Algunos tienen un pedir que parece un dar. Está Mariano Rajoy necesitado de un margen de confianza por parte del resto de fuerzas políticas al que no se ha hecho acreedor en los cuatro años que ha dirigido el Gobierno amparado en el rodillo parlamentario. Mano de hierro en guante de... boxeo. Apela el presidente en funciones a la responsabilidad ajena para no llamar a las cosas por su nombre: la irresponsabilidad de haber vivido dentro de su cáscara le condena al ostracismo. Debería irse pero, como no lo va a hacer, debería al menos tener calidad de hombre de Estado.

Rajoy debería recordar que ha ganado las elecciones porque el rechazo que suscita en una mayoría social no lo ha sabido capitalizar nadie, porque ninguno de sus oponentes en el ruedo ibérico ha mostrado más capacidad de generar ilusión que de provocar espanto. Es el tuerto del país de los ciegos y por eso reina. Pero empieza a perder la poca visión que le queda en el ojo bueno.

El PP necesita más que nunca la interlocución con el resto de sensibilidades del Estado, y Coalición Canaria, con todos los respetos, no le va a dar las mayorías que sustenten sus políticas y sus presupuestos. En el nuevo escenario de guerra fría entre las derechas y las izquierdas españolas, por mucho que éstas no sean capaces de sumar alternativas, cualquiera puede ver que hace falta una interlocución fluida, estable y generadora de confianzas con los “no alineados”.

Pero el PP sigue actuando con indolencia y prepotencia y ya es imperioso que ventile a los miembros de un gobierno que huele a naftalina.

Rajoy tiene que saber suficientes matemáticas como para sumar que en el Congreso no le sobran amigos y sí le faltan escaños. En ese marco, y sabedor de que lo más a lo que puede aspirar es a ser investido presidente en minoría recalcitrante, debería estar más dispuesto a lanzar guiños a las fuerzas menores de la Cámara. O, al menos, a no recibirlas a guantazos. Al PNV le ha dedicado unos cuantos en los últimos años pero el furor alcanza el paroxismo en los últimos meses, cuando la única función de su gobierno en funciones parece haber sido pergeñar recursos contra las normas que ha ido aprobando el Parlamento Vasco o los proyectos de ley que ha tramitado el Ejecutivo de Iñigo Urkullu.

Ayer tenía que recibir a Aitor Esteban en Moncloa y no encontró mejor guardia de honor que la amenaza de un nuevo recurso de inconstitucionalidad, esta vez contra la Ley Municipal, elemento trabajoso en su construcción y valiosísimo para el cierre y consolidación del entramado institucional vasco. ¿Puede ser tan torpe el PP como para pretender jugar con el PNV al paciente del dentista -con un amenazante “¿a que no nos vamos a hacer daño?”- para obtener acuerdos? Su firmeza ya no se sustenta en una mayoría absoluta y eso la reduce a simple impostura.

Mariano Rajoy, que es un apreciable fumador de cigarros, debería saber ya que por ahí no arde el puro.