La nueva política no era esto. Era un proyecto bello, como recordaba el martes Pablo Iglesias. Una propuesta que nacía del impulso popular conducido a buen puerto por el liderazgo de una estructura erigida desde esa base. Una propuesta seductora, difícil de cuestionar en el eslogan, ilusionante para muchos ciudadanos. ¿Cuándo cogió la dirección equivocada? ¿Cuándo las prácticas de la casta clavaron tan profundamente sus garras en los virginales pechos henchidos de ánimo? Pues 2.400 años atrás, oiga. Los inventores de la democracia también cayeron en prácticas oligárquicas en la estructura de poder, ejercido son criterios de aplicación vertical. Las democracias de las polis también compartían el derecho de decisión de sus ciudadanos -que no dejaban de ser una élite consciente de sí misma y su misión iluminada por oposición a la mayoría de la población, un par de escalones inferior- a través de senados y asambleas que convivían en algunos casos con reyes y dictadores.
La crisis de Podemos ha puesto en evidencia que la nueva política es tan vieja como la democracia. Aspira a sus mismas virtudes y acoge sus mismas miserias. A Podemos se le ha caído el libro de dar lecciones y dentro había un manual de concentración y ejercicio del poder con un secretario general que lo acumula a costa de otras corrientes. Un sistema de representación mayoritaria, al fin, donde el ganador ostenta todo el poder. Si el afiliado lo quiere así no hay por qué reprocharlo pero ya estaba inventado.
Iglesias ha dictado el final de las discrepancias en una pugna entre sus afines y su secretario de Organización. Sorpresa: ha fallado en favor de sus afines. La consecuencia es un cese, por mucha belleza que envuelva el discurso y muchos enemigos exteriores que se identifiquen. Porque, entre sonrisa y sonrisa, hasta el martes Iglesias decía que las divergencias internas eran un montaje del PSOE. Conviene recordarlo ahora que cruje la tramoya desde dentro. A la hora de la verdad, al verbo fluido le sustituye un tic de despotismo ilustrado -todo para el pueblo pero sin el pueblo- para mostrar la ruta de la nueva política. A Iglesias le basta con reproducir el juicio a Sócrates en el 399 antes de Cristo y eliminar de la ecuación la toxicidad de la cicuta. Algo hemos ganado.