Dos millones de catalanes han votado inequívocamente a candidaturas partidarias de la independencia. Hablamos de votos, contantes y sonantes. Otro millón seiscientos mil han apoyado a partidos contrarios a la secesión (Ciutadans, PSC y PP), a los que casi todo el mundo añade los votos de Catalunya Sí que es Pot (360.000), lo que prácticamente suma otros dos millones de catalanes que no quieren la independencia. Hay, perdidos, 100.000 sufragios a Unió, que se quedó sin representación, pero que también son votos de catalanes... Dos millones que sí; dos millones que no.
Esa es la imagen del 27-S. Un fotógrafo captó a la perfección el alma de esa realidad durante la jornada de reflexión: en un balcón de Barcelona colgaba una bandera española flanqueada por dos senyeras tradicionales en las que se podía leer “Visca Catalunya”. En el balcón justo al lado, una estelada lucía entre dos senyeras oficiales. En el piso de abajo, sin banderas ni signos exteriores, un hombre barría despreocupadamente su terraza. El sí, el no y el según. En definitiva, las elecciones nos han revelado una foto de situación un tanto movida, aunque contradictoriamente nítida en algunos aspectos, para quien la quiera entender, claro. La velocidad de vértigo de los acontecimientos tiene mucho que ver.
Y es en esta fotografía profundamente política, inalienablemente social, donde se cruzan los tribunales españoles con la imputación de Artur Mas por “desobediencia” al convocar la consulta soberanista del 9-N del año pasado y que busca su inhabilitación. ¡Vaya con las urnas de cartón! Una consulta alternativa ante la prohibición de hacer un referéndum legal y en la que votaron, no hay que olvidarlo, 2.300.000 catalanes, da igual en qué sentido, a favor y en contra.
Una decisión político-judicial que, en contra de su intención, rehabilita y da aire a Mas, renqueante por los resultados y por la negativa de la CUP a apoyarle. Mas puede convertirse en el mártir del independentismo cívico, el héroe que necesita la Catalunya de hoy. El president del proceso hacia la soberanía. Quizá temporal, pero el president.
La imputación, además de una absurda judialización de la política y de una prueba más de la sumisión de la justicia española al poder político, es de una torpeza enciclopédica. Citar a Artur Mas a declarar ante el juez el día en que se cumple el 75 aniversario del fusilamiento del president Lluís Companys, que había sido condenado ¡a inhabilitación absoluta! por proclamar la república catalana, contiene una carga simbólica que hasta la más zafia de las cabezas pensantes del Estado debería haber sabido valorar. Pero, claro, como dijo ayer sobre el 27-S el mismísimo presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker: “¿Quién soy yo para inmiscuirme en las intimidades (sic) españolas?”. Pues eso, ¿quién soy yo?