donostia - Treinta y dos años después de que Ramón Labaien fuera investido alcalde, en 1983, Eneko Goia recuperó ayer para el PNV la Alcaldía de Donostia. En su investidura contó solo con los votos de los nueve concejales de su partido. El PSE votó en blanco (como EH Bildu; PP e Irabazi se votaron a sí mismos), como expresión de que todavía entre Goia y Ernesto Gasco no se ha llegado a un compromiso para materializar la coalición de gobierno. La voluntad del portavoz socialista es cerrarlo en los próximos días, en el marco de las negociaciones que se retomarán mañana mismo. A nivel programático, las líneas principales del acuerdo están muy avanzadas aunque no tanto en lo que al organigrama se refiere, donde hay aún camino por recorrer.
Pero la marcha de las negociaciones fue ayer un asunto menor ante el valor que supone para el PNV volver a dirigir el gobierno de la capital. La escisión que diezmó al partido en Donostia y que le ha condenado a ocupar un papel secundario a lo largo de ocho legislaturas acabó ayer después del gran resultado del pasado 24 de mayo. La ciudadanía ha depositado en Goia la responsabilidad de dotar a la ciudad de un cambio de rumbo a su gobierno, tal y como lo reconoció el nuevo alcalde en su discurso nada más recibir el bastón de mando de manos de su predecesor Juan Karlos Izagirre. Goia reconoció que ser alcalde de Donostia es un “honor” y una “responsabilidad” y confió en poder estar a la altura de la “ilusión que los ciudadanos han depositado en él para hacer posible el cambio”.
En un discurso que apenas rebasó los ocho minutos y que fue pronunciado en euskera y castellano, Goia transmitió que en su gestión no habrá espacio al revanchismo ni a la tabla rasa. “Soy de los que creen que las cosas no empiezan cuando uno llega”, confesó. El nuevo mandatario se considera un “eslabón más” de la cadena que comenzó con los alcaldes del PNV Jesús Mari Alkain y Ramón Labaien, y continuó luego de la mano de Xabier Albistur, Odón Elorza y Juan Karlos Izagirre.
triple reto De cara a la legislatura entrante, Goia estableció los que serán sus tres desafíos principales. En primer lugar, la capitalidad cultural de 2016. Para el nuevo alcalde es una oportunidad histórica que proyectará hacia fuera “lo que somos y quiénes somos”, razones por las que consideró que “es mucho lo que nos jugamos como ciudad”.
La capitalidad en lo inmediato, porque de cara a los cuatro años de mandato, el reto más importante es la economía y las consecuencias derivadas de la crisis. El objetivo será trabajar por una ciudad “próspera” que proporcione a los donostiarras “un proyecto de vida digno y sin exclusiones, capaz de generar riqueza tanto económica como social”.
Y como tercer objetivo, señaló la convivencia sobre la base del respeto a los derechos humanos “para todos y en todo momento”. Goia defendió el uso del diálogo y la memoria, “instrumento y antídoto de lo que nunca debe volver a ocurrir”, subrayó.
Antes que él tomaron la palabra los portavoces del resto de grupos representados en la nueva corporación. En general fueron discursos conciliadores, con ánimo constructivo y colaborador con el nuevo alcalde. La sesión de ayer apenas fue una toma de contacto que no prefigura lo que puede ser la legislatura que comienza. La principal interrogante a despejar será si, al final, PNV y PSE cierran un acuerdo de gobierno. Todo apunta a que así será, pero por si acaso el portavoz socialista Ernesto Gasco, en declaraciones a los periodistas, avanzó lo que para él debe ser la posible coalición: “Equilibrada y respetuosa”.
Ese buen tono que presidió la sesión de investidura se reflejó también en el traspaso de poder entre Izagirre y Goia, así como en ese aplauso casi general que recibió el nuevo alcalde por la mayoría del público en el momento de su nombramiento. Antes de hacer entrega del bastón de mando a su sucesor, Izagirre saludó uno a uno a los nuevos concejales de la corporación.
La sesión fue la más madrugadora de las capitales vascas porque el salón de plenos estaba comprometido para las bodas civiles, entre ellas la del hijo de José Luis Arrue, concejal del PP, el más veterano y por tanto miembro de la Mesa de Edad.
Lo más llamativo de la sesión fue el juramento del cargo, casi tan variado en su fórmula como número de concejales. Los hubo que lo hicieron en castellano, otros en bilingüe y la mayoría en euskera. Los ediles del PNV, EH Bildu e Irabazi prometieron el cargo por imperativo legal.
Como es costumbre, el salón de plenos se llenó con invitados y simpatizantes de las formaciones con representación, como la presidenta del Parlamento Bakartxo Tejeria; la consejera de Industria, Arantza Tapia; la presidenta de Juntas, Eider Mendoza, los exalcaldes Odón Elorza y Xabier Albistur y casi todos los miembros del gobierno municipal saliente.
Entre besos, saludos y fotos se despidió una jornada que inaugura una legislatura que compromete en su arranque a todas las fuerzas con el proyecto de Donostia 2016, cuyo éxito o fracaso puede marcar el devenir de los cuatro años.