El 16 de septiembre de 2006 un joven desconocido de 27 años que llegaba de una efímera e incómoda militancia en las juventudes del PP irrumpía en un cartel electoral de cuerpo entero, desnudo y tapándose los genitales con las dos manos para publicitar Ciutadans en Catalunya. “No nos importa dónde naciste. No nos importa la lengua que hablas. No nos importa qué ropa vistes. Nos importas tú”, rezaba el lema profundamente antinacionalista que, como hoy, profesaba Albert Rivera, a quien la habilidad oratoria con la que triunfó en una liga de equipos de debate por todo el Estado -“por España”, precisaría él- le ha permitido hacer acopio de minutos en los medios -tanto como Pablo Iglesias, líder de Podemos- hasta erigirse en la cuarta vía que, según las encuestas, contribuirá a quebrantar el bipartidismo, esta vez por el centroderecha. No en vano, desde Génova 13 se ha apretado el acelerador para, sin caer en el error de menospreciarles, desdeñar el proyecto, sobre todo económico, de Ciudadanos; si bien otros sectores señalan que los poderes financieros promocionan a la alternativa naranja, en perjuicio de la morada, porque ven en la marca reformista el mejor antídoto contra la ruptura.
Si bien el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), en enero, le otorgaba un modesto 3,1% en intención de voto, las encuestas mediáticas y de los partidos le sitúan entre el 12% y el 14% pese al escaso conocimiento que la ciudadanía tiene de la formación. Aunque ha estudiado la vida y obra de Adolfo Suárez, Rivera no se llama a engaño y sabe que la Moncloa le queda lejos, pero tampoco se conforma con ser la fuerza bisagra sino “palanca”, la de un cambio “profundo pero sensato” que influya en la gobernación, tal y como afirma su asesor en el programa económico, Luis Garicano, a quien el Ejecutivo de Rajoy, por boca de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, ha azuzado recordando que “pidió” el rescate. “No tenemos techo, pero tampoco suelo”, proclaman, conscientes de que sus potenciales votantes proceden de cuatro caladeros: PP, UPyD, la abstención y los jóvenes precavidos, y en mucha menor medida los socialistas.
De hecho, si Podemos le come la tostada, el pan y la sal, a IU; Ciudadanos le roba la cartera a Rosa Díez, con quien buscó un pacto que, según Rivera, la “soberbia intelectual” de la política magenta, frustró mientras ella denuncia la desconfianza que le suscitaba el trasvase intenso de militantes y dirigentes a la marca originariamente catalana. Lo cierto es que tras la irrelevante escisión de Vox, el PP se ha topado con que del orden del 40% de personas que dicen apoyarán a Ciudadanos dieron su papeleta al partido azul en las generales de 2011, así como el 20% de los que apostaron por UPyD y otro tanto de los que se quedaron en casa. Solo el 3% confiesa que votó al PSOE. Datos que invitan a pensar que tendrán más fortuna que aquel Partido Reformista abanderado por Miquel Roca, y en el que militaba Dolores de Cospedal, que se presentó a las urnas en 1986, con fuerte respaldo económico y potente eco, pero que no rascó un escaño.
C’s -la sigla con la que se le conoce en el Parlament, donde cuenta con nueve asientos, amén de los dos que ocupa en Estrasburgo- ha pasado de albergar 2.500 afiliados a 13.000 en un año -se calcula que 9.000 de ellos nunca ha tenido carné-, y es que mientras Podemos emergía, un geógrafo de Girona, Fran Hervías, se recorrió a su rebufo el Estado español articulando estructuras de la formación en cada capital de provincia a través de una plataforma llamada Movimiento Ciudadano, de ideología liberal, despegándose del tradicional proceder de un partido y con Rivera pegado al suelo de los platós de televisión, también de los más conservadores. Lo hace más delgado, consumido por la pasión política, con un corte de pelo más informal pero sin coleta y vestido impecablemente, como siempre, para proyectar la imagen, casi de yuppie, de líder de nuevo cuño frente a los revolucionarios con el puño en alto y arremangados, retrato del único dirigente que suele aprobar en valoración. Y es que Ciudadanos o Rivera, que tanto monta, trasladan un discurso conciso y poco confuso: constitucionalismo y unidad de España en cuanto a mensaje territorial, y liberalismo y socialdemocracia como propuesta económica, que ha sido elaborada por dos economistas de reconocido prestigio, el citado Garicano, profesor de la London School of Economics, y Manuel Conthe, antiguo presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Ello, aunque el primero de estos dos asesores, como saben en Moncloa y sopesan usarlo como dardo, afirmara solo cuatro días antes del pasado 9-N, en un artículo publicado por el Financial Times, que Sáenz de Santamaría tendría que relevar a Rajoy para “transformar a España en un estado multinacional con un creciente reconocimiento de la identidad catalana (y vasca)”. En el PP les parece esto algo muy difícil de explicar a los votantes de Ciudadanos. Y añaden: “Se presentan como incorruptibles, pero al diputado que dimitió por fraude fiscal -Jordi Cañas- lo colocaron de asesor en el Parlamento Europeo”. Por si acaso, para curarse en salud, una empresa investigará los antecedentes penales y causas pendientes de sus posibles candidatos.
Ejes programáticos Los ejes económicos se sustentan, entre otros aspectos, en un plan integral de apoyo a los autónomos, adecuar las cotizaciones sociales de estos a sus niveles de facturación para evitar que se convierta en un coste fijo disuasivo a la hora de darse de alta, la rebaja de cotizaciones a las empresas que contraten, reducir el IVA al 16% pero extendiendo su aplicación a todos los sectores para ampliar las bases y un tipo máximo de IRF al 40%. En educación ansían una reforma educativa global y de formación superior, lo que puede lastrar las competencias de los territorios históricos; y en cuanto a la reforma del Estado buscan más uniformidad, eliminar las diputaciones, fusionar aquellos ayuntamientos de menos de 5.000 habitantes, reducir burocracia y romper las redes clientelares. El PP ya ha salido al paso cifrando en unos 25.000 millones de euros el coste del proyecto monetario, advirtiendo de que obligaría a multiplicar por tres la subida de impuestos de 2012. “Hay que desnudar a Albert Rivera”, concluyen en Génova, conscientes de que Ciudadanos tiene buenas cartas en Madrid y Valencia, aunque les costará implantarse en Euskadi y Galicia. El primer banco de pruebas reside en Andalucía, si bien el resbalón de su líder con la metáfora de los pescadores, la caña y los peces no les facilitará las cosas. El jefe de campaña popular Carlos Floriano ha estigmatizado al partido por “catalán” y citándole con sorna como “Siudatans”, que dispone ya de 700 candidaturas en todo el Estado, y con Rivera decidido a presentarse tanto a las plebiscitarias de Catalunya el 27-S como a las generales. De momento, el dinero pensado para la mudanza de su minúscula sede en el primer piso de un edificio de Gran Vía, unos 200.000 euros, se ha tenido que destinar a la imprevista campaña andaluza. El coste de las municipales (300.000), autonómicas (500.000), catalanas (1 millón) y al Gobierno de Madrid (1,5) procederá de créditos que se pagarán con la subvención que recibirán en función de los resultados.
Rivera, cuyo espejo anida en el francés François Bayrou, que llevó en 2007 al centro liberal galo a su mejor guarismo -se hundió al elegir entre socialistas y conservadores-, puede ejercer de bisagra y, aunque odia que le digan que representa al Podemos del PP, recoger el voto desencantado con el equipo de Pablo Iglesias. “Ha habido toque de corneta del establishment” en pro de esto último, dicen en el seno popular, pendientes de si será peor el remedio que la enfermedad. “Creo que tengo buena imagen, y eso cuenta”, confiesa Rivera, enfrascado en cómo derrocar a Artur Mas, al soberanismo... Y a Rajoy.