Todos nos hemos encontrado en la vida con el dilema de anticiparse o esperar. Existe sabiduría popular que abona la bondad de ambas decisiones: hay refranes para todo. También podemos observar que nos equivocamos bien por una razón o bien por la otra.
A posteriori todo se ve muy claro; lo difícil es verlo en el momento. Se dice que en política suele haber mucho estratega que conspira y mueve peones desde despachos lejanos. No es esa mi experiencia, que se acerca más a la toma de decisiones en función de lo que hacen los demás. Hay pocos secretos en la vida política; lo que hay son muchos chismes y poca decisión.
Y cuando todo estalla, surge la pregunta: ¿no podíamos haberlo evitado? E, incluso, alguno de los más lúcidos, que los hay, se pregunta: ¿qué tendríamos que hacer hoy para evitar que se vaya a repetir mañana?
- “Esto no lo deben publicar, pero les confesaré que Macia y Companys eran impresentables. Solo su terrible final y muerte cambió nuestra percepción posterior hacia Companys”.
No daré su nombre cuarenta años después. Esa noche, Lete y yo, de vuelta a casa en el coche-cama de entonces, sin decirnos nada, nos miramos y creímos entenderlo todo.
Ahora entendía muy bien el porqué de su vocación pactista y moderada. Precisamente por eso, el nacionalismo catalán no quería, a pesar de sus evidentes simpatías, saber nada del nacionalismo vasco. A los vascos nos ha ocurrido exactamente lo contrario. Las guerras carlistas del siglo XIX habían dejado entre nosotros tan mal recuerdo que condicionaron toda la trayectoria política posterior. Y este recuerdo se mantuvo en nuestro país hasta los años 60 y 70, cuando se produjo la ruptura que todos conocemos.
¿Cómo es que el nacionalismo catalán abandona ahora su línea anterior y se lanza a desarrollar hoy un proyecto republicano de desconexión de España?
Cuando escucho a la CUP me viene a la memoria el POUM, Estat Catalá y la izquierda radical de la etapa republicana, y pienso en la reacción de muchos nacionalistas catalanes ante una alternativa que parece poner en juego las bases mismas de lo que ha sido el progreso económico de Cataluña. ¿Cuál será su reacción final? ¿Por qué lado se decantarán: por continuar con el proceso independentista o por descabalgarse de él? Esa es para mí la clave fundamental del inmediato futuro.
Y ante todo ello Rajoy no ha ofrecido nada que no sea el “calla y sigue pagando”. Esperar y ver, generando un vacío que no ha hecho sino crecer y en el que los sectores más radicales, unos y otros, aprovechándose del escándalo del 3%, han acampado sin problema alguno.
De manual.
Rajoy ha esperado pensando en que “ya se cansarán”; los otros se han adelantado sabiendo que le obligan a introducirse en “un berenjenal sin salida buena alguna”. Unos y otros han cargado contra el mundo moderado que, en el fondo, trató de buscar, lo reconozca o no, otra solución.
No tengo duda alguna de lo que quiere la CUP y de lo que, en el fondo, desea el sector más oscuro del nacionalismo español. Pero, más allá de réditos electorales, ¿era éste el escenario que pretendían lograr Rajoy y el PP?
Me llama la atención la actuación del nuevo rey. Todas sus intervenciones han constituido siempre críticas hacia los mismos. Esta semana, en Bilbao, perdió también la oportunidad de reconocer la gravedad de los retos que estamos sufriendo, léase por ejemplo el Concierto. Supongo que le han dicho que, en aras de salvar su imagen, es también mejor callar y esperar. ¿A quién y para qué nos sirve?
Por si teníamos dudas sobre las conclusiones del Sínodo, Munilla ha venido a aclararlas. Son sus tesis, afirma, las que han prevalecido. Además, añade, no podía ser de otro modo. Entonces, ¿para qué se han reunido? ¿Por qué se han generado determinadas expectativas? Si todo estaba tan claro y tan bien y no hay margen de maniobra alguno para cambiar, ¿a qué viene la discusión? ¿cómo es que ha habido en su seno voces discrepantes, luego desautorizadas, entre ellas las del propio Francisco?
Se propone un “acompañamiento”. ¿A fin de lograr qué, si todo está claro y bien? ¿Es que ahora no existía? Divorciados y homosexuales creyentes seguirán caminando solos, o mejor, a solas con su propia conciencia. Aunque no es verdad del todo: sé que encontrarán religiosos y laicos con los que compartir vida, sufrimientos y aspiraciones comunes. Esa es al menos mi esperanza y mi experiencia.
Munilla me recuerda a Rajoy: la letra dice lo que dice, afirman ambos; no hay más que aplicarla... ¿Quién soy yo?, dicen, para remover. Si fuera así de fácil solo necesitaríamos jueces, abogados y policías. El resto sobraría, incluidas autoridades políticas y eclesiásticas.
La realidad es que están llenos de miedo. Hacen lo que les gusta, no lo que les toca. Y como seguimos igual, tan solo sucederá lo mismo. Tarde, triste y mal. Algún día, dentro de un tiempo, dirán que erraron, e incluso algunos pedirán perdón. Confío en que, entretanto, solo sea tiempo, y no vidas, lo que hayamos podido perder.
Hoy más que nunca hay que recordar, a unos y a otros, que el sábado se hizo para el hombre y no al contrario. Y eso fue dicho, recogido y debería también ser respetado.
Solo tengo preguntas: ¿Qué debimos haber hecho para evitarlo? ¿Cuál es la lección? ¿Por qué en otros lugares hay acuerdo y aquí no?