sesteábamos con la esperanza de que llegara pronto el domingo cuando el fantasma de las navidades pasadas se le hizo corpóreo a Fernández Díaz en forma de grabaciones. El ministro en funciones denunció que fue víctima de una conspiración cuando conspiraba aparentemente para desacreditar a sus oponentes políticos en Catalunya. ¿Dónde ha quedado el código de honor de los piratas? Está uno tan ricamente utilizando, supuestamente, las estructuras del poder público para dar palos a los rivales y te encuentras con que te están grabando para soltarlo cuando más daño te hacen. El pecado de Fernández Díaz es que da todo el perfil de haber sido capaz de moverse en esos parámetros. La convicción de estar en posesión de la verdad y tener derecho a actuar en consecuencia sin frenos desborda la vergüenza y los principios democráticos. Con esos mimbres, de alguien menos pío que él sacaríamos un fanático.

Pero, hasta ese estallido -del que Mariano Rajoy se ha enterado por la prensa, que es todo un éxito para alguien que dice que sólo lee prensa deportiva- sesteábamos. O, mejor dicho, nos dormían, con el anzuelo de que en esta convocatoria es imperioso que nos volquemos hacia el voto útil. Incluso nos amenazan de un par de días a esta parte con una tercera cita electoral a vuelta de verano. ¡Un poquito de seriedad, oiga!

Vayamos por partes. ¿Qué es el voto útil? En España, un votante tiene que elegir entre cuatro fuerzas y orientarse hacia la que más coincida con sus expectativas. Ocurre que ninguna de ellas va a obtener una mayoría para gobernar. Eso nos pone ante el voto útil a los bloques. Pero hay varios. El de PP y Ciudadanos es obvio; el de PSOE y Ciudadanos ya pinchó en su día; el de PSOE y Podemos se antoja imposible. Y todos ellos comparten la imposibilidad de sumar una mayoría absoluta. Queda la gran coalición de PP y PSOE; sin Rajoy, sin Sánchez o sin ambos. No se puede catalogar de voto útil el respaldo en las urnas a esa opción.

De modo que tan útil es votar a esas cuatro fuerzas como hacerlo a cualquier otra. Ahí ganan valor las opciones periféricas: en Euskadi, el PNV y EH Bildu; en Nafarroa, Geroa Bai; en Catalunya, ERC y lo que queda de Convergència. Maximizar el voto en sus circunscripciones en torno a esas fuerzas es más útil que seguir la estela de las ofertas diseñadas en Madrid. Porque su representatividad será la que module, modere, limite o induzca las tomas de decisiones de las mayorías insuficientes de PP, Ciudadanos, PSOE y Podemos. La capacidad de ser interlocutor con todos ellos es ahora mismo el factor de mayor utilidad.

Es tan claro, que hasta las sucursales vascas de los partidos de ámbito estatal han desaparecido de la pugna. No hay campaña real de PSE, PP o Unidos Podemos en Euskadi. Los dos primeros no ocupan espacio público que pueda mermar la visibilidad de sus líderes. Sus mensajes tienen igual respuesta para las necesidades de la industria y los servicios a los ciudadanos vascos, que al agricultor andaluz o al hostelero levantino: generalidades y ninguna concreción. Y, en el caso de Unidos Podemos, lleva tantas semanas haciendo campaña para las autonómicas vascas de otoño que parece que el único cambio al que aspira el domingo es al de ganarle al PNV.

Olvidan, por interés, que ni Rajoy, ni Sánchez, ni Iglesias, ni Rivera se presentan en Euskadi. Y que la elección no es la del próximo presidente sino la de las voces que van a ocupar el Parlamento. Las sensibilidades que van a poder expresarse en él y con qué fuerza. No es baladí.