La historia negra de ETA cierra capítulo y casi libro. Aún falta el epílogo. Ya costaba entender que al mismo tiempo que una organización armada cuya finalidad era usar la violencia para lograr objetivos políticos anunciaba que a partir de ese momento, octubre de 2011, renunciaba a su actividad no explicara cuál era el sentido de su persistencia.
Un lustro después, con el desarme, aún resulta más inexplicable que las siglas, sí,hasta las siglas duelen a la inmensa mayoría de la sociedad vasca, persistan. Nos dicen que habrá más pasos, que hay que asumir riesgos, y al mismo tiempo se produce un debate entre no sabemos muy bien quiénes para escribir ese epílogo. Lo único lógico de este decadente final es que nadie quiera pasar a la pequeña historia de este doloroso disparate como el protagonista que apagó la luz y cerró la persiana.
En el capítulo de agradecimientos de ese libro que cerraremos en breve con el epílogo deben figurar miles de nombres: el de todos los que se opusieron durante décadas a esa carrera loca. Pero no, nunca, los que aún tratan de justificar (que no explicar) que en su momento los crímenes tenían pleno sentido. Ese es uno de los retos que tenemos por delante, insistir en deslegitimar toda expresión de violencia para poder buscar puntos de encuentro sólidos entre todos y conjurar así el improbable riesgo de reproducir esa lacra.
Porque hoy, nueve de abril, al cerrar ese libro abrimos otro con muchas páginas en blanco que tenemos que ir escribiendo entre todos. El plan de Convivencia y Derechos humanos presentado esta semana por el Gobierno Vasco es un buen punto de partida, porque arranca de una realidad (la Euskadi sin ETA) y proyecta hacia el futuro la resolución de lo que ETA, bien como responsable directa o bien como excusa, ha ido dejando en el camino: víctimas, abusos policiales, leyes de excepción, presos, etc.
Me cuesta imaginar que ese complicado camino se pueda hacer sin una de las familias ideológicas que componen nuestra sociedad. Las reticencias del PP son comprensibles pero quiero imaginar que en algún momento la lógica que ya atisbó Arantza Quiroga y que le costó el cargo irá ganando terreno. Convendría que para lograr esa integración se desarmara también la idea de que están “fuera de la sociedad”. No. Son sociedad. Ese es uno de los retos a los que nos enfrentamos.
Otro reto muy evidente, que se conseguirá más fácil con esa integración de la derecha en un gran consenso, es desmontar la excepcionalidad que se ha ido construyendo durante estos años; la judicial debe traducirse en un cambio del Código Penal y en una interpretación más acorde con la realidad social por parte de Fiscalía y Magistratura; la penitenciaria con una política orientada a la reinserción desde el respeto escrupuloso a los derechos humanos.