la cuerda que empezó a tensarse anoche tras el previsible y contundente segundo bofetón al atrevido Pedro Sánchez -quizá una derrota tan sonora nunca le salga más rentable- se romperá antes de dos meses entre bambalinas políticas y económicas. Es difícil augurar por dónde lo hará porque hay demasiados árboles que ahora no dejan ver el bosque, pero mucho menos arriesgado resulta imaginar que la presión fluirá implacable para convertirse en insostenible. Vaya, todo un pronóstico contracorriente y osado en medio de una sensación generalizada que aboca, por una manifiesta obviedad propia del disparate político, a otras elecciones. Ahora bien, queda tiempo y hay mimbres fuera del Congreso para la voltereta.
De entrada, asistida de su condición de independiente pero sin pizca alguna de ingenuidad, Manuela Carmena ha abierto desde la alcaldía de Madrid con una absoluta intención admonitoria una brecha de calado en la catarata de presiones que asoman por el horizonte más próximo. Ahí mismo, en ese bando de intimidación podemita, se enmarca el esbozo de ese pacto en Barcelona que vienen tejiendo cada vez con más visibilidad Ada Colau y el PSC. Y todavía queda espacio para el repertorio selectivo que propagará la influyente derecha financiera, conjurada para cortocircuitar sin demasiadas renuncias y en más de una dirección la convocatoria de nuevas elecciones cuyo desenlace, además, se intuye incapaz de desbrozar el actual bucle institucional.
Hasta el 2 de mayo, a buen seguro que Mariano Rajoy se va a sentir mucho más apremiado que Sánchez. Ya no es cuestión de que el presidente del PP exprima al límite sus estériles esfuerzos para una imposible gran coalición; se trata, sencillamente, de que el establishment le considera un obstáculo en el tablero político de nueva formación. El poder del dinero lamenta sobremanera la indefinición que se está apoderando de una España en funciones. Lo hace de nuevo sacudida por la tétrica imagen de la corrupción, la histórica foto del matrimonio Borbón-Urdangarin, las grietas a corto plazo de sectores financieros y las renovadas angustias en demasiadas industrias.
Junto a todo ello, el eco incesante de esas voces que desde hace varios días rumian en silencio su hastío con esa permisibilidad de Génova hacia sus corruptos, suficiente para dinamitar su condición de partido ganador de las elecciones con el respaldo de 7,5 millones de votantes. Ojo, y en su inmensa mayoría, devotos permanentes de la causa y dispuestos, por tanto, a repetir la misma papeleta si hay oportunidad. Eso sí, sin importarles en exceso que la cabeza de lista sea otr@.
Dos meses es mucho tiempo para mantener erguida la mirada y no doblar la cerviz en medio de titulares interesados, ofertas enrevesadas, tertulias delirantes y, sobre todo, sólidas incitaciones al servicio de Estado.
Todo por evitar unas elecciones que se suponen como una drástica solución tras el patético espectáculo de la doble sesión de una investidura fallida. Es el pronóstico inmediato pero no deseado que emerge por la deriva de una insólita hostilidad política, refractaria al mínimo acercamiento que alimenta el escepticismo ciudadano. Los poderes fácticos no esperarán hasta mayo.