La gallina y el huevo; la encuesta y el voto. En la calle algunas voces se preguntan -todavía en voz baja, pero ya hay quien empieza a elevar el volumen- si las encuestas que nos bombardean en series continuas desde hace unos años acaban siendo el reflejo fiable de la opinión de la ciudadanía o simplemente otro mecanismo más que canaliza esta hacia una realidad predefinida. La respuesta es difícil porque los sondeos suman a partes iguales aciertos incuestionables y dislates monumentales. En general, las tendencias que manifiestan son reales pero sí es cierto que la opinión pública también se mueve por oleadas de tendencia. Es como la moda. Nadie sabe por qué hay que llevar pantalones pitillo un año y pata de elefante al siguiente, pero no hay forma de encontrar los primeros si la tendencia decide que lo que se lleva es lo segundo. Bueno, lo sabe el que troquela el prêt à porter y necesita vendernos una colección cada año.

En esta campaña la tendencia de las encuestas asegura que el PP volverá a ganar y que el sorpasso, tantas veces invocado por Podemos, se hará carne a expensas del despelleje de Pedro Sánchez. También dice que los vascos somos mayoritariamente constitucionalistas en las elecciones generales y nacionalistas en las que entendemos que nos afectan más: autonómicas y forales.

Este es un fenómeno que, efectivamente, se puede confirmar con la experiencia en citas electorales anteriores. Quizá sea ese mismo fenómeno que hace que muchos vascos sean muy de su equipo -Athletic, Real, Alavés, Eibar, Osasuna- pero también se decanten por el Barça o el Madrid en el partido del siglo ese que se juega de dos a seis veces al año. No se sabe si es que no aspiran a ganar la Liga con los suyos o que lo ven con tanta distancia que no creen que les afecte.

También puede ser que, como las autonómicas y forales vascas les importan un comino a las cadenas que ocupan el tiempo del 90% de los televidentes vascos, hay menos oráculos pronosticando quién va a ganar y les da menos reparo equivocarse con su voto. Porque, si los ciudadanos, vascos o españoles, no confirman totalmente los sondeos con sus votos, ¿tienen que pedirle perdón a alguien? Aznar ya dijo aquello de que la vasca no era una sociedad madura cuando se decantó por Ibarretxe frente al tándem Mayor Oreja-Redondo Terreros en 2001.

En las pasadas elecciones andaluzas, Podemos se iba a comer al PSOE y, en las generales de diciembre, Ciudadanos llevaba camino de disputar con Sánchez la alternativa al PP. Todo según las encuestas hasta una semana antes de las elecciones, más o menos por estas fechas.

El caso es que los sondeos dicen ahora que en España Sánchez se la va a dar de pantalón largo, que Iglesias y Garzón van a rentabilizar su pacto y que Rajoy va a ganar, pero menos. Y, en Euskadi, Iglesias ganará de calle, el PNV aguantará el tirón y todos los demás, a sufrir. En realidad, más o menos lo que ocurrió en diciembre pasado aunque, en el caso de Euskadi, las encuestas no habían detectado el éxito de la nueva izquierda española porque las claves parecían otras. Ahora, las claves son las que son y las encuestas están alineadas con ellas. Es de prever que los votantes también -con las claves y con las encuestas-.

Pero estas mantienen una incógnita que no es menor. El volumen de indecisos en Euskadi ronda uno de cada cinco y uno de cada siete se manifiestan dispuestos a votar algo distinto de lo que votaron en diciembre. De modo que, encuestas al margen, los ciudadanos -vascos y españoles- tienen la última palabra para decidir si dan la razón a las encuestas o votan lo que les da la gana. Que de todo habrá.