una acera en la que crecen las malas hierbas, la tapia del cementerio de Polloe, la entrada a un parking, el rincón de unas escaleras llenas de graffitis, un sendero en el monte, un camino rural, la puerta de una iglesia, una señal de stop, una casa cuartel, un callejón sin salida, un banco en un parque de Valencia, la puerta de un chalet, el paseo de La Concha, la estación de Atocha de Madrid, la esquina de una plaza, la calzada de una autovía, la parte de vieja de una ciudad vasca, o la entrada a un comercio.

Todos estos espacios, en principio sin ningún nexo de unión, en muchos casos lugares anodinos, en otros muy conocidos, están plasmados en las 35 fotografías que desde ayer y hasta el 26 de junio se exponen en el Depósito de Aguas del centro cultural Montehermoso de Gasteiz. En todos esos lugares murió alguien en atentados cometidos por ETA, y cuando se observan las imágenes conociendo su contexto, leyendo los titulares de prensa sobre cada asesinato, que acompañan a las fotografías, la muestra cobra todo su significado.

El fotógrafo valenciano Eduardo Nave ha pasado cinco años de su vida, entre 2008 y 2013, recorriendo cada uno de estos lugares y fotografiándolos a la misma hora y en el mismo día en el que se produjo cada atentado, sin oportunidad de elegir la mejor luz, y sin primar la estética a la hora de buscar los encuadres.

El resultado es que las fotografías “resaltan a gritos aquello que no se ve en la imagen”, tal y como dijo ayer Florencio Domínguez, director del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, sobre la exposición de Nave. El propio artista contó cómo durante un lustro recorrió “el país entero e incluso Francia” para desarrollar un trabajo que ya ha pasado por otras ciudades, y que por primera vez llega a Euskadi, “algo que parecía imposible hace años. Era muy necesario”, afirmó.

La exposición ha sido posible gracias a la colaboración entre la Fundación Fernando Buesa y el centro memorial, que abrirá sus puertas dentro de un año en el antiguo edificio del Banco de España de Gasteiz.

Sara Buesa, en nombre de la fundación que lleva su apellido y el de su padre, asesinado por ETA en 2000, aseguraba en la presentación de la muestra que “la memoria es un derecho de las víctimas y una herramienta esencial para la prevención. La memoria de las víctimas y la deslegitimación de los victimarios -prosiguió- son las dos caras de una misma moneda, y aún no hay un mensaje claro, contundente y explícito de rechazo de esa violencia por parte de quienes la han amparado. Esa autocrítica es esencial para la reparación de las víctimas”.