la organización armada ETA siempre ha pretendido que sus militantes sean considerados como gudaris, en un intento por establecer una autojustificativa conexión emocional con los soldados vascos que combatieron al fascismo al mando del Gobierno de Euskadi en la guerra civil. Sin embargo, en su escalada terrorista, ETA ha llegado a atentar, secuestrar y asesinar a auténticos gudaris que no compartían sus principios y sus métodos.

Así ocurrió hace ahora 30 años, el 2 de noviembre de 1986, cuando varios disparos acabaron con la vida de Genaro García de Andoain, veterano combatiente antifranquista que sufrió persecución, cárcel y tortura y cuyo compromiso con Euskadi le llevó a formar parte del equipo que, ya en los 80, creó el embrión de la Ertzaintza heredera de la Policía vasca del 36. Su muerte tuvo lugar precisamente durante la operación de liberación del empresario Lucio Aguinagalde, otro gudari de la guerra, amigo personal de García de Andoain y a quien ETA tenía secuestrado en una cueva en las faldas del Gorbea.

La resistencia contra el franquismo había unido las vidas de ambos militantes, los dos sufrieron la represión y la cárcel, su compromiso con el país les llevó también a ambos a afiliarse al PNV y a mantener la lucha por sus ideales y, finalmente, ETA volvió a juntar sus destinos trágicamente convirtiéndolos en sus víctimas, al arrebatarle la vida a uno de ellos -Genaro García de Andoain, alto mando de la Ertzaintza- cuando intentaba salvar la del otro, Lucio Aguinagalde, uno de los primeros ‘ertzaiñas’ 50 años atrás y a quien un comando mantenía durante 18 días ya en un “lóbrego y húmedo” zulo.

un resistente Genaro García de Andoain era lo que comúnmente se denomina “un hombre de acción”. Con solo 17 años se alistó en el batallón de gudaris Sabino de Arana. Finalizada la guerra, continuó con su activismo militante, fue asiduo de la cárcel y sufrió durísimas torturas que le afectaron gravemente a un riñón y al oído. Militante jeltzale, en 1944 había trabado una fuerte amistad en la resistencia con quien años después sería primer consejero de Interior del Gobierno Vasco tras la muerte de Franco, Luis María Retolaza, quien le recuperó para la creación de la nueva etapa de la Ertzaintza, nombrándole primero jefe de Tráfico y después responsable de Asuntos para la Policía dentro del grupo denominado entonces Adjuntos a la Viceconsejería de Seguridad (AVCS), bajo cuyo mando se creó Berroci.

“Todo esto, incluida la actividad de García de Andoain, hay que entenderlo en su contexto, que eran los primeros años 80, con todo por hacer. Retolaza buscó gente para empezar a poner el embrión de la Ertzaintza, entre ellos a Genaro, que era un hombre muy activo, con una personalidad muy fuerte. Era muy entregado y hombre muy del país, algo que en aquella época era supernecesario”, afirma Sabino Arrieta, que entonces era viceconsejero de Administración de Interior en el Gobierno Vasco presidido por José Antonio Ardanza. Arrieta destaca del veterano militante su “entrega absoluta, sin límite de horas” y su personalidad “muy fuerte, en algún sentido compleja, siempre dispuesto a la acción”. “Era país, país y país”, resume.

“Con todo este empuje, se puso al servicio de la Ertzaintza y empezó el germen de las actividades policiales con lo que hoy llamaríamos policía de investigación, lucha antiterrorista, etc. Había que aprender del hacer diario, de la intuición y del entusiasmo. Y Genaro era todo eso”, subraya el ex alto cargo.

Pero todo se truncó un domingo gris de noviembre, aunque el origen de la tragedia hay que situarlo días antes, el 15 de octubre de 1986. Aquella tarde, el pequeño empresario, ya jubilado, Lucio Aguinagalde se dirigía a su domicilio de Gasteiz tras haber disfrutado, como todas las semanas, de los partidos de pelota en el frontón Ogeta ya que era un gran aficionado. Su hermano José y su sobrino Joseba le llevaron en coche hasta las inmediaciones pero en el corto trayecto a pie fue abordado por tres individuos. “Yo les pregunté a ver si me querían secuestrar, y me dijeron que sí. Me fingí mareado y desvanecido, pero al final opté por levantarme y seguirles porque pensaba que podían matarme allí mismo. Luego anduvimos unos doscientos metros, me metieron en el coche, me pusieron unas gafas y me llevaron a la cueva”, contaba el propio Lucio Aguinagalde la misma noche de su liberación.

Allí empezó para el industrial vasco una segunda condena de forzosa privación de libertad. Tras haber sido encarcelado por Franco -estuvo en las prisiones del convento del Carmen, Murgia y Donostia-, fue ETA quien lo encerró bajo la acusación de haberse negado de manera reiterada a pagar el chantaje del impuesto revolucionario.

Lucio Aguinagalde -que cumplió los 69 años en la oscura cueva- se había alistado como gudari con solo 18 años, formando parte de la brigada motorizada de la primera Ertzaiña. Veterano luchador, era el militante del PNV más antiguo de Araba, con el carné número 6. Pocos días antes de su secuestro había sido nombrado miembro del Tribunal municipal jeltzale de Gasteiz. Natural de Itziar (Gipuzkoa), era el mayor de nueve hermanos y tenía un pequeño taller en la capital alavesa. Murió el día de Nochebuena de 2005, diecinueve años después de su encierro.

“Era un gran abertzale y euskaltzale. Uno de los promotores de la primera ikastola de Gasteiz, Olabide. Una persona muy comprometida con sus creencias y convicciones. Lo dio todo por Euskal Herria, por Euskadi. En su momento, en los tiempos de la guerra civil, vio cómo arrestaban a su padre, fue voluntario al frente, estuvo en la cárcel, padeció por sus ideales y en un momento, los liberadores del pueblo vasco le secuestraron porque tenía una pequeña empresa de treinta trabajadores”, recuerda Joseba Aginagalde, sobrino del industrial.

Cuando Lucio Aguinagalde fue secuestrado, Juan Mari Ollora, otro veterano militante jeltzale, era el diputado general de Araba. Ollora, cercano al empresario, le define como “una persona de una pieza”. “Era oro puro, como sus hermanos”, resume tras destacar su compromiso militante.

liberación y muerte El secuestro de Lucio Aguinagalde supuso, por su trayectoria vital, un fuerte shock para el PNV, que movilizó a sus bases y a la sociedad para exigir su liberación y respondió duramente a ETA. La evidencia de que la vida del empresario corría peligro era clara, ya que, entre otras cosas, no disponía de grandes recursos para pagar un rescate elevado. Además, el propio Aguinagalde confesó después de ser liberado: “Tras conocer el carácter de mis secuestradores, estaba seguro de que me hubieran matado si reciben una orden. Por eso considero un milagro haber vuelto sano y salvo a casa”.

Pero cuando Aguinagalde llevaba ya 17 días secuestrado, la suerte se alió con él. Una “pista caliente” lograda por un ertzaina que observó algo extraño en una cueva de Eguzkiola, en las estribaciones del Gorbea, llevó hasta allí a un grupo especial de la Policía vasca de paisano (AVCS), con su máximo responsable, Genaro García de Andoain, al frente, pese a que no era un agente, sino un civil. En el grupo estaba también Joseba Goikoetxea, el sargento mayor de la Ertzaintza que tomó el relevo de García de Andoain en la Policía vasca y que fue también asesinado por ETA en atentado directo siete años después, en 1993. En las inmediaciones, sorprendieron a uno de los miembros del comando, Francisco Cabello, pese a su intento de disimular afirmando que estaba “cogiendo perretxikos”. Con la confirmación de que Aguinagalde y dos de los secuestradores estaban dentro de la cueva, García de Andoain, tras comunicar la situación al consejero Retolaza -quien le planteó que esperase la llegada de refuerzos- decidió intervenir de inmediato ante el riesgo de que el comando advirtiese la ausencia de uno de sus miembros. Tras conminar a los secuestradores a salir de la cueva, el propio director de la Ertzaintza comenzó a quitar las piedras que taponaban la entrada, momento en el que los etarras Juan María Gabirondo Agote y Luis Enrique Gárate Galarza abrieron fuego con el objetivo de huir, alcanzando varios disparos de lleno a García de Andoain, a consecuencia de los que falleció casi en el acto. Gabirondo fue detenido tras resultar herido en la refriega, mientras Gárate logró huir monte abajo. No fue arrestado hasta 18 años después en Francia, juzgado en 2011, condenado y entregado a España en abril de este año, 2016. Aguinagalde estaba libre pero a un altísimo precio.

Hoy en día resultaría impensable que un alto cargo Interior, máxime si es civil, estuviera presente en una operación de alto riesgo como la liberación de un secuestrado. Sin embargo, el contexto -los primeros pasos de la Ertzaintza, aún no desplegada- y las circunstancias -la propia personalidad de Genaro García de Andoain, máxime teniendo en cuenta que Aguinagalde era su amigo- explican que estuviera in situ.

“Su propia forma de ser fue la que le llevó hasta allí. Era muy de acción, muy seguro de lo que hacía, hasta el punto de exponerse físicamente, tanto que podía excederse en algunas cosas. Quería ir siempre más allá”, afirma Sabino Arrieta, que lo conoció bien en Interior.

La muerte de García de Andoain fue un duro trago para la Ertzaintza, el Gobierno Vasco, el PNV y el conjunto de Euskadi pese a la alegría por la liberación de Aguinagalde. “El precio ha sido muy caro”, afirmó el Ejecutivo. “El éxito de la operación de rescate de Aguinagalde nos ha costado mucho, la muerte de Genaro”, insistió el lehendakari Ardanza. El hecho de que fuera liberado precisamente por la Ertzaintza -que solo dos días antes había celebrado el 50 aniversario de su creación, de la que Aguinagalde fue uno de sus primeros miembros- era, sin embargo, muy significativo. El propio industrial confesó haber sentido “una emoción muy grande” por ello, al tiempo que expresó su “gran tristeza” por la muerte de su amigo y la familia Aguinagalde destacó la “enorme deuda” que tenía con él.

García de Andoain fue despedido tras su funeral en Begoña con el canto espontáneo del Eusko Gudariak, el mismo que una multitud había entonado una semana antes al final de la manifestación llevada a cabo en Gasteiz para pedir la liberación de Lucio Aguinagalde. Dos “auténticos gudaris”, a juicio de quienes les conocieron, unidos por una misma causa con destinos distintos.