sin demasiado ruido, con la discreción que le ha caracterizado durante los nueve años de andadura, Lokarri ha puesto ayer fin a su actividad. Conscientes de que el proceso aún ha quedado sin cerrar, sus responsables han considerado que han ido lo más lejos que han podido en sus objetivos como red ciudadana “por el acuerdo, la consulta y la reconciliación”.
Sucesor directo de Elkarri, el colectivo liderado por Paul Ríos heredó su mismo impulso voluntarista, su insistencia empecinada, su enorme capacidad de trabajo y su intachable honestidad. Heredó también de la organización que dirigió Jonan Fernández la incomprensión, la hostilidad, la desconfianza y hasta el rencor de quienes han vivido -y prosperado- cómodos en el enfrentamiento y sin dar ninguna oportunidad a la paz.
A pesar del menosprecio y la animadversión de los extremos, no es justo dudar de la honestidad y firme voluntad de trabajar por una Euskal Herria en paz por parte de Lokarri y de su antecesora Elkarri. Para mejor contextualizar la trayectoria de ambos colectivos, hay que entender que Elkarri nació tras la disolución de Lurraldea, aquella coordinadora entre ecologista y sociopolítica que negoció con la Diputación guipuzcoana el trazado de la Autovía de Leizaran, hoy la A-15. Una negociación quizá con más sombras que luces, pero que sirvió para constatar que el acuerdo era el camino para la solución de los conflictos. Esa fue la conclusión que extrajo la izquierda abertzale del trabajo de Lurraldea, y de ella derivó la creación de Elkarri liderada por la misma persona que dirigió la coordinadora ecologista. Coincidió en el tiempo esta decisión, con la determinación estratégica de ETA de llegar a un final negociado.
La rápida evolución de Elkarri, nacida como “movimiento social para el diálogo y el acuerdo en Euskal Herria”, le situó en coordenadas no previstas por sus creadores y supuso para su coordinador, Jonan Fernández, un calvario de rencores y amenazas por los radicales de uno y otro espectro y, como mínimo, la destemplada acusación de “equidistancia”. A pesar de todo ello, que no fue fácil de asimilar, Elkarri sacó adelante sus Conferencias de Paz y sus centenares de talleres en pueblos y barrios logrando socializar la necesidad de diálogo y acuerdo en todos los rincones del país.
Con este patrimonio heredó Lokarri la capacidad de brega y la bendita obstinación contra obstáculos y zancadillas, y nació con un objetivo un poco más allá: añadió al acuerdo el propósito de la consulta y la reconciliación. Ha trabajado duro Lokarri por estos objetivos. Lo ha hecho sin solución de continuidad con el espíritu de Elkarri, dejando a la sociedad vasca el legado esperanzador de que son muchos los ciudadanos y ciudadanas que creen y apuestan por el diálogo, la reconciliación y el respeto a los derechos humanos particulares y colectivos.
Cierra su etapa histórica Lokarri, y puede hacerlo con la satisfacción del deber cumplido hasta donde ha sido posible. Su aportación a la convivencia pacífica ha sido reconocida hasta por sus más recalcitrantes enemigos, y como movimiento social ha cumplido con creces el sentido de su propia denominación, Lokarri = Lo que sirve para unir.
Aunque algunos se resistan a reconocerlo -y a apreciarlo-, Lokarri ha estado presente de manera muy notable en los acontecimientos más trascendentales de nuestra historia reciente en referencia a la convivencia en paz. Algún día, si la modestia se lo permite, los dirigentes de Lokarri explicarán su trabajo discreto pero clave para el fin de la violencia de ETA y para la legalización de Sortu. Más conocido, pero igualmente ignorado por algunos, ha sido el papel sustancial de Lokarri en la organización y logística para la Conferencia de Aiete, acontecimiento de gran envergadura y pista de aterrizaje para la retirada definitiva de ETA. Igualmente, en el haber de Lokarri va la consolidación y funcionamiento del equipo de agentes internacionales implicados en el proceso de paz, tanto el Grupo de Contacto como la Comisión de Verificación.
Por supuesto, Lokarri se despide también con su mochila de sombras, con esos objetivos que quedaron en intenciones como el fracaso de la Consulta simbólica de Gernika que quedó en muy poca cosa por el nulo apoyo de los partidos. Quedan pendientes también asignaturas no aprobadas derivadas del desarme de ETA que no llega, del respeto a los derechos humanos de las personas presas que sigue sin cumplirse, del reconocimiento de todas las víctimas aún sin aceptarse, o las pautas más o menos aceptadas para un relato de décadas de tanta crueldad y tanto padecimiento.
Asignaturas pendientes que, sin duda, heredará ese núcleo duro de militantes por la paz y el diálogo que está asentado y consolidado en la sociedad vasca gracias, entre otros, a Lokarri.
Gracias por vuestro trabajo y por vuestro ejemplo.