No se puede tomar como estadística sobre lo que piensa la ciudadanía; para eso están las elecciones. Pero si tuviera que atenerme a lo que voy leyendo esta semana en las redes sociales, lo mejor que le puede pasar a alguien que deja el cargo público es que se vaya al paro... incluso con tentaciones de que sean fusilados al amanecer. Eso, si son de la casta, porque los que siempre han sido castas se libran de esta hoguera general a lo Savonarola.

Se me ocurrió avanzar en Facebook que José Luis Bilbao era propuesto por el PNV para ser vocal del Tribunal Vasco de Cuentas Públicas. Primera respuesta: “Otro a chupar del bote; que vaya al paro”. He de decir que hubo defensas, muchas, de esa decisión. Pero seguía otro: “Puertas giratorias y así...”. Me hizo pensar que, simplificando, hay gobernados que estarían encantados de volver a la decadencia florentina, a quemar a sus gobernantes en medio de un fanatismo irracional.

No lo entiendo. Personas que nunca se han presentado a ningún cargo público han decidido no participar en las cosas de todos, con su derecho pleno a la crítica, pero sacan una bilis con capacidad de mandar al paredón del ostracismo a todo aquel que abandona el cargo que nunca tuvieron interés en ocupar. Irá por barrios, digo, por siglas; no lo tengo claro, sospecho que le zumbarían a casi todos, más a los adversarios que a los cercanos, pero a todos.

Detesto esta moda que vino cuando se pasó de tener el arma (entiéndase que es metafórico) en posición tiro a tiro a ráfaga. Otro ejemplo: en campaña, los partidarios de Podemos difundían un cuadro sobre “lo que nos deben” algunos políticos y ahí, entre Acebes, Aznar o González, colaban a Josu Jon Imaz. Pues no. Me niego a esa simpleza cuando hablamos del número uno de su promoción, especialista en hidrocarburos, que puso su vocación política al servicio de sus ideas para mejorar la sociedad, que si no pasa por la política posiblemente hubiera llegado antes a donde está ahora y sin escuchar tantas tonterías; en fin que nada tiene que envidiar su currículum al funcionario Pablo Iglesias, promotor de estas cosas. O a su corresponsal en Euskadi, también funcionario universitario.

No deberíamos seguir con este dislate salvo que promovamos a los mediocres, los que jamás empatarían en su profesión, los que nunca tendrían nada que perder en su carrera si se dedicaran a la cosa pública. Revisemos, de acuerdo, estructuras sobre el funcionamiento interno de los partidos, su apertura a la sociedad, hablemos de limitación de mandatos, etc; aunque, visto lo visto, en esto parece que los que se dicen nuevos tampoco hayan empezado con muy buen pie.

Si se va a hacer un pimpampum, que sea sustentado en una crítica política y, si cabe, en una denuncia oportuna en el juzgado. Lo que no me parece admisible es ese escupitajo permanente sobre personas que la mayoría hemos elegido, de uno u otro partido; porque aquí no hablo de siglas, sino de aprovechados que, recién llegados, mañana tendrán que convencer a sus huestes de que ellos tienen derecho a reinsertarse, también con un pan para sus hijos, después de haber servido a su sociedad en un puesto público.