Iba a ser el parto de los montes y lleva camino de quedarse en la anteúltima parida de Mariano Rajoy. Acusado de vacilante durante toda la legislatura, ha decidido acabarla de vacilón. A la espera de la inminente salida de José Ignacio Wert del Gobierno en los próximos días, los cambios que se anunciban en el partido y el Ejecutivo se han quedado en filfa. Quizá considere Rajoy que las próximas elecciones las ganará con una bajada de impuestos y los datos de empleo del verano turístico, pero el caso es que no llegó la remodelación en la que nos los genovólogos nos juraban que de esta semana no pasaban los cambios de Cospedal y Soraya, con Alonso in pectore. Ya dijo el presidente español que no sabe de dónde se habían sacado eso, lo que significa que igual no pasa nunca o la semana que viene.
Sigue barajando Mariano Rajoy hasta dormir a los llamados a esa partida y que no noten cuándo han sido amortizados. Que Carlos Floriano salga del círculo de confianza no resulta tan llamativo como que Javier Maroto entre en él. Rajoy atraé a su vera al único candidato del PP que en las recientes elecciones creció en voto. El hecho de que para ello jugara una baza incendiaria no parece causar náusea. No está el estómago del PP para despreciar bocados, por muy mal aspecto que tengan, si resultan nutritivos. Si el mensaje que quiere transmitir Rajoy a los suyos es que le vale el discurso de “primero los de aquí” que aupó a Maroto a ganar en Gasteiz para acabar celebrándolo en Madrid, esta precampaña se va a hacer larguísima. Recomendable una buena provisión de sal de frutas.
Otra cosa es que ese tono sea consecuente con la reflexión del propio Rajoy el jueves, cuando sentenció que la abstención y el centro fueron sus flecos y la corrupción su lastre. No estaba en el centro el mensaje electoral del PP vasco sobre los inmigrantes y no lo está hoy, cuando sigue enrabiado hasta el esperpento. Arde la pradera y los populares han entrado en estampida en Euskadi. Es una carrera descabezada en la que no aparecen líderes que elijan hacia donde correr o cuándo parar.
La clamorosa ausencia de sus cuadros, empezando por la cúspide de esa pirámide que se supone ocupa Arantza Quiroga, se traduce en que no hay más voz que la de los líderes alaveses, arropados y liderados por Alfonso Alonso. Está por ver si en la calle Génova se decide poner proa a la presidenta como se le hizo a Antonio Basagoiti cuando este acreditaba una posición electoral bastante mejor.
La carrera va tan lanzada que ninguno de los que corren parece recordar que la pradera la prendió el exitoso Javier Maroto a cuya vera se situó Javier de Andrés. El primero halló acomodo en Madrid, que es una estupenda plataforma para hacer oposición en Gasteiz, como prometió. Pero los que quedan aquí corren empapados de la misma gasolina que antes derramaron y maldiciendo su suerte, como hacía De Andrés cuando su partido se quedó, también, sin la Presidencia de las Juntas alavesas. “Por debilidad del PNV”, vino a decir. Por soledad del PP, tendrá que admitir si pretende que su partido vuelva a pintar algo en la política vasca. Puentes. Esos puentes que fueron lo primero que decidieron quemar para poder separar su discurso de todas las demás fuerzas políticas.
En esa estampida caben lo mismo baños callejeros de multitud que concluyen en peineta que piruetas parlamentarias que acaban a martillazos en sus propios dedos, como en el asunto del fracking. En otras circunstancias alguien en la calle Génova pediría explicaciones al grupo popular en el Parlamento Vasco por su giro en este asunto contra el criterio con el que el partido gobierna en Madrid. Pero, en este momento, que el PP vasco se envuelva en una bandera ecologista tratando de que se olvide que promovió hace tres años la reforma de la Ley vasca de Conservación de la Naturaleza para permitir la explotación minera en áreas protegidas con esa técnica de extracción como horizonte no pasa facturas. Al fin y al cabo, no hace más que transitar, en un día, el mismo camino que el PSE recorrió el año pasado olvidando a su vez que el tenderete del gas lo montó Patxi López sin ayuda de nadie.
El fuego es imprudente. Lo era cuando lo agitó el PP poniendo en peligro el hábitat de todos mediante la división social y el señalamiento de colectivos. Lo es hoy cuando, tras la tierra quemada, no queda de qué alimentar el futuro político del partido en Euskadi, orillado por su incapacidad de diálogo con el resto de fuerzas y tentado de una huída hacia adelante. Huída que durará, al menos, hasta que las próximas elecciones generales digan si ese fuego calienta a su electorado o quema a sus candidatos. Esa loca carrera en la que los más grandes aplastan a los pequeños ha sido un éxito para Maroto. Le ha hecho visible a él y acaba de sacarle del terreno humeante que ha dejado a los suyos en Euskadi.