Hidalgo de otros tiempos, Pedro Sánchez ha elegido inmolarse con todas sus razones convertidas en estilete con el que pretende ahora enfrentarse al enemigo interno y exterior del socialismo a cuerpo gentil, frente a una cortina de artillería pesada.

¿Es una muerte-política- honorable lo que busca? El ya militante de base del PSOE se sujetó al mástil para no verse arrastrado en mitad de la tormenta y su tripulación le ha paseado por la plancha. Y, aún así, agarrado a una antorcha en medio de la mar océana, trata de quemar unas naves que ya no son suyas. Tras las lágrimas del sábado, su dolor se tornó en saetas y el domingo las lanzó contra sus enemigos en un espectáculo de prime time televisivo que le sirvió para poner luz sobre lo que muchos susurraban durante meses: el contubernio de intereses de dentro y fuera de su partido, de dentro y fuera de su entorno mediático y de dentro, de muy dentro, del Ibex-35. Puso rostro, hizo aflorar los nombres de sus enemigos pero tiene toda la pinta de haber puesto también en fuga a un buen puñado de amigos.

Pedro Sánchez ya es un outsider del PSOE sin peso orgánico ni corriente que liderar. Si debe haber una corriente crítica en el PSOE, se cuidará de vincular su destino al del exsecretario, que se envuelve en un halo de romanticismo trágico. No ha sacado provecho siquiera a su arrepentimiento, dirigido ahora hacia Pablo Iglesias y hacia los nacionalistas. No fue líder para sostener una alternativa ni para defender esa convicción sobrevenida sobre los hechos nacionales vasco y catalán. No lo quiso ser cuando su espacio de confort pasaba por aceptar la estrategia que le exigió romper con los interlocutores naturales del PSOE, que no eran otros que los nacionalistas. Hizo suya la pretensión de liquidar a las bisagras del bipartidismo y acabó haciendo del PSOE una bisagra más.

A Sánchez no le dan bola en su casa porque sus rivales le han ganado y no se van a plegar a los ritmos que reclama el exsecretario general. Ayer, Javier Lambán -secretario de los socialistas aragoneses y barón de esa comunidad gracias al respaldo de las mismas fuerzas que exigió a Sánchez obviar- le exigió silencio y olvido. Lo único que tiene hoy claro la Gestora socialista es que va a poner tierra de por medio con el congreso que le piden los sanchistas. Meses, por lo menos, mientras se apaga la estrella mediática de quien se ha quedado sin tribunas. Agarrado a su antorcha, Sánchez quiso ser un faro pero hoy acabará marcando el lugar del que, quienes le aplaudieron antes, se alejarán ahora para no hundirse con él.