T an premio Nobel de la Paz Juan Manuel Santos como Barack Obama, uno más que otro de la era de antes de Bob Dylan, de cuando los premios sencillamente se otorgaban a quien realmente los merecía, con la única salvedad de mujeres. Los citamos uno como ejemplo de mandatario que no ha podido/sabido -se acepta no le han dejado, también, quién iba a calcular lo de Trump- cumplir una promesa electoral, Guantánamo centro de detención; y el otro modelo de señor presidente que no ha dudado en hacer como de impertérrito que ha perdido un referéndum, pero en mes y veinte días tiene firmado otro acuerdo de paz, lo digo por si éste tampoco gusta, que parece disponer de más.
Tan suelto de natural, el Nobel Santos no sabe a quién hace daño que los presos de ETA terminen de cumplir condena en cárceles más cercanas a sus familias y lugares de procedencia. Es una lástima que no tenga intención de inmiscuirse, tocado con el birrete de la Alfonso X el Sabio ni los tabloides más cavernarios se atreverían a titular en portada que el presidente colombiano está a favor del acercamiento. Los reclusos de la banda irredenta son los delincuentes que mataron, asesinaron, secuestraron y extorsionaron a los que nunca olvida la presión mediática, tantas veces apelando a los derechos humanos vulnerados para entender que pueden mantenerse alejados otros tantos derechos fundamentales.
Tan distintos, el caso de Colombia y el del conflicto propio. Hace poco más de cinco años, el presidente Santos dio saludo transoceánico al anuncio del cese definitivo de la violencia de ETA. Ojalá las FARC tomen ejemplo, escribió en su cuenta de Twitter. Un lustro después, como en una secuencia de realidad paralela, es a él a quien se celebra por su esfuerzo en lograr la paz. Sic. En Madrid.
Colombia tiene ministro para el postconflicto, Rafael Pardo. Colombia renace lleva por lema todo lo que suceda a partir de un cese estable y duradero de la guerra, después de cinco décadas. Las comparaciones son odiosas, sobre todo cuando se está de la parte que sale perdiendo, pero hasta los que votaron que no tendrán que admitir que suena por encima de ellos el silencio de las balas y las bombas. Curiosa la postura de quien defiende los efectos dañinos de la democracia y necesita colocarle adjetivos y circunstanciales a la paz. Los acuerdos específicos no deberían paralizar lo que viene detrás, la reconciliación y la convivencia.