madrid - La política de tierra quemada practicada por Mariano Rajoy en los últimos cinco años, en los que se ha apoyado en exclusiva en su mayoría absoluta y no ha cuidado la interlocución con el resto de partidos, se volvió ayer en su contra como un bumerán que le impidió arañar apoyos a su investidura más allá de lo previsto. Solo tuvo los 170 votos a favor que le proporcionaban el PP, Ciudadanos y Coalición Canaria, con quienes ya tenía un acuerdo previo, mientras que el resto de la oposición, 180 escaños conformados por el socialismo, Podemos y los nacionalistas vascos y catalanes, votó en contra de que repita como presidente. Rajoy podrá sobreponerse mañana, en la segunda y última votación de la investidura, donde sí pasará la criba porque el socialismo se abstendrá a los meros efectos de evitar unas terceras elecciones, pero con la intención de ejercer la oposición y no contribuir a su estabilidad. El presidente en funciones recurrió a un tono conciliador para granjearse el apoyo de los partidos, pero no consiguió su objetivo, en buena medida porque, más allá del envoltorio de celofán de su mensaje pactista, no llegó a presentar cesiones concretas y de calado. Rajoy tiene ante sí la compleja tarea de recomponer puentes con la oposición si quiere que la legislatura dure cuatro años.

No obstante, ayer fue patente la rivalidad que preside las relaciones entre el PSOE y Podemos, lo que dificultará la opción de articular una mayoría alternativa para derogar leyes o impulsar otras nuevas. Esa puede ser la principal baza de Rajoy para tener una legislatura plácida. El líder del partido morado, Pablo Iglesias, subió ayer al atril con la intención clara de postularse como líder de la oposición anulando al socialismo, y reventó la sesión en los compases finales con la desbandada de toda su bancada cuando se le negó un turno de alusiones. La otra baza de Rajoy es el temor que pueda tener el PSOE a un adelanto electoral si no se aprueban los Presupuestos. Ese adelanto sería letal para un socialismo que aún debe recomponerse y encontrar otro líder, y podría moverle a salvar otra vez los muebles a Rajoy, aunque sea con abstenciones, también en la votación de las Cuentas. Esa idea sobrevoló el debate por boca de Iglesias y de ERC. La otra vía es el apoyo nacionalista a cambio de contrapartidas, aunque está muy lejos de materializarse.

El miércoles, cuando pronunció su discurso de investidura, Rajoy situó claramente su preferencia en los partidos constitucionalistas, aunque ayer también aseguró al PNV que aspira a incorporarlo a la gobernabilidad. Lo dijo de pasada, en respuesta a las críticas del jeltzale Aitor Esteban. No pareció una oferta firme, puesto que tampoco le garantizó el fin de los recursos contra el autogobierno vasco porque, a su juicio, los que se han presentado están bien fundamentados. En otro momento de la jornada, de hecho, Rajoy dijo que sus afines “no son los independentistas”, sino que tiene más en común con los socialistas. El PNV, por su parte, avisó de que ya no se conforma con rascar un par de competencias, sino que pide un cambio global de actitud ante el autogobierno.

dos cesiones Rajoy se empleó con mayor intensidad con el socialismo, y fue en respuesta a su portavoz Antonio Hernando cuando presentó las dos cesiones de la jornada: apostó por suspender los efectos académicos de las reválidas de Bachillerato, de manera que no serán necesarias para obtener el título mientras se forja un nuevo pacto educativo; y también se abrió a “hacer algo que sea útil” para resolver el contencioso catalán. No concretó más, pero su anuncio fue recibido como una novedad, quizás porque el listón estaba muy bajo tras años de judicialización y tribunales.

Rajoy no llegó a comprarle al socialismo la idea de activar una comisión parlamentaria para reformar la Constitución y encauzar el reto soberanista. Pero sí empleó otro tono y propuso valorar “qué podemos mejorar”, estudiar “reformas” y hablar. Sin embargo, no quiso entrar en el procedimiento ni en el foro de debate porque, según confesó, aún no lo tiene claro. Lo que sí hizo fue marcar la línea roja de la soberanía de todos los españoles, lo que impide una consulta solo a los catalanes.

Esos dos fueron los guiños más relevantes de la jornada, donde rechazó derogar en su globalidad la Lomce porque no quiere “posturas maximalistas”, y reivindicó su legado en la gestión de la crisis, lo que cierra la puerta a derogar la reforma laboral, una demanda clave para los socialistas. “Defiendo la continuidad de mis políticas”, zanjó, después de que Hernando pidiera también subir el salario mínimo y eliminar el copago. Con esas claves, el socialismo no tenía ningún enganche para abrirse a la gobernabilidad, algo que de todas maneras no iba a hacer en una jornada en la que estaba más preocipado por marcar perfil ante el PP para minimizar el coste de imagen que supondrá su abstención mañana. Hernando huyó como del agua hirviendo de cualquier compadreo con Rajoy, al que llegó a criticar por intentar hacer el “abrazo del oso” al PSOE. “Lo que intenta es anular nuestra labor de oposición”, se quejó, para apostar por desmontar desde la oposición el legado de Rajoy aprovechando que se encuentra en minoría.