ni la vicepresidenta ni el ministro de Justicia. No. Tal cometido ha recaído en la máxima responsable de las Fuerzas Armadas, del Ejército, que, como todos sabemos ya de memoria, tiene encomendada constitucionalmente, según el artículo 8, la sagrada “misión de garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”. Es verdad que es muy posible que la sangre no llegue al río, pero la advertencia es más que clara y en ningún caso improvisada.

Este peligroso juego va muy en serio. Se trata de las cosas de comer, de vivir y de convivir. Hace falta política.

En su desafortunada carta a Catalunya, Otegi e Iriarte citan al lehendakari Aguirre, cogiendo al vuelo y sin tino una referencia que había hecho Ibarretxe: “Nosotros, siempre con Catalunya”. Supongo que se refieren a este episodio que el propio Aguirre narra en su obra De Guernica a Nueva York pasando por Berlín: “...el 4 de febrero por la mañana salía el presidente de Cataluña señor Companys por el monte, camino del exilio. A su lado marchaba yo. Le había prometido que en las últimas horas de su patria me tendría a su lado, y cumplí mi palabra”, escribe Aguirre. Esperemos que se impongan el diálogo y la democracia y que ningún otro lehendakari tenga que acudir a las últimas horas de la patria catalana. Ni de la vasca.