GAsteiz - La Guerra Civil española, de cuyo inicio se cumple mañana el 80 aniversario, dejó una profunda herida cuyos efectos se perpetúan aún hoy en día, cuando todavía se siguen recuperando restos de asesinados durante ese periodo y se tiene la certeza de que hay muchos que no se podrán rescatar jamás. Tres años de conflicto bélico -y, no menos importante, 40 de dictadura- que, aunque existen estimaciones divergentes, arrojaron un saldo de 500.000 muertos y otros tantos exiliados desde el mismo comienzo de las hostilidades entre los leales al Gobierno republicano y los militares sublevados que querían imponer un régimen fascista.
El levantamiento tuvo un eco especial en Euskadi, no en vano se puede decir que comenzó en Nafarroa, donde triunfó de forma instantánea por impulso de su gobernador militar, el general Mola. El desarrollo del conflicto en la CAV fue desigual: mientras Araba también cayó de forma prácticamente instantánea, el golpe no triunfó en Bizkaia ni en Gipuzkoa, donde se concentraron los combates hasta la caída de Bilbao el 19 de junio de 1937.
En medio del desastre, el mes de octubre de 1936 fue prolijo en acontecimientos con la aprobación del Estatuto de Autonomía y el nombramiento del lehendakari José Antonio Agirre, quien, finalizada la contienda, marchó al exilio para proseguir su labor de defender la idea de la nación vasca hasta su muerte en 1960. El fin de la guerra como tal tendría lugar el 1 de abril de 1939, cuando Franco firmó el último parte oficial del conflicto: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo, las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos. La guerra ha terminado”, zanjó.
Sin embargo, los siguientes 40 años del franquismo estuvieron caracterizados por el recorte de libertades y la represión, y supusieron un freno al desarrollo en todos los aspectos que sigue pesando como una losa en el Estado español. Si bien cada vez van quedando menos testigos directos de la guerra, entre ellos aquellos que combatieron en los distintos bandos, hay muchísimas personas que han vivido la posguerra y que han sufrido numerosos padecimientos, como hambre y todo tipo de carencias. Un doloroso recuerdo que aún puede tardar una generación en ser borrado de la memoria colectiva.
Una de las mayores losas de ese tiempo es la de los muertos o desaparecidos cuyos restos no se recuperaron nunca. La mayoría de los familiares que convivieron con ellos, en una época además en la que no podían expresar libremente su pérdida, ya no están, y el testigo de esta reivindicación ha sido recogido por sus descendientes, como sus nietos, que reclaman un enterramiento digno para sus allegados.