Quien creyese que de la reunión a tres de ayer saldría algo mínimamente positivo, no ha estado en una reunión de la escalera. O quizá sí y sea, precisamente, ese vecino intransigente que está en contra de instalar el gas o de cambiar el ascensor con argumentos tan sólidos como que él no tiene frío o que vive en el primero, con lo que impide cualquier acuerdo. Dándole la vuelta al dicho, lo que es imposible, es imposible y además no puede ser.
Podemos y Ciudadanos son incompatibles, y eso lo saben ellos, lo sabe el PSOE, lo saben sus votantes y lo sabemos todos. Basta recordar el Pleno del Congreso del miércoles, en el que se repartieron estopa a gusto.
Solo están de acuerdo en desalojar a Rajoy, pero eso no es suficiente. Contra Rajoy todo era más fácil. Así que lo más que pudieron constatar en ese descafeinado ménage à trois -tres son multitud- es que las posibilidades son nulas. La vía del 139, la vía del 161 y la vía del 199 por la que optan cada uno tienen distinto ancho y conducen a destinos distintos.
Estamos, pues, donde estábamos el 21 de diciembre del año pasado, pero más enredados ya que el acuerdo que ata a PSOE y Ciudadanos como a un matrimonio de conveniencia que es sigue siendo inamovible, pese a las infidelidades de Pedro Sánchez, pillado rondando en secreto a Oriol Junqueras, el pérfido separatista que quiere romper España. Era lo que les faltaba a estas presuntas negociaciones a contrarreloj, porque ni en el PSOE saben ya qué se puede acordar y con quién.
Parece, pues, bastante claro que de aquí no va a salir nada de provecho y que solo un cambio radical de actitud de alguno de los partidos probablemente en forma de abstención -que no hay que descartarlo, incluso del PP- puede librarnos de las elecciones en junio.
Si no hay esa flexibilización -eso sí serían “cesiones”, señor Iglesias-, mejor que lo asuman y nos ahorren más sesiones de mediocre teleteatro.