comprender la mentalidad china ha supuesto siempre un desafío para los occidentales y hoy en día la convivencia política de las dos Chinas (Taiwán y la continental) es otra faceta más de ese reto.

Y es que pese a que las recientes elecciones taiwanesas se saldasen con la victoria de los antifusionistas -el Partido Progresista Democrático (PPD) y su candidata a la presidencia, Tsai Ing-wen- las relaciones entre Pekín y Taipei siguen tan distendidas como en la legislatura taiwanesa anterior cuando gobernaba el Kuomintang, partidario de una unión de las dos Chinas en un futuro por determinar. El triunfo del PPD fue comentado por el presidente comunista, Xi Jinping, como un episodio político más y que “?no irá a enturbiar las estrechas relaciones entre ambos estados?”

Si se analizan las relaciones interchinas en el marco de la actual política expansionista de Pekín en el Mar de la China, la tolerancia con que han acogido los comunistas los acontecimientos de Taiwán resulta muy consecuente.

En primer lugar, no hay premura para Xi. La nueva presidenta taiwanesa no tomará posesión de su cargo hasta dentro de cuatro meses. Y en segundo y principal lugar, Pekín está convencido de que el carácter eminentemente pragmático de Tsai Ing-wen relegará al segundo plano la ideología ante los intereses nacionales del momento.

Además, la nueva presidenta es taiwanesa sólo por parte de madre; por parte paterna desciende de los chinos hakka, conocidos por su realismo y su laboriosidad. En Asia son famosos más por su capacidad de adaptación y sus dotes comerciales que por sus proezas militares.

En la estrategia expansionista de Pekín por el Mar de la China -una conducta que ha alarmado a todos los vecinos del área, desde el Japón hasta Vietnam y las Filipinas y ha movilizado la Armada estadounidense- las buenas relaciones con Taipei son pieza clave, tanto más cuanto que Taipei por su parte también tiene reclamaciones territoriales en el sur del Mar de la China y que en muchas ocasiones coinciden con los de Pekín.

Enrolar a la China insular, aunque sea de forma pasiva, en la política expansionista de la China comunista significaría abrir una brecha diplomática en el bloque democrático del Pacífico. Militar y económicamente, Taiwán es pieza muy importante en la política estadounidense de Asia Oriental y podría conseguir concesiones -o por lo menos, tolerancias- que la China comunista tendría muchísimas dificultades en alcanzar.

Naturalmente, esta jugada taiwanesa de Pekín puede fracasar. Y es que desde finales del año pasado japoneses, estadounidenses y varios vecinos están apoyando a los nacionalistas más intransigentes del PDD que estarían dispuestos a que su país renunciase a sus reclamaciones en el Mar de la China si con ello recibieran un fuerte apoyo para su planteamientos antifusionistas de las dos Chinas.