no deja de tener sentido, en la línea épica que le caracteriza, que ETA dedique un obituario a uno de sus militantes actualmente más notorio. Muestra su condolencia por el fallecimiento de Iosu Uribetxebarria, de quien dice que fue “violentamente torturado”, que pasó “quince años dispersado y siete enfermo en prisión”. Por si eso fuera poco, subraya que “querían matarlo en la cárcel, hasta que la dura lucha por su dignidad y la solidaridad ciudadana lo llevaron a la libertad. Pese a estar libre, el hostigamiento no cesó y hasta el último momento siguieron los intentos de encarcelarle. Hasta que su cuerpo se ha apagado”. Todo ello absoluta verdad. Absoluta y repulsiva -por vengativa- verdad.
Pero ETA, en su comunicado del jueves, no se limita al panegírico de su militante, contra quien se han cebado la inmensa mayoría de los opinadores por tratarse del coautor de uno de los hechos más infames de su trayectoria terrorista. ETA va más allá de la denuncia generalizada a la política penitenciaria del Gobierno español, denuncia compartida en este momento por la inmensa mayoría de la sociedad vasca. ETA, en su comunicado, se suma a este inicio de campaña electoral en el que estamos sumidos con más o menos intensidad quizá desde siempre y se posiciona sin ningún disimulo casi en los mismos términos que la “Euskal Bidea” hacia la independencia planteada por EH Bildu.
Es evidente que en las próximas confrontaciones electorales la rivalidad entre los dos espacios abertzales va a ser a cara de perro. En esa línea, y en el apartado preelectoral de su comunicado, ETA se suma con fervor a la retórica de la izquierda abertzale apuntando al PNV y al Gobierno presidido por Iñigo Urkullu, echando mano de la inercia contra “el hambre de venganza” del Gobierno español en materia penitenciaria, motivo inicial del comunicado. Para ETA, es el Gobierno Vasco el que no adopta “una postura decidida” contra las vulneraciones de los derechos humanos de los presos y, además, las protestas del Ejecutivo vasco contra ellas son puramente formales. Y, ya puestos, acusa al PNV de favorecer “con su actitud” la “represión estatal”. Así, sin despeinarse, con el mismo descaro con que viene acusándole la izquierda abertzale cada vez que huele urnas.
Pero cuando entra de lleno en campaña es al proclamar que “es hora de soltar las cadenas, las de los presos y las de Euskal Herria”. ETA da el pistoletazo -pura metáfora- de salida hacia la definitiva liberación de Euskal Herria, con la misma enajenada convicción con que se anuncian las piedras filosofales del único camino a la independencia.
Lo que no contempla el comunicado, lo que parece que a ETA ni se le pasa por la imaginación, es que a día de hoy es esa organización -junto al inmovilismo cínico del Gobierno español- el mayor obstáculo para que esas cadenas se suelten. Es increíble que nadie de los más altos responsables de ETA caiga en la cuenta de que esa persistencia en seguir figurando como organización armada superviviente sirve de pretexto al Gobierno español para aferrarse a su política penitenciaria vengativa y para frenar cualquier planteamiento negociador. No se puede entender que nadie con auténtica responsabilidad en la organización comprenda que mientras no decidan desarmarse y disolverse, cualquiera que sea la representación política de la izquierda abertzale va a encontrar enormes dificultades para asentarse y llegar a acuerdos para el desarrollo de su proyecto político.
Ha llegado la hora de soltar las cadenas, por supuesto. Son demasiados años sin avances significativos en este sentido y se han perdido muchas plumas en el intento. Pero para que esas cadenas comiencen a soltarse, es del todo necesario que ETA dé ese paso trascendental y, en ese sentido, se interpela a la izquierda abertzale para que le emplace a su desarme. Sorprende, sin embargo, que el presidente de Sortu y parlamentario de EH Bildu, Hasier Arraiz, declare que “no está en sus manos” tomar una iniciativa en ese sentido. O sea, viene a decir que ellos, los actuales dirigentes de la izquierda abertzale, no tienen ninguna posibilidad de influir en ETA para hacerle cambiar de posición.
Y digo que sorprende, porque si estamos donde estamos, con la izquierda abertzale políticamente homologada y ETA finiquitada en su acción armada, es gracias al empeño y al coraje de los dirigentes de la izquierda abertzale tras el macabro disparate de la T-4. Fueron ellos los que argumentaron ante ETA la inutilidad de su lucha armada. No se entiende por qué los actuales dirigentes no vayan a ser capaces de lograrlo y soltar las cadenas de una puñetera vez.