BArcelona - Artur Mas es la pieza, pero no es todo el puzzle. Aunque el desacuerdo entre Junts pel Sí y la CUP se columpia bajo la figura del president en funciones, concretamente sobre el rechazo público de los cuperos para investir al líder de Convergència, la distancia entre ambas fuerzas obedece más al inasumible programa que exige la fuerza antisistema y que está suscitando un cruento desencuentro entre el núcleo más duro, derechizado, de CDC y un representativo puñado de dirigentes radicales más entregados a las demandas de cariz anticapitalista que a la hoja de ruta independentista. En esta tesitura, la carta de Mas sirve de distracción mediática.
Cierto es que el compromiso durante la campaña para no reelegirle, proclamado en infinidad de altavoces públicos por el cabeza de lista de la CUP, Antonio Baños, y demás compañeros pesa, puesto que echarse atrás supondría una convulsión interna en sus filas y porque piensan que su continuidad pondría en riesgo la ampliación de la base social secesionista, argumento al que se aferró el líder cupero en el segundo rechazo al jefe del Govern, aunque le agradeció su disposición a rectificar para acercarse. Pero no es una posición uniforme en esta formación emergente, ya que su militancia más rural se muestra más proclive a dar su brazo a torcer, al contrario que su sector más urbano, brecha solapada con las diversas almas de la organización, que está recibiendo fuertes presiones desde su entorno más cercano, votantes y desde las entidades sociales, la más notoria desde la Asamblea Nacional Catalana (ANC), para que asuma la carta de Mas y reivindique el éxito de haber arrancado a la clase política gobernante tradicional medidas sociales de tremendo calado.
Las manifestaciones del titular de Economía, Andreu Mas-Colell, advirtiendo de que la CUP pretende “controlar externamente” la Generalitat, o del exconseller de Presidencia, Francesc Homs, asegurando ayer mismo que está abierta la puerta al pacto con Madrid porque hay fuerza para iniciar el proceso de independencia pero “no para finalizarlo” -si bien el Govern mantiene su agenda rupturista- forman parte de la estrategia de pressing, acuñada ya así en el escenario catalán, hacia los cuperos, quienes desdeñan a su vez del verdadero sentimiento independentista de sendos dirigentes, y de otros como Boi Ruiz, Felip Puig, Germà Gordó o Santi Vila, los mismos que se enojaron ante la concesión de Mas por la moción secesionista. El sentir es recíproco, e incluso el combate dialéctico entre CDC y la CUP se ha trasladado a sus cuentas oficiales de Twitter, desde un lado censurando que se alineen con los unionistas para “tumbar a Mas”, y desde el otro ironizando con que “el nivel de #pressingCUP -trending topic- está bajando peligrosamente”.
Blindados ante la presión Desde la otra pata, ERC calla, aunque su presidente, Oriol Junqueras, conocedor del proceder en la fuerza radical, ha avisado con que esta manera de atraer a los anticapitalistas, lejos de dar frutos, será contraproducente. De hecho, plataformas indepes como la castellanohablante Súmate, dirigida por Eduardo Reyes, ahora diputado de Junts pel Sí, ha anunciado que no acudirá a la manifestación de la ANC ante el Parlament del próximo domingo. “Hay que crear un clima de tranquilidad para que esto cuaje”, dicen. Fuentes cercanas a las negociaciones precisan a este periódico que “cuanto más se acorrale” a estas siglas para contar con su apoyo, “más se blindarán, porque se sienten como incomprendidos”. La asamblea nacional interna que el partido celebrará el día 29 quizás desatasque el entuerto.
Un primer elemento de rechazo atañe al eje social. En verdad, ojear y comparar un programa de CiU y otro de JxSí en el apartado de medidas sociales desprende gran diferencia, pero a la CUP no le basta, ansiosa por acelerar el procés para unirlo a la ruptura democrática, el plan de choque de emergencia social y el proceso constituyente de base popular. El choque tiene un fuerte componente ideológico: propuestas de índole liberal-socialdemócrata frente a cuestiones de inspiración anticapitalista y socialista, como la nacionalización de sectores estratégicos o medidas drásticas para reducir las desigualdades. Mundos opuestos. Sucede que muchos sufragios de la CUP tienen como origen el llamado voto prestado para que ejerciera de vigilante del éxito soberanista, precisamente por la desconfianza hacia Convergència, y no son pocos los arrepentidos por no haber tirado del voto útil para fortalecer a Junts pel Sí, los mismos que instan a los cuperos a subirse al tren, y si luego hace falta cuestionen a Mas en diez meses mediante la moción de confianza que les ha entregado. “Gratis”, dice CDC. Pero la CUP, que tiene una estructura de decisiones horizontal y con intensos procesos de deliberación interna en los que creen a pies juntillas, sigue en sus trece. “Crear ruido no ayuda”, volvieron a puntualizar ayer.
una semana de plazo No es extraño el hartazgo de Mas, que maneja una semana de plazo para resituar las fichas del juego. O le aceptan, o elecciones. A su alrededor hay quienes le señalan por haber cedido en exceso sin resultado alguno -incluyendo la opción de delegar poderes en favor de tres vicepresidencias con más competencias-, y no se descarta que comparezca en próximas fechas para dar el ultimátum definitivo mientras se sucede la artillería verbal indisimulada que reprocha a la CUP “venir con sus diez diputados a cargárselo todo”. Ese sería el plan B del líder de CDC: presentarse esta vez como cabeza de cartel culpando a los cuperos de haber dinamitado el procés, sin bajarse de la ruta soberanista pero erigido en adalid de la moderación, llamando a los independentistas a un esfuerzo múltiple, conteniendo la fuga de votos y bebiendo de los desconcertados votantes antisistema. “Si la gente se enfría respecto a la independencia, es que no la queremos”, reflexionan en Convergència, que esta semana ha recuperado el discurso del diálogo y el pacto, sin saber todavía con qué fin y alcance, y recordando que el entorno de la CUP era quien pintaba antes sus sedes. “No podemos traspasar más líneas rojas”, claman.
El horizonte temporal es claro. Junts pel Sí quiere un pacto antes de que arranque la campaña de las generales pero la izquierda alternativa, que no estará visibilizada el 20-D, no pone límites porque incluso un mal resultado de CDC o ERC podría rentabilizarlo a la hora de un acuerdo. Ahora bien, también hay razones, muchas y las más importantes, para el optimismo secesionista. Primero, porque se entiende que la falta de consenso no es una posibilidad real, porque “no se puede dejar escapar esta oportunidad” -la vicepresidenta Neus Munté habló ayer de que “nadie quiere que la hoja de ruta quede invalidada” ni la moción “en papel mojado”. Segundo, el temor en ambas filas del coste que les supondría en votos el próximo marzo, más allá de lo que haya relevado el CIS catalán en plenas negociaciones -además, y aunque no exhiben disensiones, quién sabe si sería posible alienar de nuevo a CDC y ERC en una coalición-. Y tercero, porque, navegando en el mismo barco, Junts pel Sí podría acogerse a que sus cesiones habrían permitido el avance del proceso rupturista y la estabilidad gubernamental, y la CUP jactarse de que la regeneración social y democrática sería su gran gol. Y mucho de todo esto trasciende de Mas.