Pasó ya el ritual, la escenificación, el “corte de cinta”, la materialización de una esperada decisión: el desarme. Gran noticia desde la nula empatía y el radical rechazo hacia lo que ETA representó y lo que perpetró. ¿Es posible compartir sincrónicamente esta ambivalente mezcla de sensaciones, de sentimientos, de emociones? Sí. Con frecuencia, y frente a lo que podría pensarse, las buenas noticias provocan sentimientos encontrados, aunque objetivamente representen algo positivo. Desde el alivio ante la evidencia acreditada de lo irreversible de este paso al hartazgo por el tiempo transcurrido pasando por el enfado ante la escenificación con tintes semiépicos de un acto que en realidad sella su macabro rastro de violencia, o en el otro extremo emocional la alegría por lo que representa tal decisión o la esperanza en un futuro que ya es presente.

Por todo eso es muy difícil compartir de forma acrítica y homogéneamente gregaria, como colectivo social, todo lo que ha rodeado a los actos del sábado 8 de abril de 2017. Cada persona lo percibimos y sentimos de forma diferente, de igual modo que los dramas que hemos vivido como sociedad no sucedieron en abstracto sino que los sufrieron, les ocurrió y les sobrevino a personas con nombre y apellidos, no a un ente genérico llamado pueblo vasco. Ante sentimientos encontrados las escenificaciones despiertan también reacciones anímicas opuestas. Es inevitable. La sobriedad es buena consejera ante un contexto emocional tan diverso. Y la dimensión institucional, clave en el éxito de este definitivo paso sale reforzada por encima de las apelaciones a la “sociedad”, a la “ciudadanía”, al “pueblo”. El trabajo callado, silente y profesional de los representantes institucionales, con el lehendakari y su equipo al frente, ha dado sus frutos.

El desarme de ETA representa el fin de ETA. Su desarme, fehacientemente acreditado por terceros y ahora ya validado por las autoridades francesas transforma su “personalidad” jurídica y asociativa. Decaen sus fines, se diluyen porque afortunadamente entrega sus medios. Jurídicamente una asociación que renuncia a sus fines y se desprende de los medios a través de los cuales perseguía tales fines queda disuelta por falta de objeto. Tras el desarme no hay otra alternativa que la autodisolución, porque ya no existe ETA, existe otra cosa, afortunadamente para todos.

El sábado 8 de abril ha llegado muy tarde, demasiado tarde. Pero ha llegado. El panegírico de excusas pretendiendo justificar por qué no se ha hecho hasta ahora no ocultan la esencia de la decisión: unilateralmente declino continuar por la senda de la violencia. Algo importante pero a la vez insuficiente.

El verdadero desarme que necesitamos la sociedad vasca no requiere de verificadores ni de zulos, requiere dosis de coraje moral, de valentía para enfrentarse a su pasado violento y asumir su error y su responsabilidad. Quienes integramos desde nuestra pluralidad ciudadana este pueblo vasco en cuyo nombre nos dice ahora ETA en su carta póstuma que actuó denunciamos su irracional y brutal despotismo simbolizado en un demoledor legado: “Maté por el pueblo y en nombre del pueblo pero sin contar con el pueblo”.