Un año más, pasó el Día de la Memoria con idénticas sombras, con las mismas penosas ausencias que lo convierten en un reiterativo Día de la Marmota en el que siempre queda algún sabor amargo que lamentar.
La celebración en el Parlamento de Gasteiz, el acto institucional más destacado, contó con la participación de todos los parlamentarios excepto la bancada del PP. Hay que destacar, por lo positivamente simbólico, que ante el pebetero depositaron su ofrenda floral todos y cada uno de los parlamentarios de EH Bildu. Por lo negativamente crónico, la ausencia de los electos del PP, de nuevo apelando al argumento de la supuesta equiparación de las víctimas por la que no están dispuestos a pasar.
Quizá por menos esperada, al borrón empecinado del PP hay que sumar la ausencia de los concejales de EH Bildu del Ayuntamiento de Donostia en el acto conmemorativo del Día de la Memoria. Un acto al que venían asistiendo mientras su grupo ostentó la alcaldía de la capital guipuzcoana, pero que esta vez eludieron bajo el pretexto de que el alcalde Eneko Goia no aceptó para su discurso una propuesta de texto presentada por EH Bildu.
En el fondo de estas miserias, el regate en corto con vistas a las inminentes elecciones y el recelo a compartir foto con compañías que pueden perjudicar sus votos.
Pero a falta de mayores novedades en este Día de la Memoria, queda la impresión de que no se ha tenido suficientemente en cuenta un hecho reciente de calado, una confesión de parte que supone un avance significativo en la tortuosa y complicada travesía que la izquierda abertzale inició hace cuatro años con el documento Zutik Euskal Herria. El pasado día 5 compareció ante los medios el presidente de Sortu, Hasier Arraiz, y presentó lo que podría interpretarse como importante aportación al Día de la Memoria en forma de autocrítica histórica, que por la profundidad de su contenido merece ser tenida en cuenta.
Desde la creación de Sortu, dirigentes de la izquierda abertzale han ido soltando lastre poco a poco respecto a sus responsabilidades pasadas como soporte político de la actividad violenta de ETA. Lo han hecho con cautela, midiendo las palabras, con un ojo puesto en el panorama sociopolítico y el otro en unas bases desconcertadas e, incluso, desconfiadas. Hay que reconocer que, en su mayor parte y como respondiendo a un mismo guion, el resto de las fuerzas políticas han considerado insuficientes todas las expresiones autocríticas expuestas hasta ahora.
Hasier Arraiz, en su rueda de prensa del día 5, pronunció términos tan expresos como el reconocimiento de “no haber estado al lado de las víctimas”, y que esa actitud distante, o indiferente, “ha agravado el dolor de esas víctimas”. En nombre de EH Bildu, aseguró que “siente profundamente que su actitud política no haya acompañado siempre el dolor de cada víctima”.
Para cualquiera que reflexione sobre las expresiones de Arraiz sin más condicionamientos que el sentido común, esta autocrítica debería disipar todas las dudas por más que pueda sospecharse de un cierto fondo tacticista. Lo ha dicho, y lo ha dicho en nombre de la izquierda abertzale a la que representa. Durante todos estos años no han estado al lado de las víctimas, su práctica política connivente ha agravado el dolor de las víctimas y lo lamentan profundamente. ¿Tarde? ¿Insuficiente? Allá las interpretaciones de cada uno, pero no cabe duda de que este paso es de gran envergadura política para la más que complicada evolución de la izquierda abertzale hacia parámetros democráticamente homologables.
Hay que apreciar el abismo que existe entre este reconocimiento del daño causado y aquella realidad de la izquierda abertzale de otro tiempo en la que el Bloque KAS era la “vanguardia delegada” que interpretaba en monopolio la estrategia de la otra “vanguardia”, ETA militar. Hay que comparar esta profunda autocrítica con la estrategia de presión impuesta por la ponencia Oldartzen, aquella socialización del sufrimiento que asoló este país en los 90.
Para mejor apreciar estos pasos -para algunos lentos, dubitativos, cautelosos, tibios- que vienen dando los dirigentes de la izquierda abertzale en los últimos años, es conveniente volver la mirada atrás y entender que están efectuando una complicada ciaboga no de trainera, sino de trasatlántico. Van dando pasos, algunos de ellos como el de Arraiz con consideración de zancada, y anuncian posteriores reflexiones sobre las decisiones adoptadas en el pasado, con el riesgo que ello supone teniendo en cuenta que se les exige poco menos que renegar de ese pasado, que es lo mismo que retractarse de su caudal político. Y eso, interprétese como se quiera, sería un suicidio.
Por supuesto, por más que vayan sucediéndose estos pasos autocríticos de la izquierda abertzale, siempre habrá quien les exija más, y más, y más, hasta el harakiri. Es una dinámica ya comprobada, y no hay duda de que se les seguirá exigiendo aun cuando ETA se haya disuelto. Al tiempo.