es una especie de frustración que viene de lejos. Los repetidos sondeos, encuestas, euskobarómetros y demás mediciones de los deseos de la ciudadanía respecto a la política vasca, indican una voluntad muy mayoritaria de que lleguen a entenderse el PNV y la izquierda abertzale, en este momento EH Bildu. Sin embargo, hasta ahora no ha sido posible ese acuerdo. El resultado de las pasadas elecciones en la CAV ha situado al PNV como responsable para liderar esta nueva legislatura y, aunque se ha cumplido el ritual de las reuniones conjuntas, una vez más los deseos se quedan en decepción. Ni PNV ni EH Bildu están por la labor. Por supuesto, y como ocurre en estos casos, los reproches irán cruzados, pero la voluntad mayoritaria de esta sociedad merece conocer las claves de este habitual desencuentro.
Lo que se puede deducir de la trayectoria de ambas orillas abertzales es que para el PNV existe un serio problema de fiabilidad respecto a la izquierda abertzale. No considera a EH Bildu un interlocutor fiable para el trabajo institucional, menos aún teniendo en cuenta que hasta anteayer este escenario de la tarea política no pasaba de “parlamentillo vascongado” la izquierda abertzale. Los jeltzales no acaban de creerse que sus interlocutores se hayan tomado en serio las instituciones nacidas de un Estatuto al que han venido combatiendo desde todos los frentes.
Tampoco ve claro el PNV que por parte de la izquierda abertzale esté despejado el camino para un planteamiento definitivo en materia de Paz y Convivencia. Los jeltzales no les consideran suficientemente implicados en la exigencia a ETA para su desarme y disolución, ni se creen que hayan hecho ni vayan a hacer un reconocimiento claro y sin reservas de sus responsabilidades en el pasado. Un pasado demasiado reciente como para pretender echar un manto de olvido sobre décadas de connivencia con una violencia a la que tanto cuesta condenar. En ese mismo terreno de la convivencia, tampoco el PNV tiene clara la actitud de la izquierda abertzale que, según considera, no ha terminado de facilitar a los centenares de personas presas relacionadas con ETA una solución viable y con garantía de legalidad
Y si las desconfianzas jeltzales son de suficiente envergadura como para impedir un acuerdo “de país” que pudiera cuajar en una gobernabilidad compartida, no lo son menos las que baraja la izquierda abertzale a la hora de unir su destino al de un sector social que ha considerado históricamente como antagónico y del que necesita distanciarse
Para empezar, y aunque cumplan el requisito tópico en el juego político de culpar a la otra parte, sería ingenuo ignorar que a EH Bildu no le ha interesado en absoluto un acuerdo de gobierno con el PNV, porque si así fuera dejaría en manos de Elkarrekin Podemos todo el espacio de la izquierda parlamentaria y el liderazgo de la oposición. Un auténtico sueño que ambiciona el partido que presiden en Madrid Pablo Iglesias y aquí Nagua Alba, un prestigio que resultaría intolerable para una izquierda abertzale que lleva tanto tiempo y tanto esfuerzo disputando la hegemonía con los jeltzales. Demasiado regalo para unos advenedizos.
La izquierda abertzale lleva demasiado tiempo, desde su formación, acusando al PNV de ser un partido de derechas, promoviendo un modelo de sociedad opuesto al de los jeltzales. Por más que reconozcan avances sociales, basta leer los principios ideológicos de Sortu para admitir que no están por el “Estado social”, sino por el “Estado socialista”. Un acuerdo con el PNV, por tanto, dejaría a la izquierda abertzale bajo la lupa inquisitorial de ELA y tendría consecuencias para su sección sindical (LAB) y su prestigio como punta de lanza contra la derecha vasca, representada para ellos por el PNV.
Podemos imaginar las enormes diferencias en materia económica que ambas fuerzas habrán constatado en las escuetas reuniones que han mantenido casi de oficio. Unas propuestas que el PNV habrá considerado un alarde de inmadurez como la creación de 40.000 plazas de funcionarios o la barra libre para la percepción de la RGI . Propuestas que para los jeltzales no solamente eran indicativo de la teórica confrontación izquierda-derecha, sino también la constatación de una total inviabilidad.
Como puede verse, no están los tiempos aún maduros para esa lógica y mayoritaria aspiración de la ciudadanía vasca. Al menos, y como paso en el avance del acuerdo abertzale, hay que esperar que ambas formaciones sumen su empeño en lo que les une: el máximo desarrollo del autogobierno y la restauración de la convivencia en este país.