canarias, esas islas que miran con más interés económico a Cabo Verde que a España, podrían acabar con la locura desgarradora de la suma de mayorías imposibles. En el día posterior a la descomprensión, donde la incertidumbre vuelve a planear sobre la acción política por las posiciones numantinas de los derrotados en el 26-J, emerge un diputado dotado con la varita del desempate. Pedro Quevedo, candidato electo del PSOE en representación del partido nacionalista y de izquierdas Nueva Canarias, tiene las manos libres para convertir en presidente a Mariano Rajoy sin que los socialistas se vean obligados a gesto alguno de condescendencia con el líder del PP, a quien siguen detestando como opción de gobierno.

La calculadora oficial de Génova ya tiene cifrada la hoja de ruta. Mientras insiste sin gramo alguno de convencimiento en el anzuelo de la gran coalición junto a los socialistas, el clan Arriola ha pergeñado para el segundo intento de la investidura de Rajoy un pacto de acompañamiento que no de entusiástica adhesión dirigido a evitar una mayoría de votos en contra. Para ello, se ha dispuesto una invitación expresa a Ciudadanos -patética la renuncia de Albert Rivera al veto de Rajoy en apenas 12 horas-, el PNV -nunca hay que olvidarse de las próximas autonómicas vascas- y el escaño siempre dispuesto de Coalición Canarias. A partir de ahí, un par de cualificados emisarios del PP llevarían el catálogo de ofertas a Quevedo para engrasar su apoyo mediante el ritual de rimbombantes concesiones. Si fructificara este canto a la ilusión, el PP concurriría con más votos a favor que en contra y, a su vez, el PSOE evitaría el cáliz de abstenerse en favor de Rajoy para evitar otro insufrible diálogo de sordos.

¿Es una quimera? Después de asistir al tamayazo en la Comunidad de Madrid nada es imposible en una negociación política. Si finalmente apoyara al PP, Quevedo siempre podría argumentar su inequívoco servicio en favor de la gobernabilidad de su país, remunerado, además, con nuevas prestaciones para Canarias. Y si se descuelga este diputado por la senda del rechazo, es muy posible que el PSOE sólo se lo recrimine con la boca pequeña porque en el fondo Pedro Sánchez debería ser consciente de que bloquear la investidura de Rajoy sería difícil de explicar cuando el mapa político español asoma teñido de azul, salvo en Euskadi y Catalunya, y entre los dos primeros partidos hay más de 50 escaños de diferencia.

Rajoy se ha ganado el derecho a gobernar favorecido por una sociedad anestesiada frente a la corrupción y la austeridad y temerosa de fórmulas populistas en momentos de zozobra económica. El PSOE no se lo debería impedir y posiblemente tampoco tenga fuerzas para hacerlo porque toda combinación que imagine para un utópico gobierno del cambio pisa un campo minado. Por lo tanto, que Quevedo le haga primero el trabajo sucio. Luego, que Sánchez idee cómo articular el rearme ideológico de un partido desnortado en un espacio sin guerras intestinas mientras lidera como jefe de la oposición una sólida alternativa que mina la moral y alimenta las contradicciones internas de Podemos. Es una posibilidad.