uno de los hechos políticos más importantes, e interesantes, de la actual política vasca está siendo la evolución de la izquierda abertzale histórica en su tránsito de la resistencia a la gestión, del movimiento al partido, de lo testimonial a lo real. Nadie puede negar que están haciendo un esfuerzo ímprobo para llevar a cabo con éxito la ciaboga del trasatlántico. Después de haber vivido lo que ha vivido durante tantos años, la sociedad vasca contempla el empeño de los actuales dirigentes de la izquierda abertzale por adaptarse a la normalidad, que asumen para ello sus contradicciones y sus propias convulsiones internas.

En este complicado recorrido sus protagonistas están obligados a disimular, a aparentar naturalidad, a hacer como que ignoran sus errores pasados, incluso a dar lecciones de solvencia democrática. En este sentido, sorprende la capacidad de sus portavoces para plantear propuestas como novedosas, cuando las consideraban inaceptables en otros tiempos al ser expuestas por otros adversarios.

Cuando Iñigo Urkullu fue elegido lehendakari en 2012 propuso convocar una consulta sobre el estatus futuro de la Comunidad Autónoma Vasca en 2015. Inmediatamente, desde EH Bildu le llovieron las críticas por semejante aplazamiento de ¡tres años!, demora que se apresuraron a desautorizar colgándose de la que se suponía acelerada desconexión de Catalunya que, como vamos viendo, permanece atascada. No han sido similares, sin embargo, las urgencias para la propuesta que plantea la refundación de Sortu, que aplaza a 2026 la creación de la República Confederal Vasca. Curiosa definición, fruto de un nuevo lenguaje para hacer real su adaptación a la normalidad democrática. Demasiados años defendiendo -algunos hasta con las armas- la irrenunciable unidad e integridad de la Euskal Herria total, para ahora aceptar la evidencia de que Nafarroa e Iparralde son realidades institucionales diferenciadas que derivarían -en el mejor de los casos- en una confederación. El aterrizaje a la normalidad, al parecer, conlleva sus disfraces semánticos y una terminología con más glamour que el repertorio belicoso que imperó durante tantos años, para mostrarse diferentes. La tarea viene a la hora de interpretar cuál es en realidad el sentido de las propuestas y el recorrido para lograrlas.

En este nuevo itinerario que la izquierda abertzale está dispuesta a transitar, deberá cuidarse de no ceder a la tentación de copiar fórmulas y términos que Podemos ha introducido, con la frescura y osadía que le otorgan su irrupción en el ruedo político. Recurrir a la semántica ajena, a la terminología coloquial del recién llegado, suele ser peligroso recurso que corre peligro de extravagancia, incluso bordea el ridículo como ese “asalto a los cielos” que soñó Arnaldo en la noche electoral.

Se comprende que el tránsito es complicado, que abandonar la pancarta, la camiseta reivindicativa, la barricada o la algarada y ocupar un cargo con mando en plaza es tarea compleja que requiere capacidad, tacto y a veces piel acorazada. Cuando la realidad deja al político al pie de los caballos, lo último que debe hacer es mentir, o salir por la tangente. Es lo que le ocurrió hace un par de semanas al concejal delegado de Seguridad y Convivencia del Ayuntamiento de Iruñea, Aritz Romeo, a quien se le vino encima la dura realidad de una Policía bajo su cargo, que sacó a palos a los okupas de un edificio del Paseo de Sarasate. Aritz Romeo, miembro de Aralar y ahora concejal por EH Bildu, aterrizó a la política real, como quien dice, a porrazos. Le tocó mentir para exculpar a sus policías, tuvo que tragarse el sapo de que un juez desmintiese su versión y comprobó cómo se siente un político cuando intenta eludir sus responsabilidades. Qué lejos queda la versión oficial del concejal Romeo ante un evidente abuso policial, de las versiones conspiratorias tantas veces utilizadas por EH Bildu contra sus adversarios políticos. Qué lejos aquellas airadas acusaciones basadas en que las cargas policiales indiscriminadas y violentas, como la de los policías de Romeo, se debían a órdenes que vienen “de arriba”.

En parecidas aguas turbulentas nada la consejera navarra de Interior designada por Bildu, María José Beaumont, a la hora de interpretar la reyerta de Altsasu. En otros tiempos, lo que procedía según la formación política que le sustenta era no dar por buena la versión de la Guardia Civil en ningún caso. Ahora decide que para pronunciarse será necesario conocer la decisión judicial.

Bienvenidos al mundo real.