Hace poco más de un año, la monarquía española atravesaba sus cotas más bajas de popularidad por escándalos como el caso Nóos o el safari en Botsuana en el que participó el rey Juan Carlos en plena crisis económica. Si a ello se unía una situación política especialmente convulsa, con el proceso soberanista catalán en ebullición y el fin del bipartidismo que preconizaba el buen resultado obtenido por Podemos en las elecciones europeas de mayo, la consecuencia fue que esta institución se situó en un callejón sin salida en el que su propia existencia podía llegar a ser cuestionada. Para contrarrestar esta coyuntura adversa se adoptó una solución drástica: la abdicación de Juan Carlos I y la coronación exprés, poco más de dos semanas después, de Felipe VI. El senador del PNV Iñaki Anasagasti valora que “este ha sido un año de relaciones públicas, lo que pasa es que los medios de comunicación siguen siendo extraordinariamente complacientes con un señor que no ha elegido absolutamente nadie” y que está en el cargo solo “porque es hijo de su padre”.
La tarea de Felipe VI tras su proclamación el 19 de junio de 2014 no era baladí: rescatar a la monarquía de su situación depauperada y modernizarla para resistir los vientos desfavorables que la azotaban. A todo ello se comprometió durante su discurso en dicho acto, y entre los cambios que ha introducido destacan un control de los regalos que recibe la Familia Real, una auditoría externa de sus cuentas o un código de conducta para el personal de Zarzuela. Además, por primera vez hay una mujer entre los altos cargos de la Casa del Rey, la directora de Comunicación, Asunción Balaguer. Ninguno de estos pasos han satisfecho a Anasagasti, quien cree que “no le ha quedado más remedio porque la sociedad está cambiando y ya no podía seguir como su padre”.
El exsenador del PSE y antiguo dirigente de Euskadiko Ezkerra Roberto Lertxundi coincide en que “eso son cosas inapreciables, no tienen valor. Él intenta pasar de puntillas, ser discreto, pero lo que importa es la propia figura de la monarquía, qué pinta en un país moderno, en el siglo XXI, qué papel puede jugar”. Anasagasti insiste en que “no ha cambiado absolutamente nada, ha mejorado la terrible imagen de su padre, que era un crápula, pero pones la lupa y te das cuenta de que sigue igual, lo que pasa es que con mejor cara y mejor traje”. También censura que “las Cortes Generales son elegidas democráticamente y siguen sin poder preguntar nada sobre el rey y su esposa. Sigue todo igual, solo han cambiado cosas de maquillaje pero nada más”.
En el ámbito político, el traspaso de poderes de Juan Carlos a Felipe alumbró algunas esperanzas de que se aprovechara la coyuntura para llevar a cabo una segunda transición en la que se reformara el Estado a nivel territorial. Antes de la proclamación del rey, el lehendakari, Iñigo Urkullu, le instó a abordar “el hecho diferencial de Euskadi”. Durante el encuentro que ambos mantuvieron el 21 de noviembre en La Zarzuela, el jefe del Ejecutivo vasco le trasladó la necesidad de acordar a través del diálogo un nuevo marco político para Euskadi basado en la “bilateralidad y la no subordinación”, ya que la perpetuación del modelo actual llevaría a “la incomprensión y el distanciamiento”.
Unas expectativas que han pinchado en hueso, a tenor de la altura a la que Lertxundi sitúa el listón. Considera que “el Estado de las autonomías ha tocado fondo y la Constitución del 78, que ha dado mucha capacidad de desarrollo, democrática y de organización está agonizando”. Insta por ello a “abrir un proceso constituyente en el cual también se tiene que cuestionar la forma del Estado, la jefatura del Estado”.
En declaraciones a este periódico, el histórico dirigente de EE se moja y opina que “hay que hacer en España una república de carácter federal con un acuerdo con las nacionalidades federadas del conjunto del país; la monarquía no aporta nada en una sociedad moderna como la nuestra, es una antigualla que no corresponde a los nuevos tiempos”. Agrega que “el problema de este rey es la legitimación, lo lógico hubiera sido que él o la institución monárquica se hubieran sometido a un referéndum, y es posible que lo hubieran ganado, no lo sé”.
En este punto existe una diferencia fundamental con Juan Carlos I, a juicio de Roberto Lertxundi, ya que, “así como su padre tuvo el consenso explícito de los partidos políticos, fue un compromiso cuando se hizo la Constitución española después del franquismo”, en el caso de Felipe “lo único que le legitima sería una interpretación dinástica de la Constitución del 78”. “Creo que no ha estado bien aconsejado -agrega. Si hubiera sido un hombre espabilado habría sometido a referéndum a la institución” y podría haber obtenido incluso un resultado favorable por “el miedo a lo nuevo”.
Anasagasti añade otra crítica: “Es una persona que sigue leyendo los discursos que le ponen otros y que sigue demostrando una insensibilidad total hacia los derechos humanos. Porque en su anterior viaje a Marruecos, Amnistía Internacional le pidió que se interesara por la situación de los derechos humanos allí y del Sáhara, y no hizo nada. Acudió al funeral del rey de Arabia y es difícil encontrar un lugar con una situación más conculcadora de los derechos de la mujer”.
La cueva de Alí Babá Las actividades del cuñado de Felipe VI, Iñaki Urdangarin, al frente del Instituto Nóos han supuesto uno de los mayores motivos de desprestigio de la monarquía, así como la imputación de su hermana Cristina de Borbón. Con el fin de establecer un cordón sanitario que evite futuros casos de este tipo, el rey decidió que los miembros de la Familia Real ya no podrán desempeñar actividades privadas, al tiempo que ha despojado a Cristina -que ha salido de la Familia Real junto a Elena- del título de duquesa de Palma. Iñaki Anasagasti compara La Zarzuela con “la cueva de Alí Babá” y afirma que “me llama mucho la atención que el único que se salve es Felipe. No, yo no me lo creo”. A juicio de Roberto Lertxundi, pese a que la corrupción “ha puesto a la política de España al borde del suicidio”, ahora “ya no se tolera, este país ha aguantado mucho pero estamos en un momento nuevo y la política vuelve a tener mucho interés”.
En lo que los dos analistas coinciden es en considerar que la sonora pitada que se produjo el pasado 30 de mayo durante la final de Copa entre el Athletic y el Barcelona no se dirigió contra el himno español, sino contra el rey Felipe VI, “porque es un señor impuesto”, insiste Anasagasti. Lertxundi valora que “habían provocado diciendo que iba a haber sanciones y siempre que sucede eso la gente hace lo que quiere”. Agrega que “España es muy complicada de organizar y las medidas autoritarias nunca van a tener un buen resultado. La libertad de expresión en esto es absoluta, la pitada va con el cargo”.
En esta línea, el ex dirigente socialista explica a DNA que en España “hay que pactar mucho, no es como Francia, donde todo el mundo quiere ser francés. El papel del Estado es el de negociar permanentemente con sus componentes”. Como consecuencia, “no se aceptan con facilidad las imposiciones y esta es una monarquía no legitimada. Me parece evidente que en el nuevo proceso que sin duda va a llegar, la Constitución no es que se vaya a reformar, se va a rehacer”.