bombas o palabra, cañones o mantequilla. Esta es la disyuntiva del mundo de hoy, al igual que lo era hace 100 años. Entonces nuestros antepasados apostaron por las primeras y nos merecen un juicio muy duro, pero hoy nosotros estamos haciendo lo mismo. Estoy seguro de que a Ernest Lluch, que apostó siempre por la palabra y el dialogo -hoy en desuso-, el mundo de hoy le horrorizaría. Parecería, parafraseando a Ortega y Gasset, que no sabemos lo que nos pasa y eso es lo que nos pasa. Solo así se puede entender esta “aldea global” de atentados brutales -el último hace una semana en Occidente y todos los días en Oriente-, personas despedazadas, desplazadas, pateras, niños y niñas que mueren por falta de alimentos o medicamentos -uno cada cinco segundos según la ONU-... ¡Jesús, qué mundo! Bombas y desigualdad eclipsan al diálogo y solidaridad que hubiera defendido Ernest.

Compartí, debatí y discutí mucho con él hasta que su vida fue arrebatada por la ceguera ética y política de ETA. De hecho, uno de sus familiares me confesó que sobre su mesa del escritorio en su casa de Donostia tenía estudiado un documento que yo le había enviado -era uno de las reflexiones que serviría de base para el posteriormente aprobado Nuevo Estatuto Político Vasco- para conocer su opinión.

No tuvimos nunca esta última discusión. ETA con su vida se llevó su palabra. Y es que en este mundo de blanco o negro, quien defiende el diálogo y la solidaridad resulta “molesto”.

Y es que Ernest -en compañía de Miguel Herrero de Miñón- defendió con enorme valentía en la España del “Nuevo Patriotismo Constitucional” de Aznar -en absoluto nuevo porque era un concepto canovista-, que inmediatamente -e incomprensiblemente- asumió el PSOE de González-Guerra-Rodríguez Zapatero-Rubalcaba -para escarnio de su propio proyecto político- la teoría del “constitucionalismo útil”. Aún recuerdo cómo ambos -Ernest y Miguel- me llamaron para que participara en la presentación en Madrid de un libro -el del constitucionalismo útil”- que finalmente nunca llegó a presentarse, al menos con su formato inicial.

Aún resuenan en mi cabeza las palabras que a modo de epílogo -y legado- de su vida pronunciara, en una manifestación tremenda de duelo y homenaje por Ernest en Barcelona después de su asesinato, la periodista Gemma Nierga, cuando apelando a la voluntad del final dialogado de la violencia en Euskadi, tantas veces defendido por Ernest a lo largo de su vida, y afirmando que él, ya sin voz, lo hubiera hecho, añadió: “Ustedes que pueden, dialoguen”. No lo hicimos, y así nos va.

Ernest, agur eta ohore.