gasteiz - La Academia de las Ciencias, las Artes y de las Letras, Jakiunde, celebra hoy, a partir de las 18.00 horas en el Artium -entrada libre- una mesa redonda sobre las Dimensiones de la Memoria, un evento en el que participarán cuatro académicos de la institución y la directora del instituto Gogora, Aintzane Ezenarro. Juan Pablo Fusi, catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Complutense, hablará sobre la Razón Histórica.

En relación a la violencia en Euskadi, ¿las generaciones que hemos sido testigos de la misma podemos escribir una historia veraz sobre todo lo vivido ?

-Esa es una pregunta que se plantea siempre con respecto a la Historia Contemporánea. De una parte, el contemporáneo de los acontecimientos tiene el conocimiento del clima público, el clima moral, el impacto de los hechos, la realidad cotidiana, y por tanto tiene una sensibilidad para conocer el momento en que han ocurrido los hechos, y los hechos mismos, sin duda superior al historiador que trabaja sobre esos temas con la perspectiva del tiempo. Por otro lado, esa perspectiva del tiempo, sin duda alguna, ayuda a conocer el verdadero final de aquellos acontecimientos, sus consecuencias, que muchas veces los contemporáneos no percibimos; puede que una etapa que creemos terminada no lo esté. Se pierde la sensibilidad del momento, la capacidad de captar el clima colectivo, pero el historiador puede tener acceso a una documentación que el testigo de los hecho no conoció y tiene también la perspectiva de las consecuencias definitivas de aquellos acontecimientos.

Sara Buesa, víctima del terrorismo, ha pedido no diluir las diferentes violencias para construir un relato común, rechaza mezclar la memoria del franquismo y la Guerra Civil con la del terrorismo. ¿Deben concatenarse todos estos hechos? ¿Debe establecerse una frontera clara entre los mismos?

-No hay ningún historiador serio que pueda tener ninguna duda; una cosa es la Guerra Civil y otra la aparición de ETA a partir de 1959 y la opción estratégica a partir de 1968 por la violencia, el terrorismo o la lucha armada. Han pasado varias generaciones y no hay ninguna relación de causa efecto. Cada hecho histórico tiene su propia sustantividad, y por lo tanto una cosa son los muertos en el frente y en las retaguardias, las interpretaciones y responsabilidades sobre la Guerra Civil, y otra cuestión es, casi treinta años después, en un contexto radicalmente distinto, que aparezca en el País Vasco una organización terrorista que a su vez crea una dinámica distinta con víctimas de ETA, una acción policial, y la aparición de grupos contraterroristas que producen víctimas, son cosas distintas.

Estamos en plena batalla del relato en Euskadi. ¿A largo plazo la Historia termina siendo relativamente justa con la verdad?

-Esperemos. Desde Tucídides y Tácito la Historia ha sabido en general poner las cosas en su sitio y dar interpretaciones progresivamente más objetivas y neutrales. Cuando se vive de la excitación del momento es indudablemente más complejo poder explicar bien en su totalidad los acontecimientos históricos, cualquiera que sea su naturaleza.

¿En estas cuestiones descarnadas, que generan sufrimiento, a veces los ámbitos políticos se inmiscuyen demasiado en ámbitos académicos a la hora de narrar lo sucedido?

-Esa es la distinción que se suele hacer entre memoria e Historia. La Historia es una contribución sustantiva al conocimiento, y la memoria, oficial, particular, difusa, conmemorativa, es lo que se quiere que se recuerde en una sociedad, y no lo digo deshonestamente. Un estado puede querer glorificar a Augusto, y los historiadores decir que Augusto fue un desastre, no se si lo fue o no, pero esa es la diferencia. La honra retrospectiva, no siempre hecha desde el poder y la política, cristaliza en mitos y leyendas, y otra cosa es la Historia, que genera un conocimiento crítico basado en documentación y en una conceptualización que trata de precisar lo ocurrido.

¿Cuándo una sociedad sufre un proceso traumático, una vez que se pasa página influye lo sucedido en el comportamiento futuro de esa sociedad o se empieza de cero?

-Hay de todo. Acontecimientos muy dramáticos dejan una huella indeleble en una sociedad, pensemos en la Segunda Guerra Mundial, y hay otros en cambio en los que hay una mezcla de memoria y de olvido. A veces es necesario olvidar determinado tipo de cosas, lo cual no quiere decir falsear ni desconocer lo ocurrido, sino enfriar la emotividad para poder retomar formas de normalidad. En la Historia hay de todo, nunca hay una respuesta unívoca a qué ha ocurrido con acontecimientos dramáticos; se han falseado, se han conmemorado, han impregnado a la sociedad, se han asumido sentimientos de responsabilidad y de culpa, y podría decir lo mismo en negativo. Se han hecho infinidad de libros sobre el Holocausto y su memoria, y la culpabilidad alemana o la culpabilidad polaca. Francia tiene una memoria de la Segunda Guerra Mundial gaullista, una de Vichy, una comunista, una de la Resistencia, y también hay una memoria judía, y todas son verdad o contienen muchos elementos de verdad. Los historiadores saben distinguir muy bien cómo ha ido evolucionando la percepción que Francia ha tenido de esos acontecimientos, cuándo se ha magnificado a la Resistencia, y cuando se ha silenciado el colaboracionismo de Vichy o se ha disimulado el colaboracionismo en el Holocausto, nada se ha escapado al análisis de los historiadores. La Historia aspira a precisar y a poner las cosas en su sitio.

¿Por qué precisamente el País Vasco ha sido el último reducto de Europa en el que han permanecido activos los movimientos nacionales de liberación armados nacidos en los años sesenta?

-Cuando aparece ETA están las Brigadas Rojas, la Baader Meinhoff, no hay excepcionalidad, lo que es excepcional es la estrategia de ETA, su desafío permanente al Estado español hasta el 2011. Ideológicamente no es excepcional, todos los movimientos de liberación nacional posteriores a 1945 se impregnaron de ese lenguaje marxistizante como forma de legitimación de la independencia y del nacionalismo, y ETA tomó muchos elementos de esa ideología de liberación nacional de los cincuentas y los sesentas que redefine el nacionalismo y lo legitima desde ideas revolucionarias. El IRA también se impregnó de ese lenguaje; el IRA de los sesenta no es el nacionalismo de 1916, usa lenguajes de clase, marxistizantes. Creo que ese discurso de estos movimientos son formas nuevas de legitimación del nacionalismo, y es relativamente común en los años sesentas a casi todos los movimientos revolucionarios nacionalistas.