Nadie dijo que iba a ser fácil. Cuando los fundadores de Sortu decidieron aceptar la legalidad vigente en todos sus extremos, incluidas la Constitución y la Ley de Partidos, eran previsibles futuras contradicciones e incomodidades internas. Durante décadas, la convicción inicial independentista y progresista se desarrolló con adherencias estalinistas, autoritarias, fanáticas y violentas, que fueron modelando a tres generaciones de vascos adscritos al sector social que se identifica con la izquierda abertzale. Sería injusto infravalorar la aportación de este sector, tanto en el impulso cultural como en la conciencia nacional, la justicia igualitaria, o en otros aspectos sectoriales como la ecología, el feminismo o el ejemplo de firmeza en las propias convicciones. Sin embargo, es evidente el rechazo mayoritario a la forma de expresar públicamente sus reivindicaciones, a su estrategia de tierra quemada, a su respuesta con intimidación al adversario.

El trascendental -y valiente, y arriesgado- paso dado por los dirigentes de Sortu, sin embargo, chirría cuando se hacen oír algunos irredentos que por inercia siguen echando mano de las viejas estrategias que sobrepasan a la simple libertad de expresión. Los portavoces del partido que sustenta a EH Bildu reiteran que no hay que mirar atrás, que estamos en un nuevo tiempo, cada vez que se les recuerda su pasado de complicidades, o cada vez que salta aquí o allá un ramalazo de kale borroka. “No pertenece a nuestra estrategia”, repiten, tras un incendio intencionado, o un asalto a bienes públicos, unos sin firma, otros con autógrafo de Ikasle Abertzaleak. No lo aprobamos, no van de acuerdo con los tiempos nuevos ni las estrategias nuevas. ¿Nuevos tiempos? ¿Seguro?

Hasta ahora, la vuelta a las viejas estrategias se les atribuían a elementos aislados, o incontrolados, o adscritos a ATA, siempre al margen de la disciplina de Sortu. Esta vez no. Esta vez han sido jóvenes de Ernai quienes firman las pintadas ofensivas en los batzokis, convocan a escrache ante Sabin Etxea, o pringan de basura y pintarrajean las paredes del GBB. Y Ernai, tienen que reconocerlo, se constituyó en 2012 con la presencia de notorios dirigentes de Sortu y asumiendo la ponencia Zutik Euskal Herria, base del partido que aglutina a la izquierda abertzale. A Ernai, como a Sortu, debería reclamársele la adecuación a ese nuevo tiempo al que tanto apelan, pero sus últimas actuaciones sí que retrotraen al viejo tiempo del insulto, la intimidación y la provocación.

Esta vez los portavoces de Sortu no han podido echar balones fuera, como si la cosa no fuera con ellos. “No es para tanto”, “Esto no es Alepo”, “Es una reacción desproporcionada”, “En Europa no se hubiera magnificado tanto”, han sido expresiones con las que han salido del paso. Pudiera entenderse así, si no fuera porque la sociedad vasca tiene fresca la memoria de consecuencias trágicas y de reacciones desproporcionadas que han ocurrido, cuando ese sector social sostiene una posición estratégica que desde la dirección se traslada a las bases. Esta sociedad no se ha olvidado de la Autovía de Leizaran ni del Tren de Alta Velocidad, y ahora asiste con recelo, con desconfianza y con indignación a los efectos de esa oposición frontal que, como elemento estratégico, se mantiene contra la incineradora.

La Autovía, con un acuerdo más deficiente que sensato, acabó por construirse y quienes se opusieron ahora transitan por ella sin reparos. Aquella oposición comenzó con concentraciones y manifestaciones, para subir el listón de la quema de maquinaria hasta que ETA intervino con muertos sobre el asfalto. El proyecto del TAV siguió el mismo camino de manifestaciones, quema de maquinaria y algún empresario asesinado, como Iñaki Uria. La intermitencia de su construcción casi ha aliviado la presión contra el proyecto, de momento. El proyecto de incineradora para solucionar el problema de los residuos en Gipuzkoa fue paralizado por EH Bildu mientras gobernó la Diputación sin propuesta de alternativa y con decenas de millones de euros de los ciudadanos donostiarras pagados como indemnización a las empresas adjudicatarias. Hasta este momento, todo ha valido para mantener el posicionamiento estratégico contra la incineradora, un proyecto que será discutible, incluso cuestionable, pero que la mayoría democrática expresada en las urnas ha decidido aprobar.

No pretendo equiparar la actuación del grupo de héroes enmascarados a las dramáticas consecuencias vividas tras la oposición encarnizada a otros proyectos e infraestructuras, pero la memoria de pasadas atrocidades obliga a permanecer inflexibles ante unas actuaciones que se sabe cómo empiezan pero no se sabe cómo pueden acabar.

“No es para tanto”, dice Sortu, pero en este supuesto nuevo tiempo ya va siendo hora de que aprueben esa asignatura pendiente. No les vaya a ocurrir como al PP, que todavía no se atreve a condenar el franquismo.